Por Rodrigo Villacís Molina
Los congresos internacionales, que abordan los temas más diversos, convocan a numerosos invitados, entre los cuales llegan personalidades de incuestionable relevancia. Tal es el caso de Nicolas Keglevich (Budapest, 1939).
- ¿Y cómo le ha parecido nuestra gente?
- Me gusta mucho este país, y sobre todo precisamente su gente: cordial, amable, acogedora, muy simpática Acabo de estar en las Galápagos, que es una cosa impresionante, otro mundo: Quito, a su vez, es una ciudad muy bella, a la que he venido por segunda ocasión. También he ido a Guayaquil. La próxima visitaré Cuenca, de la que me han hablado mucho y en los mejores términos.
- ¿Es la primera vez que el Congreso de la SKAL tiene su sede en Quito?
- Sí, y nos ha ido muy bien; el primero fue en París, hace 70 años. A partir de entonces la Asociación ha venido creciendo y ahora se halla en 92 países alrededor del mundo; agrupa a los altos ejecutivos de toda la industria turística: hoteleros, compañías aéreas, alquiler de carros, agencias de viajes, operadores y empresas relacionadas con el servicio a viajeros, como Assist-Card., a la que yo represento, en mi calidad de Director General.
- ¿Propósitos de este Congreso?
- En realidad, los altos ejecutivos de la industria turística nos reunimos periódicamente, a fin de intercambiar experiencias y opiniones, fortaleciendo al mismo tiempo los lazos de amistad entre nosotros; lo cual, como es obvio, nos ayuda a futuro en el negocio.
- Si las empresas tienen edad, ¿cuál es la de su empresa?
- Nació hace 44 años, y yo estoy al frente de Assit-Card. desde hace 39. El proyecto comenzó en Francia, ofreciendo servicios a los franceses que viajaban a España, sobre todo en términos legales, porque ellos tenían con frecuencia problemas de esa índole. Yo me vinculé a esa empresa y traje la idea, el concepto, ampliándolo, a América Latina, en los años 70.
- Pero la idea del seguro para viajeros es mucho más antigua
- Lo nuestro no es un precisamente un seguro; es mucho más. Un seguro simplemente le reembolsa, según las cláusulas del contrato, los gastos que usted ha hecho. Con Assist-Card. usted viaja y cuenta con una estructura de protección en 197 países alrededor del mundo, que le va a dar la asistencia que usted necesite; tanto si se trata de un pequeño contratiempo como de una emergencia grave. Vale decir que la compañía está estructurada para asistirlo, localmente, en todo el mundo. Esto significa que usted tiene el número telefónico de un amigo que está a su disposición en todas partes, siete días a la semana, las 24 horas del día; habla en su idioma y siempre se halla listo para solucionarle cualquier problema. Muy simple, ¿no? Aquí en el Ecuador funcionamos muy bien, y estamos creciendo.
- ¿Dónde es la matriz o base de operaciones de assist-card.?
- Estamos divididos regionalmente, y cada región tiene su oficina local. Por ejemplo la oficina regional de Asia está en Seúl, Corea del Sur; para América del Norte y el Caribe se halla en Miami, etc., y para Sudamérica, en Buenos Aires, donde yo resido. Eso me obliga, desde luego, a viajar mucho, aunque últimamente he bajado el ritmo. Antes, de los 365 días estaba de viaje los 300. Pero la verdad es que viajar es mi pasión, tanto como mi negocio. De modo que disfruto al máximo de mi trabajo.
- ¿Usted sabe que "negocio" es la negación del "ocio"?
- Eso dicen los lingüistas, mas para mí no se oponen los dos conceptos. Ocio y negocio en mi caso se confunden.
- ¿Una adicción o una vocación?
- Hay vocaciones para la música, para la literatura, para la pintura; para mí son los viajes, a los que ciertamente soy adicto.
- ¿De dónde viene usted?, quiero decir ¿cuál es su lugar de origen?
- Budapest, Hungría.
- Habla el español como si fuera su lengua materna.
- Gracias. Hablo siete idiomas, por ahora; el húngaro, obviamente, inglés, español, italiano, francés, portugués y alemán; tengo una gran facilidad para las lenguas, y eso me ha servido muchísimo en mi trabajo, que no tiene fronteras.
- ¿Cuándo salió usted de Hungría?
- Cuando nos persiguieron los rusos.
- ¿Y eso?
- Es que Hungría, como usted sabe, fue un país aliado de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y cuando los rusos la tomaron por asalto, se propusieron destruir todo lo que era la nobleza, como hicieron en su propio país con los zares y su entorno. Y ocurre que yo vengo de una familia noble, que por supuesto se hallaba en la mira de los invasores, quienes querían eliminarnos de la faz de la Tierra. Tuvimos entonces que escapar para salvar la vida, pero los invasores se quedaron con todos nuestros bienes, incluso un hermoso castillo, a 63 kilómetros de Budapest, y que después de años, cargado de nostalgia, yo conseguí recuperar, recomprándolo al Gobierno; porque cuando éste se abrió nuevamente a la democracia, lo que nos dieron en compensación de todos los bienes confiscados fueron papeles, bonos del Estado, sin valor real.
- ¿Pensaba habitar ese castillo? Digo, porque no deben de ser muy confortables ahora, si alguna vez lo fueron.
