Por Alba Luz Mora

 

Alba Luz Mora
No sólo reorganizar los cuadros policiales y distribuirlos hacia otros lugares sería una medida sabia y coherente. Tampoco los castigos severos y radicales. Hay que entender que estamos adoleciendo no sólo de sensibilidad social y objetividad para juzgar lo sucedido sino que las reacciones ciudadanas responden a   lo que se está perdiendo entre nosotros:   el respeto sagrado por las leyes, las autoridades y los gobernados

Nuestra institucionalidad es tan frágil que cualquier pronunciamiento que de pronto surge al interior del sistema establecido, acarrea tras de si reacciones insospechadas y por lo tanto no previstas. Pensemos que nuestra democracia es tan vulnerable que con lapsos más o menos cortos ha debido reformar su Constitución y leyes tantas veces cuantas han demandado líderes y gobernados, las que han quedado sujetas lamentablemente al vaivén de la vida política controvertida, carente de bases firmes e inalienables.
Por eso no deben asombrarnos los sucesos que vivimos los ecuatorianos el 30 de septiembre, cuando se insurreccionó la clase policial, según entendemos, por suprimírseles algunos derechos o simplemente porque cambió el sentido de los hasta entonces vigentes, siendo mal interpretados por la tropa y no aclarados por quienes lideraban los mandos. Este hecho trajo, como era de esperarse, secuelas dolorosas: adhesión de otros grupos militares, muertos inocentes, heridos, simpatías y antipatías ciudadanas, desorganización y
la actitud de buscar explicaciones lógicas

que logren entender mejor el hecho ante decisiones no bien asimiladas.
Creemos que no sólo reorganizar los cuadros policiales y distribuirlos hacia otros lugares sea una medida sabia y coherente. Tampoco los castigos severos y radicales. Hay que entender que estamos adoleciendo no sólo de sensibilidad social y objetividad para juzgar lo sucedido sino que las reacciones ciudadanas responden a   lo que se está perdiendo entre nosotros:   el respeto sagrado por las leyes, las autoridades y los gobernados, realidad que crea la confusión, anima a los políticos golpistas a "pescar en río revuelto" y hace a la sociedad sentirse sobre arenas movedizas.
Es el momento de tender a la conciliación, de restituir esa mutua confianza que debe darse entre gobierno, instituciones y gobernados y mejor considerar, como decía Simón Bolívar "que la anarquía destruye la libertad y que la unidad conserva el orden". Sólo sobre un ambiente pacífico podremos superar los momentos difíciles y tantas falencias institucionales y   legales.

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