Por Yolanda Reinoso
Uno puede detenerse cada diez pasos a observar cada una de ellas, pues ninguna se repite y tienen en común la particularidad de que parecen mirar, con esa impasibilidad propia de los rostros de los santos, y aunque hoy la mayoría son réplicas de las originales trasladadas al Museo Nacional, no les falta ese aspecto místico propio de su presencia |
El obligado paseo por el Puente Carlos en Praga, más que una caminata de un extremo a otro, es transitar por la historia con los pies, es volver sobre los pasos de aquellos que hacia el año 1357, lo habrían recorrido por vez primera cuando empezaba a construirse, y no con el simple propósito de unir la Ciudad Vieja con las zonas nuevas adyacentes, sino con la idea de transformar la urbe para siempre, abriendo la posibilidad del comercio con la Europa Occidental.
Sabemos que este puente es considerado como uno de los ejemplos más decidores del arte gótico, sobre todo por la torre que se encuentra en uno de sus extremos, pero quizá lo más llamativo de esta maravilla arquitectónica, son sus dimensiones y las 30 estatuas que se añadieron hacia 1700. De 10 metros de ancho y aproximadamente 500 de largo, uno puede detenerse cada diez pasos a observar con cuidado cada una de las estatuas, pues ninguna se repite y tienen en común la particularidad de que parecen mirar, con esa impasibilidad propia de los rostros de los santos, y aunque hoy la mayoría de las estatuas son réplicas de las originales, que han sido trasladadas al Museo Nacional, no les falta ese aspecto místico propio de su presencia.
La estatua de Juan Nepomuceno llama la atención por la forma en que carga un gran crucifijo, a la vez que le rodea un aura estrellada; la virtud de este hombre que fuera el confesor de la reina de Bohemia, radica en haber guardado por siempre el secreto de confesión sin importarle las consecuencias que eso le trajera. Santa Lutgarda impresiona por el dolor tan bien expresado en su rostro al bajar a Cristo de la cruz. Esta representación tiene que ver con el hecho de que ella fue en Bélgica una de las primeras en practicar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De la estatua de la santa bohemia Ludmila, más que la representación misma, resulta interesante aprender sobre su vida, puesto que se trata de una mujer cuyos esfuerzos por propagar el cristianismo ya hacia el siglo IX junto a su esposo, le llevaron a enfrentar conflictos políticos que acabaron con su vida, motivo por el cual es venerada por la Iglesia Católica.
Acostumbrada a ver representado a Juan El Bautista con su rostro sufrido, me pareció refrescante ver que su estatua guarda una pose diferente, relacionada con sus prédicas y llevando una cruz dorada que brilla a la luz del sol aún en invierno. La Crucifixión habla por sí sola, pero tiene de particular las inscripciones doradas que acompañan al Inri en hebreo. La estatua de la Virgen resalta por tener a sus pies a un San Bernardo acompañado por ángeles, y de cuya vida resalta la organización de la Orden del Temple en circunstancias sociales difíciles, dado que muchos exégetas de la fe empezaban a hablar de la misma con base en lo humano, algo que San Bernardo rechazara de plano y que cambiaría la vida del famoso Abelardo y la de su amor prohibido, Eloísa.
San Cristóbal. |
Santa Lutgarda. |
La estatua de Juan Nepomuceno llama la atención por la forma en que carga un gran crucifijo, a la vez que le rodea un aura estrellada; la virtud de este hombre que fuera el confesor de la reina de Bohemia, radica en haber guardado por siempre el secreto de confesión sin importarle las consecuencias que eso le trajera. Santa Lutgarda impresiona por el dolor tan bien expresado en su rostro al bajar a Cristo de la cruz. Esta representación tiene que ver con el hecho de que ella fue en Bélgica una de las primeras en practicar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De la estatua de la santa bohemia Ludmila, más que la representación misma, resulta interesante aprender sobre su vida, puesto que se trata de una mujer cuyos esfuerzos por propagar el cristianismo ya hacia el siglo IX junto a su esposo, le llevaron a enfrentar conflictos políticos que acabaron con su vida, motivo por el cual es venerada por la Iglesia Católica.
Acostumbrada a ver representado a Juan El Bautista con su rostro sufrido, me pareció refrescante ver que su estatua guarda una pose diferente, relacionada con sus prédicas y llevando una cruz dorada que brilla a la luz del sol aún en invierno. La Crucifixión habla por sí sola, pero tiene de particular las inscripciones doradas que acompañan al Inri en hebreo. La estatua de la Virgen resalta por tener a sus pies a un San Bernardo acompañado por ángeles, y de cuya vida resalta la organización de la Orden del Temple en circunstancias sociales difíciles, dado que muchos exégetas de la fe empezaban a hablar de la misma con base en lo humano, algo que San Bernardo rechazara de plano y que cambiaría la vida del famoso Abelardo y la de su amor prohibido, Eloísa.
San Juan Bautista. | Juan Nepomuceno. | Crucifixión |
Una de las estatuas más agradables por su pose tan relajada y descansada, es la de San Cristóbal, cuya estatura de gigante de acuerdo con lo que se cuenta de él, está muy bien manifestada en el contraste con la pequeñez de un Jesús que reposa sobre su hombro en actitud juguetona. Las otras estatuas, sobre las que es imposible hablar en un solo artículo, tienen su propia rareza; los artistas checos que las esculpieron por encargo de la autoridad ciudadana, tenían una visión moderna de la vida de los santos y de los personajes bíblicos representados, y es allí donde radica lo especial de estas obras de arte, a más de ser referente de la fe del pueblo.
El puente no sería el mismo al amanecer cuando aquéllas se recortan contra los primeros rayos de luz, ni tampoco tendría el puente ese aire a misterio que en la noche adquiere gracias a la iluminación tan bien puesta. De noche o de día, hay que detenerse a ver el río Moldava, la bella ciudad al fondo, pero más que nada, a descubrir la personalidad que cada estatua guarda sorprendiendo siempre de buena manera.
El puente no sería el mismo al amanecer cuando aquéllas se recortan contra los primeros rayos de luz, ni tampoco tendría el puente ese aire a misterio que en la noche adquiere gracias a la iluminación tan bien puesta. De noche o de día, hay que detenerse a ver el río Moldava, la bella ciudad al fondo, pero más que nada, a descubrir la personalidad que cada estatua guarda sorprendiendo siempre de buena manera.