El pensamiento y la obra de Leonidas Proaño marcaron un punto de partida en la proyección humana, cultural y política del sector social más abusado y explotado de la población ecuatoriana, que hoy ha recobrado su dignidad
Era diciembre de 1984. Obispos ecuatorianos se habían reunido en un cónclave en el Seminario de Monay, entonces en las afueras de Cuenca, para analizar la realidad social del Ecuador y de la América Latina.
El personaje central de la cita era Leonidas Proaño, Obispo de Riobamba, a quien le habían adosado peyorativamente el apodo de Obispo de los Indios, que luego se consagraría como el título honorífico con el que pasaría a la posteridad.
Este mes se cumplen cien años de su nacimiento. "Soy hijo de familia pobre Nací el 29 de enero de 1910 en San Antonio de Ibarra. Supe, como todos los pobres, lo que es padecer de necesidad y de hambre. La pobreza es también un don", apuntaría en su autobiografía.
Fue el prelado de más notoriedad en aquella cita, por su trabajo singular con los indígenas de Chimborazo, donde era obispo por 30 años y estaba próximo a culminar su misión apostólica: "cuanto he vivido y he aprendido no ha sido extraído de las aulas universitarias de mi país o de algún otro país del mundo, sino de la cantera del pueblo, porque mi Universidad ha sido el pueblo y mis mejores maestros han sido los pobres en general y particularmente los indígenas del Ecuador y de América Latina, considerados en Puebla como los pobres entre los pobres", escribiría en una de sus obras.
La revista AVANCE concertó entonces una entrevista con el obispo Proaño, quien se "rancló" del cónclave para el diálogo. Fue una sorpresa para el periodista cuando él se le acercó diciendo "Soy el obispo de Riobamba", en tiempos en que los sacerdotes no dejaban la sotana y los obispos el atuendo de su jerarquía. Á‰l vestía terno de seglar común.
Los campesinos Agustín Proaño Recalde y Zoila Villalba Ponce, sus padres, tejían sombreros de toquilla y enseñaron la artesanía al niño, que alternaba la escuela fiscal Juan Montalvo de su pueblo, con el ajetreo de entrecruzar las hebras para tejer los sombreros: "tendría 10 u 11 años y empecé a ayudar a mi padre en el trabajo más duro y peligroso que era macetear los sombreros. Duro, porque se rompían las manos, mientras no se formaran los callos", dice en su biografía. En casa, aprendió temprano a amar a los pobres.
El 4 de junio de 1936 fue ordenado sacerdote, tras cursar estudios de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor San José, de Quito. El 26 de mayo de 1954 es consagrado Obispo de la Diócesis de Bolívar (provincias de Chimborazo y Bolívar), por designación del Papa Pío XII.
Desde entonces dedicó su vida a crear conciencia en la población indígena para que se organizara y defendiera sus derechos humanos y cristianos ignorados durante cinco siglos. En 1956 devuelve a comunas campesinas las tierras que le habían sido despojadas por la Iglesia, anticipándose a la Reforma Agraria que empezaría a esbozar el estado en los años 60.
En la entrevista con AVANCE el religioso abordó el conflicto entre los sectores progresistas y retardatarios de la Iglesia. "Estuve en el Concilio Vaticano II y allí se produjo la presencia de los dos sectores. Los periodistas, con términos políticos, llamaron conservadores a unos y progresistas a otros. La primera tendencia estaba adherida casi totalmente a la tradición y la otra buscaba cómo dar respuesta a los problemas tan diversos y tan nuevos del mundo actual, de acuerdo con la mentalidad de quien convocó el Concilio, el inolvidable Papa Juan XXIII.
A partir de allí surgieron las dos tendencias que han ido marcando la acción de la Iglesia en los países del mundo y especialmente en América Latina. Las diferencias van en el sentido de una mayor preocupación por la justicia, de acuerdo con la tendencia progresista o de avanzada, con el compromiso con los pobres. La opción preferencial por los pobres, de que habla el Documento de Puebla, canoniza la postura de la parte de la Iglesia que busca la justicia. Del otro lado, hay un mantenimiento de convivencia, de silencio a veces complaciente con situaciones injustas a pretexto de que hay que guardar cierta prudencia, porque se pueden solucionar los problemas de otra manera.