- La idea era que mis hijos y nietos estuvieran allá; no sé, a reencontrarse con sus orígenes, con el pasado de su familia; pero la verdad es que no funcionó; nadie quiso ir. De modo que lo volví a vender.
- ¿Pero usted se crió en ese castillo?
- Bueno, teníamos siete, y pasábamos temporadas en cada uno. La vida entonces era tan distinta; mi padre por ejemplo, se recibió de ingeniero en uno de esos castillos. Los profesores iban allá para darle clases. Así era el caso de todos los nobles que querían estudiar. Por supuesto que nadie reprobaba, porque si eso ocurría, los profesores perdían el trabajo.
- En su anillo veo un escudo de nobleza, ¿cuál es su título?
- El de Conde.
- ¿Le sirve de algo en el mundo de hoy?
- Bueno, no sé (sonríe), quizás para conseguir una mejor habitación en los hoteles, o una buena mesa en los restaurantes Pero (se pone serio) el título de mi familia, por sí acaso, lo otorgó el Papa en el año 1603. O sea que no es un título comprado, sino otorgado, por méritos, por el Sumo Pontífice. Y hay que saber que estos títulos son más importantes que los que otorgaban los reyes.
- También "por si acaso" ¿no?
- Sí, claro.
- Entonces, Hungría era un país muy católico.
- Sí, sí, totalmente. De hecho, uno de los reyes de Hungría fue San Esteban; el único Rey que ha sido canonizado.
- Más razón para que los ejércitos rojos se ensañaran con ese país. Pero dígame, ¿cómo se salvaron ustedes?
- Nosotros, mi hermana y yo, muy niños -yo de tres años-, teníamos una "gobernanta" o institutriz, que era belga, y cuando entraron los rusos ella nos protegió, mientras mis padres, buscados por todas partes, escapaban. Gracias a ella pudimos salir a Bélgica, porque se presentó en un campamento de la Cruz Roja, en Budapest, y dijo que nos había encontrado en la calle, que no sabía quiénes éramos, y que nos llevaba a Bélgica para que no muriéramos. Le creyeron, le autorizaron, y así nos salvó.
- ¿Y sus padres?
- Nos encontraron varios años después; pero eso es una larga historia que está en mi libro, Nobleza obliga, que si quiere se lo haré llegar después
- Gracias, me interesa mucho. ¿Va usted con frecuencia a Budapest?
- Cada vez que puedo. La última llevé a mis hijos, tengo tres, y a mis nietos a que conocieran todo eso, a que se encontraran con las raíces de la familia. Era para mí muy importante; pero, en fin los tiempos han cambiado Recordé entonces cuando me sentía perdido en Bélgica, sin tener a quien recurrir, y no podía imaginar siquiera que yo me encargaría, con el tiempo y con mi empresa, de ayudar a quienes pueden encontrarse en esa situación
- Nada es casual ¿no?
- Yo sé lo que es eso, porque lo sufrí en carne propia. Ahora somos, en este campo, el de la asistencia al viajero, la compañía número uno en el mundo, y vendemos nuestros servicios a través de las agencias de viajes, que constituyen nuestro canal natural.
- Ocurre que yo trabajaba en un banco suizo, en Ginebra, y tenía que buscar capitales en Latinoamérica para ser invertidos en Suiza. Un día encontré la información de una compañía francesa que prestaba asistencia a las personas que viajaban; entonces fui a París a ver al principal de esa empresa y me ofrecí a trabajar para él. Me dijo que claro, con mucho gusto, que tenía apertura para vendedores en diferentes localidades de Francia. Le dije "no, no, yo quiero representar a su compañía en Sudamérica". Me dijo que yo estaba loco, " ¿qué les vas a vender a esos indígenas?, me preguntó, " ¿crees que ellos viajan?" Y estamos hablando de finales de la década de los 60, ¡fíjese usted!
- ¡Increíble!
- Entonces le manifesté que a mi juicio era mucho más importante vender esos servicio a un sudamericano que viene a Europa, con grandes diferencias culturales, sin idiomas, que a un francés que viaja a España, por ejemplo. Á‰l insistió en que no le convencía y que no me daría la representación porque no tenía sentido. Yo le propuse que me diera la representación sin costo de su parte; o sea, solo a comisión. "Si no vendo, es mi problema", subrayé. Aceptó a regañadientes, y así empecé, de la nada.
- ¿Funcionó desde el principio?
- Cuando comenzamos fue difícil ciertamente, porque me sacaban de las agencias de viaje como un pájaro de mal agüero. "No les puedo decir a mis clientes que si viajan les puede pasar cualquier cosa, desde perder el equipaje hasta romperse el alma -me objetaban-; eso atentaría contra mi negocio". Pero hoy casi no hay agencia de viajes que no ofrezca a sus clientes nuestros servicios.
- ¿Algún caso anecdótico?
- El de una señora a la que se le perdió durante un viaje su marido. Usó por supuesto su tarjeta para llamarnos, desesperada, pidiendo ayuda. El señor había salido "por unos minutos" del hotel, y no regresaba. En realidad, parece que estaba escapándose de ella. Pero nosotros, con una agencia de detectives, lo encontramos; pues los problemas se hicieron para solucionarlos.
- ¿Y el problema de él?, ¿qué le habrá pasado después, con su esposa?
- Bueno, nosotros estamos en todo, pero no tanto