Por Julio Carpio Vintimilla

 

Julio Carpio Vintimilla

Un conocido axioma pedagógico sostiene que la primaria educa al individuo; la secundaria, al ciudadano;   y   la superior, al profesional. ¿Habrá que decir   €“ en
este caso preciso y   en consecuencia --   que la secundaria falló en cuanto a la educación cívica latinoamericana?  
Sí, señor

Decir democracia liberal es, en realidad, una redundancia. Es que, en definitiva, no hay ninguna otra democracia. A ver, a ver ¿Y la democracia de los socialdemócratas? (Que, tan liberales, no son; y, algunos de ellos, hasta se dicen prioritariamente socialistas.)   Bueno, pues, no hay contradicción. Los socialdemócratas son democráticos, principalmente, por el fuerte componente liberal de su doctrina.   (En una forma parecida a como lo son, también, los socialcristianos; quienes €“ aunque muy confesionales €“ aceptaron, hace tiempo, expresa o tácitamente, el liberalismo de Occidente.) Todos los antiliberales, en cambio,   -- fascistas, comunistas, populistas, etc. €“ suelen ser, casi sin excepciones, dictatoriales. Consideran que la democracia es, en el fondo, una simple formalidad, un cuento de   los intelectuales capitalistas   (Pero, -- aunque se abunde y   se diga una obviedad --   hace falta señalar, aquí, que la dictadura es, exactamente,   la forma de gobierno opuesta a la democracia; su negación absoluta.)   ¿Y por qué esta reflexión inicial?   Pues, porque, lamentablemente, ocurre que   democracia   es uno de los conceptos políticos más sobados, abusados y   mal comprendidos.   Y €“ después de esta constatación €“ preguntémonos: ¿Por qué pasa semejante cosa?   Tratemos de explicarla. Nosotros la atribuimos, sobre todo, a la muy mala formación cívica de la mayoría de los latinoamericanos. ¿Exageración?   No.   Haga usted, al respecto, una prueba sencilla. ¿Cree que los editorialistas y   analistas   que lee usualmente, manejen, con conocimiento y   soltura, conceptos tales como nación, estado, gobierno, poderes, republicanismo, presidencialismo, etc.? ¿Cree usted que los legisladores de   Montecristi los conocían bien?   ¿Duda?   Si es así, en forma pasiva, nos estará dando la razón
Adelante. Un conocido axioma pedagógico sostiene que la primaria educa al individuo; la secundaria, al ciudadano;   y   la superior, al profesional. ¿Habrá que decir   €“ en este caso preciso y   en consecuencia --   que la secundaria falló en cuanto a la educación cívica latinoamericana?   Sí, señor. ( ¿Habrá que decir sí señora, también; por aquello tan actual y   tan reivindicativo del "género"? )   En ese nivel educativo, principalmente, está el problema. ¿Le cargamos, entonces, la culpa que corresponde? Un momento. No vayamos tan rápido. Y no tomemos el rábano por las hojas. Veámos bien. En América Latina, los establecimientos secundarios, rara vez, son autónomos.         (Y €“ aparte de los experimentales €“ algunos, al menos, sí debieran serlo.) Lo general es que dependan pesadamente de unos ministerios de educación nacionales   muy centralistas e ineficaces. Deben seguir, por lo tanto,   unos pénsumes y   unos programas estandarizados y   bastante rígidos. Naturalmente, si los pénsumes incluyen Educación Cívica, los dichos establecimientos la impartirán Si las reformas educativas, -- muchas de ellas noveleras y   chambonas €“ la limitan o la eliminan, los tales establecimientos la impartirán parcialmente o no la impartirán. (La plaga de las malas reformas educativas debiera ya   ser controlada.)   Concretando, -- después de una transición vacilante €“ en el Ecuador, de hecho, hacia finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, la antigua educación cívica liberal fue reemplazada por una estereotipada cartilla ideológica socialistoide   (o, directamente, por el breve catecismo maoísta del MPD).   En otras palabras,   se impuso la desnuda y   destructiva propaganda dictatorial o totalitaria. Y, con ella, se formó cívicamente (mal) la   dirigencia que hoy día nos dirige (maldirige) De manera que, en vez del trigo, se sembró la cizaña. Y ya estamos, al momento, -- como tenía que suceder €“ cosechando lo sembrado. Y esta cosecha es otro de nuestros tantos y   tan   graves   problemas.

