Las noticias de crónica roja lideran el interés de los medios y del público, en forma creciente, dejando en segundo plano los conflictos políticos, los amarres legislativos y cualquier buena nueva que pueda darse en el Ecuador.

Pocas veces ha sufrido el país una etapa más peligrosa, en contraste con las inversiones gubernamentales, las declaraciones públicas y la modernización de la institución policial, con personal y equipos especializados para proteger a la sociedad. Y los crímenes, robos, asesinatos, parte de la rutina, parecen vaciarse de la alarma en la conciencia del público, para percibirlos como hechos de la normalidad de la vida diaria.
Algo debe hacerse diferente de lo que hasta ahora se ha venido haciendo, para controlar tan peligrosa ola delincuencial que azota al país. La mayor parte de tan lamentables hechos queda en la impunidad y como que los organismos públicos, las instancias judiciales y hasta ciertos medios de comunicación, los consideran también con la indolente actitud de lo trivial e inevitable, si no como fuente lucrativa.
Hasta parecería haber cundido el temor de decir las cosas por su nombre, al punto que los ladrones sorprendidos en delito o los criminales que matan a la luz del día y en público, son calificados como "supuestos" autores de los hechos y parecen gozar más que las víctimas del privilegio de los defensores de sus derechos.

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