Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

¿ Qué hace falta?
Calma, serenidad y menos intransigencia. Como en todo, la clave está en el equilibrio, en aprender a valorar una serie de matices que no siempre es fáci conocer de antemano.

El Gobierno no puede darse el lujo de seguir dilapidando la inmensa popularidad que le llevó al poder. Su caudal electoral y su continuidad al mando de la nación están en juego precisamente, porque el Jefe de Estado se ha dedicado sin miramientos a responder a sus enemigos reales o imaginarios en un tono calificado como de extremadamente prepotente que está provocando, en medio de la perplejidad política, una fractura social de imprevisibles consecuencias en una democracia tan remendada como la nuestra.
El Presidente Rafael Correa no lo ve así, por supuesto. Y hasta ahora nada ni nadie le convencen de que tiene que cambiar de actitud, comportamiento que cada día sorprende, incluso, a muchos de quienes cercanamente dicen conocerlo.
Obliga a preguntarse, en todo caso, por las razones que le asisten en su estilo de gobernar: prepotencia o simple falta de ella, mesianismo o politiquería o franco convencimiento de que sin él se desmorona el país.
Rafael Correa triunfó con un programa centrado en un proceso constituyente, completado en el 2008, para refundar el Estado y la democracia, fortalecer las instituciones a costa de los poderes fácticos tradicionales, priorizar el gasto social y alcanzar la soberanía energética y financiera. Correa y su gobierno están cumpliendo con una política social seria y estructural en materia de salud, educación, vialidad, tributación y promoción social, superando de largo viejas prácticas excluyentes del pasado, aparte de otras realizaciones indiscutidas. Sus divisas de la revolución ciudadana y el socialismo del siglo XXI, controvertidos, han sido, empero, masivamente respaldadas en las urnas, en dos

referendos y en dos elecciones, la última de las cuales, revalidó su mandato hasta el 2013.
¿ Qué hace falta?   Calma, serenidad y menos intransigencia. Como en todo, la clave está en el equilibrio, en aprender a valorar una serie de matices que no siempre es fácil conocer de antemano. En resumidas cuentas, hablamos de tolerancia y empatía, de valores como la concordia, la fraternidad y la indispensable moderación para saber reconocer la existencia del pensamiento libre, la visión crítica y el derecho a disentir.
El enfrentamiento verbal casi permanente con sectores organizados y gremiales, con los empresarios de la prensa y de la televisión, y con una oposición amorfa, sin identidad, sin liderazgo, desarticulada y sin destino no puede ocupar las reflexiones de un mandatario, en tanto el país afronta demasiados y muy agudos problemas que demanda dedicación a tiempo completo en la búsqueda de soluciones.
La exclusión política debe de terminar y la acción debería venir del Gobierno, mucho más sí conserva legitimidad y aceptación. Llevar la contraria a una corriente minoritaria de opinión y despotricar contra la   " prensa corrupta " es caer en el juego del Mal y en las trampas que a diario le tienden en el camino.   Al final todo se reduce a saber dar a cada cosa su justa importancia.
Se impone una vuelta a los principios. Defender con acciones prácticas el reparto de la riqueza y los medios de producción, la separación de poderes, la austeridad, la seguridad ciudadana, la democracia porque solo así   venceremos al individualismo, la ambición, la precariedad, la exclusión social, la falsedad y el divisionismo.

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