Hay también diferencias en el mismo campo religioso. La tendencia que busca la renovación quiere la aplicación de toda la doctrina riquísima que produjo el Concilio en la liturgia, en la catequesis y también en las relaciones Iglesia-Mundo. La otra tendencia se empecina en mantener lo que ha sido tradición desde antes para las celebraciones litúrgicas en Latín, con las espaldas al pueblo. Prefiere mantenerse encerrada en un castillo o en la sacristía en vez de insertarse en el mundo, para hacer resonar la palabra del Evangelio en el corazón mismo de este mundo conturbado", dijo, declarándose abiertamente inserto en la corriente progresista.
Su posición revolucionaria fue mal vista por la sociedad tradicional, por no pocos religiosos y por los gobiernos. La masa multitudinaria indígena, secularmente explotada, empezó a partir de él a tener conciencia de su condición humana y era un peligro para el orden establecido. Allí están los primeros brotes de rebelión que se acrecentarían y multiplicarían en años venideros, hasta incorporar al indígena, a inicios del siglo XXI, en la vida política, económica, cultural y social de la República.
"Me han dicho que soy un obispo rojo, comunista. Yo me confieso cristiano. Un sacerdote, un obispo que se ha esforzado por ser cristiano. Y por lo tanto, no debo tener miedo a las calumnias, las amenazas, ni la muerte. Si trabajar cristianamente por la paz, la justicia y los derechos humanos de los más pobres es ser rojo, ojalá todos nos volviéramos siquiera colorados", dijo al responder a un homenaje que le tributara la Diócesis de Ibarra.
En 1944 fundó en su provincia el periódico La Verdad, "portavoz de los que no tienen voz". En Riobamba creó en 1962 las Escuelas Radiofónicas Populares, el Centro de Estudios y Acción Social, el Instituto Campesino Tepeyac y el Hogar de Santa Cruz, obras destinadas a buscar la redención de los indígenas, para quienes estaban vedados todos los derechos. En 1967 inicia la formación de las comunidades eclesiales de base.
En los años 70 €“época de dictaduras - la imagen de los militares gobernantes sobre el obispo Proaño es la de un activista peligroso sobre el que tienen puestos los ojos. Una cita de obispos que promoviera en agosto de 1976 en el Hogar de Santa Cruz de su diócesis, fue interrumpida por una incursión armada que capturó a los prelados, acusados de planificar acciones subversivas.
"Sería largo decir todos los conflictos que me ha tocado enfrentar durante largos años, con amenazas hasta de muerte. Lo que puedo decir en términos generales es que he salido adelante en esos conflictos y he sabido superarlos con un enriquecimiento tanto para la Iglesia de Riobamba como personal para mí. Todo eso me ha ayudado a madurar.
El pueblo ha estado adherido a la línea de trabajo que le hemos ido trazando; eso me ha fortalecido y ha sido beneficioso. Ha habido días negros, duros, llenos de nubes y amenazas, como cuando honestamente se busca proceder de acuerdo con la justicia, se busca la libertad del pueblo, en el sentido cristiano de la palabra, y cuando nos afianzamos en la fe cristiana, en el Evangelio, en el ejemplo mismo de Cristo. Ahí encontramos la fuerza para seguir adelante, con una luz que nos vuelve al mismo tiempo que humildes, valientes.
No mantengo en el corazón ningún resentimiento de herida o amargura e inclusive estoy siempre dispuesto a prestar mis servicios a quienes han sido causa o motivo de nuestro sufrimiento. Bendigo a Dios que hayamos tenido ese tiempo de sufrimiento, de lucha y de crecimiento en nuestra vivencia de fe", confesaría en el diálogo con AVANCE en Monay.
En 1985 las organizaciones indígenas de Chimborazo gestionan ante el Vaticano que monseñor Proaño fuese nominado Obispo de Indios, a lo que accede el papa Juan Pablo II. Ese mismo año la Conferencia Episcopal le designa Presidente del Departamento de Pastoral Indígena del Ecuador.
Al cumplir 75 años, límite para ejercer las responsabilidades de Obispo, renuncia a la dirección de la Diócesis en la que laboró por 31 años, durante los cuales transformó la conciencia social de los habitantes de su provincia. Su acción y su voz han alcanzado una dimensión que trasciende las fronteras del país, convirtiéndole en uno de los jerarcas más respetados y admirados en el ámbito latinoamericano de la Iglesia Católica.
