Por Marco Tello
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¿Qué cavilaciones fatigaban la mente del poeta en la mañana del 30 de agosto de 1910, mientras paseaba, como de costumbre, por los jardines de su casa?
Talvez escuchaba en su interior la suave música de Heine y de Gustavo Adolfo Bécquer €“a que alude Remigio Crespo Toral-, cuando cedió misteriosamente el maderamen que cubría la boca del pozo, y el poeta descendió hasta el fondo, atraído quizá por las voces ya familiares de la muerte. |
Daba como de costumbre el paseo matinal por los jardines de la casa. Pálido, esquelético, sufriente, caminaba fuera de la realidad, en un mundo de melancolía enfermiza y de arrobamiento místico, según podemos observarlo en las pinceladas románticas de don Isaac J. Barrera. Por su lado, Antonio Lloret Bastidas lo describe como el poeta de la tristeza y de la muerte, y lo encuentra sencillo en los versos tempranos de "Sábados de Mayo", y doliente en el "Libro del Corazón": |
Talvez revivía en lo más hondo del pecho el sentimiento de añoranza que experimentó en las fronteras con el Perú, adonde le llevó el ejercicio de la medicina, antes de retornar al terruño para constituir un hogar y entregarse al desempeño de su noble y silenciosa profesión:
"Correo que vas y vuelves por caminos del Azuay, adonde triste, proscrito ya no he de volver jamás; di, ¿qué viste de mi Cuenca en el último arrabal, en una casita blanca que a orillas del río está, coronada de un molino, perdida entre un alisar?" O talvez llegaban en el viento las voces de los seres amados cuya definitiva ausencia le había sumido en un mar de abatimiento y soledad: "Envuelta en las tocas, de sus grandes alas, a orillas del lago dormita esa garza, triste y aterida, muda y solitaria, como están mis muertos adentro de mi alma". En junio de 1902 había fallecido Mercedes Hortensia, la primogénita. El poeta acababa de edificar el hermoso templo del Cenáculo, y la primera ofrenda ha debido ser la vida de la hija, reseña la nota necrológica de "La Unión Literaria". Cuenta además que en vísperas de la muerte la niña había enviado al altar la primera flor de una azucen que cultivaba en el jardín de su casa; y que, dos días después, el cadáver de la cultivadora se hallaba delante de ese mismo altar. |
"Los ángeles suben y bajan en la casa del poeta ( ). Pero, ¡cuánto dolor para el padre y para la madre, en estas repetidas escenas de la muerte! La dulce flaqueza de la ternura nos hace olvidar que el cielo está muy cerca de nosotros" |
Monumento al poeta en el parque del barrio San Sebastián, que lleva su nombre. |
En el número de septiembre, se lee en la mencionada revista que el poeta está nuevamente de duelo, pues su tierno hijo José David ha seguido a la hermanita mayor. "Los ángeles suben y bajan en la casa del poeta ( ). Pero, ¡cuánto dolor para el padre y para la madre, en estas repetidas escenas de la muerte! La dulce flaqueza de la ternura nos hace olvidar que el cielo está muy cerca de nosotros", expresan las palabras de consolación de los entrañables amigos.
No han transcurrido muchos días, y en octubre de 1902 la revista trae la infausta noticia del fallecimiento de Mercedes Victoria, esposa idolatrada del poeta: "En este número, se imprimían los testimonios de condolencia que sus amigos le prodigaban por la muerte de su primogénita ( ) cuando, a pocos días, era llevada al cementerio la esposa de nuestro desventurado amigo. ¡Ay, qué tempestad de dolor sobre un solo corazón!". Y retoma la revista una imagen anterior en busca de consuelo ante lo ineluctable: " concluido el templo que consagró a Jesucristo Sacramentado, ha llevado incienso y mirra ante las aras, conduciendo al pie del altar de adoración, los cadáveres de los hijos y, al fin, el de su esposa".
Como si le faltara un eslabón a esta interminable cadena de infortunios, en marzo de 1903 las páginas de "La Unión Literaria" se conduelen, esta vez, por la muerte del anciano progenitor: " sobre los laureles de la poesía se le van entretejiendo tantas espinas que, apenas otra frente que no fuese la suya, pudiera soportarlas", son las frases de solidaridad para el hijo ya agobiado ante el rigor de la fatalidad.
¿Qué otras cavilaciones fatigaban la mente del poeta en la mañana del 30 de agosto de 1910, mientras paseaba meditabundo, como de costumbre, por los jardines de su casa? Talvez escuchaba en su interior la suave música de Heine y de Gustavo Adolfo Bécquer €“a que alude Remigio Crespo Toral-, cuando cedió misteriosamente el maderamen que cubría la boca del pozo, y el poeta descendió hasta el fondo, atraído quizá por las voces ya familiares de la muerte:
"Y a mí, la neblina
déme una mortaja;
me cercan las tumbas:
¡mis muertos me llaman!"
Andaba Miguel Moreno por los 59 años de edad. La mejor manera de recordarlo en el primer centenario de su desaparición es volver al ritmo ligero y esencial de los versos donde pervive -mejor que sobre la fría columna de mármol- su alma de poeta. Tiene ecos de copla y sencillez de dulzura, afirma contagiado de su música don Isaac J. Barrera.