Por Marco Tello

 

Marco Tello
Al cantar la primera estrofa del Himno Nacional, quizás llamaríamos la atención en el circo de naciones que conforman este pequeño mundo, pero armaríamos, tontamente, un pleito diplomático. Por lo demás, el himno, tal como se lo canta, es un símbolo patrio ya inmovilizado en el tiempo y ajeno a las vicisitudes de la historia nacional

Hemos titulado este cometario con el primer verso de la segunda estrofa del Himno Nacional. En uno de sus programas sabatinos, el Presidente de la República ha propuesto abrir un debate para que los ecuatorianos volvamos a cantar la primera estrofa. Es raro que tan curiosa propuesta haya pasado inadvertida, al menos hasta el momento de escribir estas líneas, talvez por lo inapropiado del tema o, ocaso, debido a la poca seriedad con que se toman las declaraciones sabatinas del jefe de gobierno que no aluden a la prensa. Sin embargo, el asunto tiene interés nacional y trascendencia internacional.
Pero antes de considerar la propuesta, vale la pena recordar que las letras escritas para los himnos de las naciones recién liberadas de España se relacionan con ese determinado momento histórico, en el primer cuarto del siglo XIX. En lo literario, los poetas hallaron en el decasílabo dactílico el metro adecuado para interpretar un sentir colectivo de libertad, de amor patrio, de atracción por el pasado, de emoción frente al paisaje, sentimientos propios de la escuela romántica. Justamente, el acento de intensidad sobre la tercera, la sexta y la novena sílabas, permitía trasladar al verso el aire marcial de los ejércitos, el choque de las armas, las hazañas, los gritos de muerte y de victoria.
Debido a las circunstancias históricas, los himnos patrios son casi gemelos, no tanto por la fecha de su factura, sino por la forma, el origen y el contenido. En cuanto a la forma, los poemas son bastante similares, ya que , como dijimos, emplean, por lo general, el decasílabo dactílico organizado en un coro seguido de un número variable de octavas agudas; a excepción del himno de Colombia, que prefiere, para el coro, el heptasílabo, y el alejandrino para las once estrofas; y el de Venezuela, que concentra la emoción patriótica en
octavillas de versos hexasílabos, cuya autoría se atribuye a don Andrés Bello,
versos cortos, tajantes y sonoros, como para ser recitados por los bravos comandantes llaneros. El coro está compuesto de cuatro versos rimados a la voluntad   (ABBC, el Ecuador; abcb, Colombia; ABAB,   el Perú; abab, Venezuela;   ABBC, Bolivia; ABCA, Chile; ABAB, México). Las octavas y las octavillas están constituidas   por diverso número de estrofas de ocho versos de rima libre,   pero con acentuación aguda en la cuarta y octava sílabas (ABBC:DEEC, el Ecuador, Bolivia y México; ABCB:DBEB, el Perú; abcb:dbeb, Venezuela; ABAC:DEDC, Chile). Se trata, pues, de organizaciones versales que proceden de finales del siglo XVII, pero puestas en boga entre nosotros, en el primer tercio del siglo XIX, por los románticos hispanoamericanos.
En lo tocante al origen y al contenido, cabe apuntar que la mayoría de las canciones patrias de nuestras naciones tuvieron como fuente histórica la lucha por la Independencia, y como una de las fuentes literarias el canto a la Victoria de Junín, de nuestro incomparable Olmedo. De modo que si empleáramos los criterios de plagio aplicados por algunos críticos ecuatorianos al autor de la letra de nuestro himno, don Juan León Mera, deberíamos también motejar de plagiarios a otros autores que tomaron para sus himnos los elevados pensamientos del poeta ecuatoriano. Por fin, si nos asomamos profanamente a la música, encontraremos que varios compositores de los   himnos americanos, como el del Ecuador, fueron de origen extranjero. El himno de Colombia y el de Bolivia fueron obra de músicos italianos; el de Chile, el de la Argentina y el de México, fueron compuestos por españoles. Tampoco cabría atribuirles poca originalidad a los artistas que captaron la emoción del hombre americano recién incorporado a la vida independiente, por haber dejado en algún acorde el eco de los ritmos marciales que por entonces resonaban en sus patrias lejanas.

