Por Marco Tello

 

Marco Tello
Cuando un hijo del mandatario cumplió dieciocho años ya había festejado su primer millón de dólares. Una asociación delictiva negoció 24 mil millones de sucres en equipos y materiales con falsos concursos de ofertas, y legisladores gobiernistas distribuían miles de millones de sucres entre fundaciones y supuestas partidas seccionales

"Los reporteros se pasan la vida jodiendo a otros y sentados fumando, tomando café y escribiendo pendejadas". Así se expresaba el ministro de energía. Poco antes había confesado a los reporteros que le gustaría tomar a las mujeres por los cabellos,   arrastrarlas hacia la caverna y comérselas. Por su parte, el ministro de obras públicas había perdido la cabeza y los calzoncillos en un hotel. Furioso por la publicación de la noticia, amenazó a una periodista extranjera con expulsarla por morbosa.
La corrupción había formado parte de la historia colonial y republicana; pero nunca antes había alcanzado rango oficial la chifladura ni se había instaurado el pillaje como sistema de gobierno.
Una vez integrados al equipo gubernamental, los funcionarios procuraban mostrarse dignos del Presidente. Su misión era aplaudir cada rapto de megalomanía y actuar en el circo de los gabinetes ambulantes. En seis meses de farándula, el personaje principal cantó y bailó sin parar hasta el desmayo. Se armaba el tablado para que lanzara un CD carraspeado por la voz presidencial; o para que subastara a favor de una obra pía la mosca que llevaba por bigote, sin que se supiera el destino de los buenos millones recaudados.
Debería la juventud recién incorporada al sistema electoral revisar la prensa de esos días oprobiosos. En política, todos somos actores o lectores de una misma novela. Verá a los ministros cargando las mochilas escolares a la espalda, fabricadas por una empresa colombiana que con un irrisorio capital recibió la adjudicación de un contrato millonario. Verá en el centro a la autora del negociado, respaldada por esta rotunda declaración presidencial: "A la ministra de educación no me la mueve ni un terremoto". Verá al mandatario con una funda de leche en la boca, aunque ese producto populista fue declarado no apto para el consumo humano. Lo verá en una nación vecina, vestido de inca, los dedos untados de cuy y de mondongo, en una visita oficial memorable porque demostró que no tenía idea del país donde gobernaba. Verá al Presidente fandanguero cantándole en una farra a Lorena Bobbit. "Al conocerlo a usted, veo que el pueblo ecuatoriano ya es maduro, porque usted representa lo que realmente somos", expresó la agradecida mujer, célebre por cercenarle el pene al marido.

Consulados y embajadas se distribuían entre la parentela. En las aduanas operaba una banda delincuencial. Se calculaba que la extorsión, el cohecho y el tráfico de influencias generaban hasta 500 millones de sucres diarios que iban a parar en cuentas personales. Guapas estudiantes y atractivas bachilleres manejaban los contratos petroleros, y las empleadas domésticas constaban con jugosos sueldos en el rol de pagos de la empresa estatal de petróleos. Cuando un hijo del mandatario cumplió los dieciocho años ya había festejado su primer millón de dólares. Una asociación delictiva negoció 24 mil millones de sucres en equipos y materiales que eran adquiridos por los centros educativos con falsos concursos de ofertas, y hubo legisladores gobiernistas que distribuían miles de millones de sucres entre fundaciones y supuestas partidas seccionales. Se denunció al gerente del Banco del Estado por cobrar presuntamente una comisión de12 millones de dólares en la negociación de un crédito con un banco extranjero, y al gerente de la empresa de telecomunicaciones por firmar contratos por tantos millones de dólares que el propio Presidente los detuvo, ya asustado.
Porque había llegado el momento de que el pueblo reaccionara. Millones de personas marcharon enfurecidas por las calles y los campos del país. Siguiendo una tradición siempre renovada, los periodistas desfilaron amordazados. Llegó la multitud a la capital, venció las alambradas, los tanques, las ametralladoras, y puso en fuga a los ocupantes del palacio. Era la noche del 7 de febrero de 1997 €“hace trece años-. Sólo entonces, el fugitivo cayó en la cuenta de que había sido elegido Presidente de la República y no bufón de ferias democráticas. Era tarde para ponerse a lagrimear.
Y no era decoroso huir sin un último toque. La banda logró sacar del Banco Central once mil millones de sucres y embutirlos en costales apilados. Cuando el ex jefe financiero del régimen fue aprehendido en la frontera, llevaba en los bolsillos tres millones y medio de dólares que por arte de magia se fueron reduciendo a poco más de tres mil. Otros personajes consiguieron escapar y hoy gozan de buena salud en el extranjero. Ojalá volvieran pronto, antes de que nos muramos, porque tienen todavía mucho que contar y mucho que cantar.

 

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