Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

El lenguaje político ecuatoriano está deteriorado por culpa de un ejercicio democrático deficiente. Está hecho de lugares comunes, de muletillas, de pasiones y estupideces, se nutre de la pereza y del insulto sin ingenio, sin imaginación, sin agudeza y sin elocuencia. O sea, que se insultan con ordinariez.

 

Se ha dicho que la devaluación del lenguaje es tan grande como la de la moneda. Basta leer con atención gran parte de lo que se escribe y escucha a través de los medios  informativos para darnos cuenta que la palabra tiene todavía significación, pero no sentido.
El castellano €“ por lo menos en Ecuador €“ atraviesa una época de abandono y anarquía: enseñanza deficiente, descuido en los medios informativos, muletillas y palabras que no son signo de vitalidad, sino de incultura, y otros males. En suma, un español deleznable, limitado, empobrecido, monótono, en cuyo uso habitual declinan la riqueza del léxico e incluso el buen gusto. Nuestro idioma es agredido desde los medios de comunicación, desde los poderes públicos, los políticos y los funcionarios de la administración pública, fomentadas por la prisa y la incultura cotidiana. A la mala educación idiomática que padecemos hay que añadir el poco interés por la lectura.
Hay de todo en la viña del Señor, pero resulta patético comprobar todos los días cómo los políticos y quienes se parapetan tras un cargo público son los principales detractores de la palabra y el buen uso del lenguaje. La pedantería y el falso leguaje democrático son los dos polos opuestos a partir de los cuales se mueven los políticos a la hora de transmitir sus ideas, tanto dentro como fuera de la Asamblea. Con la pedantería quieren ocultar, en ocasiones, la vaciedad de los contenidos de sus ideas. Y con el lenguaje "en mangas de camisa " tratan de acercarse al pueblo. Los políticos, salvo honrosas excepciones, se expresan con abandono y vulgaridad y abusan de muletillas coloquiales. El hecho es triste, porque deberían ser los primeros en dar ejemplo de respeto a la sociedad que lideran y de la que han sido elegidos por voluntad popular.

 

Múltiples palabras de profundo sentido son derrumbadas a gritos y manotazos, cual castillo de naipes, por tipos sin escrúpulos que se creen que el diccionario es un adorno de la estantería o €“ todavía más grave €“ que sirve para utilizarla a su antojo y encadenar frases sin sentido que, al ser pronunciadas, contribuyen a aumentar la contaminación acústica. Esta progresiva decadencia espiritual del verbo y la palabra, por lo general en boca de aquellos que predican preceptos morales sin ninguna vergüenza al ver siempre la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio, pone de relieve uno de los peores males que aquejan a la política y sus actores: la superficialidad al manifestar opiniones y dirimir diferencias como la que tuvimos que soportar a raíz del pedido de juicio político al Fiscal General de la Nación mismo que concluyó en el fracaso, en el aplauso y en la indiferencia, porque más pudo la intención política perspicaz antes que la decorosa palabra censura. El lenguaje político ecuatoriano está deteriorado por culpa de un ejercicio democrático deficiente. Está hecho de lugares comunes, de muletillas, de pasiones y estupideces, se nutre de la pereza y del insulto sin ingenio, sin imaginación, sin agudeza y sin elocuencia. O sea, que se insultan con ordinariez. Pero, seamos realistas. No nos hagamos demasiadas ilusiones respecto a la posibilidad de que este tipo de perniciosos hábitos se modifiquen. Nada podrá detener nunca las lenguas desatadas. En cualquier persona atrapada en el pozo de la ira brota con espontaneidad el desequilibrio terminológico hasta el punto de convertir una ofensa en un bumerán. A la hora de las responsabilidades, los medios de comunicación tampoco están libres de culpa, pues lamentablemente han tomado como maestros a los políticos.

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