Hay que rectificar los errores y   retirar los horrores acumulados. Esos errores y horrores educativos que €“ de alguna manera €“ nos han conducido a la incertidumbre, a la inestabilidad, a la inutilidad, a la frustración, al enfrentamiento


¿Y por qué ocurrió este desaguisado?   Ejercitemos un poco la memoria. En nuestra secundaria,   -- en la lejana década de los cincuenta €“ se enseñaba todavía unas nociones de Educación Cívica.   (El ciudadano, el gobierno, los poderes del gobierno, requisitos para elegir y   ser elegido, etc.   Se añadía, a veces, unos puntitos de moral, urbanidad   y protocolo.) Y ciertos educadores destacados €“ Francisco Estrella Carrión, por ejemplo €“ ya criticaban la escasez y   la superficialidad de aquel conjunto de   temas. (Aclaración al paso: No estamos, de ningún modo, idealizando la educación de antaño.)   Más o menos simultáneamente,   se estudiaba la Geografía del país y   la Historia Nacional.   Algo bien hecho, ciertamente; porque esos conocimientos, por una parte, nos situaban en los terrenos del ancho mundo; y, por otra, nos hacían sentir partícipes de una cultura   y miembros de una nación. De nuevo: Había notorios defectos. Una parte considerable de aquella Geografía   era una larga lista de accidentes costeros, hoyas, nudos, volcanes, ríos, etc. Y una buena parte de aquella Historia era un   superficial recuento   de campañas militares, biografías de presidentes y   "revoluciones" (más bien silvestres desordenes y levantamientos).   Pero, -- para bien de nuestra educación --   en la década de los sesenta,   las facultades de Filosofía empezaron a cambiar los usuales enfoques y los tratamientos elementales de estas últimas materias. Gabriel Cevallos García, por ejemplo, -- otro educador notable y   de largas miras --   mostró a sus alumnos el camino que había que seguir en el estudio y   la enseñanza de   la Historia. Lástima que no se le hiciera el debido caso;   y   se lo olvidara pronto e   injustamente. Si se hubieran seguido sus ilustradas orientaciones, quizás, nunca se habría impuesto el estudio obligatorio de ese inútil, superfluo   y   vacuo "Derecho Territorial Ecuatoriano". (Una extravagante ocurrencia educativa   del caprichoso populismo de Velasco Ibarra.)
¿Y qué hay que hacer?   En la Educación Cívica €“ como en otras áreas €“ estamos casi en cero. Comprobación evidente: La ignorancia cívica es una de las partes de la ignorancia general. (Y es bien sabido que la ignorancia es la madrina de todas las calamidades sociales. El escueto alfabetismo €“ aunque lo tuviéramos al cien por cien --   es simple y   llana ignorancia. ¡Pensemos en ello!) Y sigue siendo necesaria la modernización de la Geografía del país y   de la Historia nacional. Y, bueno, en fin, las facultades de   Educación debieran preocuparse de la reposición de la Educación Cívica. (Las facultades de las universidades privadas   y   semipúblicas, desde luego; ya que las facultades de las universidades públicas €“ por sus intereses creados €“ seguirán, probablemente,   chapoteando en las pantanosas aguas de   su viejo y   confrontativo ideologismo.) Una reposición que debe hacerse sobre bases modernas y   académicas, naturalmente. Es decir, hay que enseñarle al estudiante las nociones de las Ciencias Políticas. (Sociedad, nación, estado, gobierno, ideas políticas, partidos políticos, etc.)   Con esta medida, podría reemplazarse la actual propaganda reductiva, abusiva e invasiva. Hay que rectificar los errores y   retirar los horrores acumulados. Esos errores y horrores educativos que €“ de alguna manera €“ nos han conducido a la incertidumbre, a la inestabilidad, a la inutilidad, a la frustración, al enfrentamiento ¿Aprenderemos alguna vez de nuestras equivocaciones?   Esperemos que sí. En síntesis: Hay que preparar a los buenos ciudadanos del futuro.
Y recordemos: Una correcta conducta cívica es uno de los requisitos del desarrollo. Es el buen comportamiento, el juego limpio de una sociedad, de una nación, de un país. Y €“ desde otro punto de vista; hoy enfatizado, con razón, por los estudiosos   sociales €“ es una parte del indispensable y   valioso capital humano de las comunidades más modernas: muy educadas y   netamente democráticas.

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