Volviendo a la letra de las composiciones, resulta que años después de sellada la independencia y años después del malhadado intento peninsular, en la década de 1860, de reconquistar sus antiguas colonias, se establecieron relaciones amistosas entre las naciones hispanoamericanas y España, que había vuelto a ser para los antiguos criollos, ahora gobernantes, la madre patria lejana; en consecuencia, resultaban inamistosas algunas expresiones ciertamente felices, pero que habían sido forjadas en un momento de odio, casi al fragor de los combates. A comienzos del siglo XX, a instancias de España y en aras de la amistad con ella, la letra de algunos himnos fue reformada o, en su defecto, se dejaron oficialmente de cantar las octavas que ya no armonizaban con el nuevo contexto de relaciones internacionales. Ocurrió con el himno del Perú, cuyo texto original era muy agresivo y se lo terminó entonando el coro y la primera de las siete estrofas, la menos ofensiva para España. Con su tino habitual, Chile modificó el himno y hoy se canta el coro y la quinta estrofa, que no alude a la guerra emancipadora, sino a la hermosura del paisaje, al cielo azul, al mar y las montañas. También el himno de México experimentó constantes modificaciones a lo largo de casi un siglo, a partir de 1854.

Juan León Mera
Juan León Mera (arriba) y Antonio Neumane,
los autores de la letra y de la música del
Himno Nacional del Ecuador.

Antonio Neumane

En el caso del Ecuador, la primera letra, escrita por Olmedo en 1830, a instancias del general Flores, no recibió buena acogida. Debieron transcurrir 35 años, y cuando el ruido de las armas libertarias entraba a la leyenda, don Juan León Mera, en una memorable noche de noviembre de 1865, escribió el coro y las seis estrofas que fueron luego musicalizadas por Neumane. Según se afirma, el propio compositor dirigió la primera ejecución frente al palacio de gobierno, poco antes de morir. Pero como sucedió en otros países, las estrofas de nuestro himno, a excepción de la segunda, resultaban lesivas para una nación amiga. En 1888, Mera se había molestado cuando se le pidió que las modificara; pero a comienzos del siglo XX, el Ecuador tenía que ponerse a la altura de los tiempos y condescendió, diplomáticamente, reduciendo el canto al coro y a la segunda estrofa. ¿Por qué? Porque las demás eran hirientes (la primera habla de la ibérica audacia, y alude a España como el monstruo sangriento; la tercera muestra al león ibérico destrozado y rugiendo de impotencia; la cuarta previene a España si intenta volver a excitar nuestra ira vengadora; la quinta hace al fiero español sucumbir; la sexta advierte al tirano que sólo hallará cenizas). Así, pues, nos queda libre de expresiones ofensivas la segunda estrofa que, a nuestro juicio, parece ser la más cercana a la emoción lírica despertada por la letra del coro.

Examinado así el asunto, el lector decidirá si concuerda con el Presidente, a estas alturas del siglo XXI, para cantar la primera estrofa del Himno Nacional. Quizás llamaríamos la atención en el circo de naciones que conforman este pequeño mundo, pero armaríamos, tontamente, un pleito diplomático. Por lo demás, el himno, tal como se lo canta, es un símbolo patrio ya inmovilizado en el tiempo y ajeno a las vicisitudes de la historia nacional. De todos modos, sería bueno averiguar lo que piensan al respecto los grupos humanos, las minorías étnicas ( €œlos primeros los hijos del suelo €) que presumiblemente nunca se habrán sentido representadas en la letra de las seis estrofas del himno patrio, aunque sí identificadas nacionalmente por la fuerza emotiva de la música.


Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233