En 1986, su nombre es proclamado entre los candidatos para el Premio Nóbel de la Paz. Murió el 31 de agosto de 1989, en La Armenia, en Quito, camino a cumplir 80 años. Al conmemorarse en este mes un siglo de su nacimiento, su imagen y su obra cobran actualidad, reactivando el afecto y la admiración del pueblo al que dedicó su vida, especialmente los indígenas ecuatorianos.
Candidato al Nobel de la Paz
Cuando en 1986 fue lanzada la candidatura de monseñor Proaño al Premio Nobel de la Paz, por organizaciones sociales y cristianas del Ecuador y de la América Latina, él respondió con un discurso impregnado de solidaridad y afecto para los pobres, los indios y los jóvenes. He aquí un fragmento:
"Estos homenajes, estos aplausos, estas alabanzas, con toda sinceridad, los oriento hacia los páramos donde viven los indígenas, hacia la choza humilde donde habitan y construyen la familia y la comunidad. Muchos me han preguntado cómo he recibido el lanzamiento de mi nombre como candidato al Premio Nobel de la Paz.
Lo he recibido con desconcierto y hasta con desconfianza. Con desconcierto porque jamás he soñado en trabajar por un premio. Con desconfianza porque una mañana tomé el Evangelio en mis manos para leer el pasaje donde Jesús dice lo que hace la mano derecha que no lo sepa la izquierda. Que cuando des limosna no se toque la trompeta. Que cuando ayunes te pongas perfumado y alegre para que no parezca que estas ayunando. Que cuando ores, a puerta cerrada hables con tu padre que está en los cielos y te escucha en el silencio y la paz. Cuando se reciben los aplausos, los elogios, ya decidieron tu recompensa. Y no quiero perder la recompensa con la que me espera el padre que está en los cielos.
Por eso he recibido esta candidatura con desconfianza, porque se me puede perder el premio con el que nos espera el Señor. Pero he seguido reflexionando y he pensado que no tengo ambición del premio. No me interesa el premio. Al fin y al cabo es algo honorífico y algo de dinero. No me interesan el honor ni el dinero. Oyéndome esto las gentes del pueblo, los campesinos, me han dicho no es para ti este premio. Este premio es para nosotros. Y he empezado así a encontrarle sentido.
Estos aplausos son para los campesinos, para los pobres, para los indígenas. El honor es para ellos, para ese querido pueblo ecuatoriano, ese pueblo latinoamericano. Y el premio, si es que llega en dinero, para ellos, para los indígenas, para los pobres, porque son modelo de constructores de la paz. Además, he ido descubriéndole sentido reflexionando y reflexionando: me han invitado con esta ocasión a muchísimos lugares y me he sentido desbordado por tantas invitaciones, pero han sido oportunidad para proclamar la buena nueva de Cristo y esto si me estimula. Si en esto encuentro la ocasión de llevar el Evangelio, la buena nueva a muchos corazones, a muchas inteligencias, particularmente a los jóvenes del Ecuador y de América Latina que sueñan con una sociedad justa, libre, igualitaria, pues voy hacia todos ellos. Encuentro sentido porque entonces puedo decir una palabra orientadora, de estímulo, revelar la fuerza que hay en el interior del Evangelio. Por ese mismo camino he encontrado otro sentido: qué importa el premio, lo que importa es la paz, el reino de Dios.
Tiene sentido si con esta candidatura nos proyectamos hacia un futuro con los jóvenes -somos un país de jóvenes, un continente de jóvenes-. Numerosas veces que me he encontrado con multitudes de jóvenes y les he hablado en este sentido. Esos jóvenes vibran, se sienten con la vocación de constructores de una sociedad justa, de una sociedad más humana, fraterna, pero hay que acompañarlos. Si estos comités se imponen tareas para ayudar a los jóvenes con proyecciones de tiempo, yo les digo a los jóvenes que ahora tienen 18, 20, 25 años y después de 14 años, en el año dos mil tendrán 30, 35 años, será su hora de actuar, de transformar la sociedad y empiecen a prepararse desde ahora. Que tal si hacemos nacer un movimiento de jóvenes cristianos, con ideales, que construyan este mundo nuevo. America Latina tiene una vocación grande en esta hora, de llevar al mundo entero experiencias de construcción de una sociedad justa que produzca la paz, para que así se vayan acabando tantas guerras, tantos odios, tantas injusticias; para que no se vaya regando tanta sangre ,tantas lágrimas, dejando en la orfandad a miles de niños y de jóvenes".