Por Eugenio Lloret Orellana


Eugenio Lloret

El desarrollo integral de las personas abarca el buen vivir y el derecho a la recreación y utilización del tiempo libre. Sin embargo, la pérdida del espacio público pone en peligro las posibilidades de la mayor parte de la población a realizar actividades de ocio y distracción. Este vacío físico social ocupa el Mall, espacio seguro y cómodo para el encuentro con y una variedad de posibilidades para vender y comprar e imponer necesidades de consumo

El mito platónico de La Caverna no falta en cualquier curso de Filosofía cuando el pensador griego, en uno de sus diálogos, nos narra la escena de un grupo de hombres que se encuentran dentro de una cueva sin ninguna posibilidad de ver hacia el exterior.
La metáfora cuenta que gracias a la luz del Sol, en uno de los paredones de la caverna se proyectan las sombras de las personas, animales, plantas y todo tipo de objetos que se encuentra afuera. Los de la caverna creen que esas sombras son la realidad, y cuando uno de ellos logra escapar al mundo exterior y cuenta lo que ha visto, nadie le cree.
El mismo tema desarrolló magistralmente el premio Nóbel de Literatura José Saramago, en su novela La Caverna, donde la oscura cueva se nos presenta como un bien iluminado y enorme centro comercial. Platón asegura que los hombres se encontraban habituados a vivir observando las sombras, mientras el escritor portugués, advierte que la libertad del ser humano está en peligro ante la nueva sociedad que se construye alrededor del centro comercial, es decir, del Mall.
El desarrollo integral de las personas, un deber del Estado, de acuerdo con el texto constitucional vigente, abarca el buen vivir y el derecho a la recreación y utilización del tiempo libre. Sin embargo, de las largas jornadas laborales y de los bajos salarios, la pérdida del espacio público pone en peligro las posibilidades de la mayor parte de la población a realizar actividades de ocio y distracción. Este vacío físico social ocupa ahora el Mall, un espacio seguro y cómodo para el encuentro en medio de tiendas de ropa, restaurantes, bancos, farmacias, juegos para niños, cines y una variedad de posibilidades para vender y comprar e imponer necesidades de consumo, así no sea para todos.

Hay una infinidad de motivos y razones que motivan a los habitantes de una ciudad a visitar los Malls, las nuevas plazas públicas del siglo XXI, refugios contra la inseguridad callejera y el hastío. En nuestra ciudad y gracias a la iniciativa privada del grupo Ortiz Cornejo contamos desde hace rato con dos cavernas contemporáneas relucientes para todos los gustos, así como con otros de similar importancia, que en su momento fueron levantados por visionarios cuencanos de grata recordación como Guillermo Vásquez Astudillo y Alfredo Peña Calderón, que con sus emprendimientos de modernidad y bienestar nos liberaron de los tufos provincianos para cambiar la faz de la ciudad patrimonial.    
Estos centros comerciales construidos con ese sello propio y único de nuestros proyectistas, constructores y arquitectos reflejan las sombras de la realidad que crea e impone, pero que al mismo tiempo son fuente diaria de talento empresarial que estimula la productividad, el empleo, la inversión y el pago de impuestos del que se nutre el Estado, llamado por lo mismo, a crear e impulsar siempre un escenario favorable a la inversión cuyos empresarios con sentido social apuestan por el Ecuador renunciando a la inversión extranjera que tienen mercados seguros y excelentes tecnologías.
El imperio de Mall es el reflejo del empresario como líder social, creador de empleo e innovación frente a los retos de la globalización, y es un punto de encuentro para la armonía de todas las células sociales €“ que son las familias €“ como portadores de los mejores valores éticos y sociales, que anhela vivir en concordancia con la modernidad y dentro de un proceso siempre pleno de generosas conformidades y afanes de superación.


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