Por Yolanda Reinoso


Yolanda Reinoso
En época de invierno los miles de
flamingos no deben sorprender, pues cuando el clima se calienta al inicio de la primavera, hay ocasiones en que se ha poblado hasta con cerca de un millón de estas aves

 

Un poco antes de las siete de la mañana, ingresamos al Parque Nacional Lago Nakuru, situado en la zona central de Kenya a 1759 metros de altura sobre el nivel del mar. Desde la furgoneta observamos uno que otro rinoceronte, recostado apaciblemente lejos de la sombra de los árboles, buscando abrigo en la luz solar que, pese a lo temprano, es intensa. La variedad es la del "rinoceronte negro", cuya coloración no llega a ser precisamente ésa, pero comparada con la de un rinoceronte común, se trata de un animal evidentemente más oscuro que los otros de su especie, que también habitan allí en mayor número.
Antes de entrar, los turistas sabemos que el parque es rico en fauna: hay gran variedad de pájaros, serpientes pitón, leopardos, leones, babuinos, y otros. Sin embargo, en nuestro recorrido sólo llegamos a observar rinocerontes.
La vegetación del parque se resume en grupos de árboles propios de la zona, frondosos y de un verde un tanto decaído debido a la presencia de polvo en el ambiente, algo característico del lugar en tanto las condiciones del viento constante y lo abierto de su extensión, sin zona montañosa cercana, permite que nubes de polvo se asienten sobre el terreno; no en vano, "nakuru" significa "sitio empolvado", siendo el vocablo originario del lenguaje "masai" que habla la tribu del mismo nombre.
Luego de recorrer una vasta extensión, la furgoneta se adentra por un sendero para salir al centro mismo del parque, donde está el gran Lago Nakuru. Su particularidad radica en que de sus aguas alcalinas, donde crece un tipo especial de alga y ciertas especies de peces, se alimentan miles de flamingos, de manera que en realidad no vemos mucho líquido, sino un verdadero cobertor de flamingos que parecen amontonarse unos   contra otros en una multitud imposible y, no obstante, de una armonía como sólo se puede encontrar en la naturaleza, pues no de otra forma se puede explicar la presencia de tanto flamingo al mismo tiempo. Los turistas no están autorizados a bajarse de la furgoneta en ningún momento, pero es de ver las caras de asombro saliendo por las ventanas del vehículo, las manos apresurándose a captar la mayor cantidad posible de fotografías, procurando abarcar todos los flamingos que parecen una sola mancha rosada donde un pintor agregó pinceladas fucsias en forma de patas y pico de pájaro.
La furgoneta recorre lentamente el contorno completo del lago, y los flamingos nunca acaban. El conductor dice que en época de invierno los miles de flamingos no deben sorprender, pues cuando el clima se calienta al inicio de la primavera, hay ocasiones en que se ha poblado hasta aproximadamente con un millón de estas aves, cosa que la verdad parece inconcebible y que, para sorpresa mayor, se puede corroborar en muchos libros y guías de turismo sobre el lugar.
Salimos de este nivel para ascender por una cuesta bastante empinada donde se ve ya unos cuantos babuinos, y también conejos y roedores alimentándose de lo que cae de los árboles. Llegamos pues al llamado "Precipicio de los Babuinos", que no es más que la parte alta del parque donde, desde una colina rocosa, se puede ver el lago y la extensión del sitio en toda su plenitud, plano y abierto.
Desde esta colina, ya no se escucha el ruido monótono que emiten los flamingos en el lago, pero se ve con mayor precisión la mancha rosada que parecen ser, como si fueran algún tipo raro de vegetación que se asienta en medio del parque.
Lo único que se escucha en este punto es el susurro del viento en las ramas de los árboles, y nadie en el grupo se atreve a irrumpir con comentarios que estarían por demás, pues todos estamos maravillados de la panorámica que se nos ofrece, perdiéndose en un horizonte lejano, dejándonos ver la riqueza natural del país africano, que pisamos con el estremecimiento de estar en un continente que ha sufrido tanto, y donde la belleza alcanza proporciones casi irreales en los paisajes.

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