Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

Prefirieron proteger sus grandes industrias, el exceso en el consumo de elementos contaminantes y no evitar la deforestación, como sí fueran ajenos a los desastres que pueden sufrir la totalidad de sus intereses y, peor aún, a sus propias poblaciones que ahora mismo ya están sintiendo en carne propia   a manera de ironía los efectos perceptibles del cambio climático

Todo se globaliza, hasta las decepciones. La Décima Quinta Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático en Copenhague, destinada sobre todo a proteger la vida en el planeta concluyó en un gran fiasco. Las cinco naciones que más pesan en el calentamiento global dieron la espalda al resto de los 193 países concurrentes; adoptaron un acuerdo de intensiones, pero sin asumir compromiso alguno. No se lograron los resultados esperados, es cierto, como tampoco lo logró la Cumbre de Río en 1992 €“ la primera conferencia mundial para discutir sobre el medio ambiente €“ tampoco lo alcanzó el Protocolo de Kioto de 1997, que fijó limites a las emisiones de gases con efecto invernadero, documento que algunos países no lo suscribieron, entre ellos Estados Unidos, por lo que resultaba predecible que tampoco lo resolviera el encuentro de Copenhague. El próximo jolgorio mundial será en Alemania, en junio de este año, donde se reunirán los ministros del Medio Ambiente, para arribar a una nueva cumbre mundial en México en diciembre de 2010.
Se dejó de lado la urgencia que existe de reducir significativamente la contaminación ambiental, el eventual control sobre el que tendría que aplicarse a dicha reducción y tampoco fijaron plazo determinado. O sea, que esos países €“ mejor dicho €“ los Obama, Jiabao, Medvédev, Singar y Lula empeñados en preservar su autonomía aún a costa del desastre colectivo optaron por actuar, en un asunto que involucra a toda la humanidad, sólo a su voluntad omnímoda y propios intereses.
Prefirieron proteger sus grandes industrias, el exceso en el consumo de elementos contaminantes y no evitar la deforestación, como sí fueran ajenos a los desastres que pueden sufrir la totalidad de sus intereses y, peor aún, a sus propias poblaciones que ahora mismo ya están sintiendo en carne propia   a manera

de ironía los efectos perceptibles del cambio climático, mientras una multitud de voces al grito de " El planeta primero, la gente primero " cercaron la sede de la conferencia.
Copenhague podía haber acabado de otra manera, sí: igual que Estados Unidos y Rusia han sido capaces de alcanzar grandes acuerdos de desarme nuclear, China y Estados Unidos podían haber logrado un acuerdo de largo aliento, comprometiéndose a reducir las emisiones mediante acuerdos vinculantes sometidos a verificación y a un régimen de sanciones que lo respaldara; apenas intentaron resolver sus desacuerdos marginando a la Unión Europea, a los gobiernos del ALBA y la mayoría de África en su sórdido empeño de " imponer al mundo su ley ".
América Latina es especialmente vulnerable al cambio climático, aún cuando sólo es responsable del 12 por ciento de las emisiones de gases con efecto invernadero. Todavía somos débiles frente al capitalismo salvaje, sin embargo de que se reclamó con coherencia la necesidad de convocar a una movilización mundial el próximo 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, declarada por las Naciones Unidas, para protestar por el fracaso de la Cumbre.
Lo cierto es que como nunca antes, 193 países se dieron cita en Copenhague para escuchar un brumoso lenguaje lleno de exhortaciones que nadie cumple mientras todos los días la humanidad entera paga las consecuencias de la degradación de la tierra, la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación de los recursos naturales no renovables, en tanto el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la industria química lavan su imagen repitiendo la palabra ecología en cada página de sus informes y tiñendo de verde sus usureros préstamos a su principal acreedor el llamado Tercer Mundo.

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