Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
La violencia, que se vive no solamente en el Ecuador sino en muchos otros países, incrementa la sensación de inseguridad y desprotección justamente por ese "despliegue insolente de la maldad" en los medios, ante lo cual si hipotéticamente un ser de otro planeta abriera las páginas de nuestros diarios o mirara la televisión, imaginaría que la sociedad humana está compuesta por sicarios, asaltantes, arranchadores...

De manera periódica, la exigencia por una mayor seguridad pública toca las puertas del Estado y se pide, en ocasiones de manera exasperada, que se controle la delincuencia y se sancione a los autores de los crímenes y delitos que, según la opinión ciudadana, "son el pan de cada día". Es verdad que el accionar delictivo se ha vuelto más mortífero, con fechorías de nueva data como el llamado "secuestro expres" y crímenes como el sicariato, pero estos sucesos son amplificados y machacados por aquellas verdaderas cajas de resonancia del delito como ciertos programas sensacionalistas de la televisión, y últimamente hasta los informativos considerados "serios" que comienzan ritualmente sus emisiones con muertos, violaciones, asaltos, etc.
Es indudable que la violencia, que se vive no solamente en el Ecuador sino en muchos otros países, incrementa la sensación de inseguridad y desprotección justamente por ese "despliegue insolente de la maldad" en los medios, para usar la letra del célebre tango "Siglo Veinte", ante lo cual si hipotéticamente un ser de otro planeta viniera al país y abriera las páginas de nuestros diarios o mirara la televisión, imaginaría que la sociedad humana está compuesta casi exclusivamente por sicarios, asaltantes, arranchadores, drogadictos y otros seres de conducta criminosa.
En las campañas contra la delincuencia muy poco se habla de la desmoralización social que contribuyen a crear los mismos medios que luego claman por mayor seguridad, como si aquello fuera únicamente tarea represiva del Estado y la fuerza policial, cuando en dotarnos de mejor seguridad debemos contribuir
todos los ciudadanos y ciudadanas, creando justamente las condiciones

que eviten la proliferación del delito y orienten a las jóvenes generaciones marginadas, cautivadas por el delirio consumista al que la sociedad los induce, y por lo tanto les vuelva presa fácil para conseguir a como dé lugar aquel dinero que les falta para, supuestamente, acceder a los modelos de consumo propuestos a diario por los medios. Se trata de un círculo vicioso, que si bien se lo toma únicamente desde el ángulo represivo no sirve para crear el ideal de una sociedad con bajos niveles delincuenciales.
Una sociedad que produce cantidades industriales de antisocialidad, es en sí una sociedad enferma y con graves desajustes, algo que no entienden, o parecen no entender, aquellos abanderados de la seguridad que exigen condenas más severas y hasta que los supuestamente "buenos" se armen para acabar con los supuestamente "malos", distorsión que en definitiva significó la muerte del niño, hijo de un periodista deportivo, por cuyo suceso se lanzó la última y enésima campaña por mayor seguridad.
Estas reflexiones no significan en manera alguna exculpar de responsabilidad a nuestro sistema judicial y a determinadas estrategias policiales, que de hecho no cumplen con la labor que les ha sido encomendada, sino mirar de modo más global, político y social el tema de la delincuencia y la violencia, efectos y no causas de los desajustes sociales, éticos y políticos en que vivimos por parte de una "Aldea Global" que, por postular el éxito y el bienestar, crea los monstruos marginales que harán cualquier cosa, el peor crimen inclusive, para acceder a ese "espejismo dorado".


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