Por Julio Carpio Vintimilla

 

Julio Carpio Vintimilla

Si se prohíbe fumar cigarrillos o las fiestas de toros, ¿No se debería prohibir el box? ¿No se tendría que prohibir la caza y   la pesca, perversas y   crueles
diversiones   de señoritos, poderosos, esnobes y  
ricachos?   ¿Y no se debería prohibir el desposte del ganado, literalmente una verdadera y enorme
carnicería; una hecatombe permanente; un auténtico
animalicidio?

"No pise el césped."   He ahí una prohibición pequeña, banal y   relativamente frecuente. (Tan de estas condiciones que, a veces, ni siquiera la advertimos.) Pero, cierto día, el letrerito nos hizo pensar: Bueno, ¿ y por qué   la gente pisa el césped? ¿Porque   es mal inclinada, mal educada, incorregible? No parecía   ser tal la explicación. A propósito, notamos, unos días después, que, en   un parque universitario, la gente €“ con o sin espíritu machadeño €“ había hecho camino al andar. Había creado un atajo directo   entre   un sendero peatonal interno y una salida a la calle; pisando el césped ¿Qué se podía deducir del hecho?   Dos cosas. Primera: Los arquitectos proyectistas descuidaron algunos detalles de la circulación de las personas. Segunda: Los mantenedores del complejo educativo no observaron, luego, la evidente y   explicable tendencia de los peatones. Ergo: Unos senderos bien proyectados, o corregidos,   habrían evitado las malas prácticas ¿Y se acuerdan ustedes de aquel pueblerino y antañoso "No orinar aquí" de los recodos de ciertas iglesias cuencanas?   ¿Y, corrido el tiempo,   las postizas cruces que reemplazaron a la muy ineficaz advertencia? (Sobre la marcha: ¿Cómo explicarán y   justificarán los católicos   semejante uso de la cruz?)   Resultado de lo anterior: Donde hay una prohibición, con frecuencia, suele haber un problema irresuelto. Y este problema es, precisamente, el centro del asunto. En fin,   tomemos esta conclusión menor como una guía pertinente para los casos mayores que aquí vamos a tratar.
El tabaco es el primero que se nos ocurre. No somos fumadores. Pero, tampoco somos antitabaquistas. (Por el medio campo, gozamos, "pasivamente",   con el delicioso perfume de   ciertas marcas de cigarrillos y   cigarros. Y sentimos una cierta e ingenua nostalgia del tanguero "Fumar es un placer genial, sensual ";   y   del silvestre y publicitario Mundo de Marlboro.)   Atención: Somos conscientes, desde luego,   del daño que el tabaco puede causar a la salud de la gente.   (Que se expone a la acción de las miles de sustancias que   contiene el tabaco; algunas de las cuales, a lo peor, son, efectivamente, muy   tóxicas y   cancerígenas.) Pero, -- ya en el terreno legal €“ los tabaquistas tienen tanto derecho a ejercer sus prácticas, como los antitabaquistas a mantener sus abstenciones. Usar o abstenerse del tabaco es una decisión individual, peligrosa o sana; un derecho de cada uno y   de todos; haga usted lo que quiera Y €“ desde el punto de vista de la medicina €“ el tabaquismo es un problema de salud pública. (Que, en consecuencia, debe ser enfrentado como corresponde; es decir, mediante la prevención y   la curación.) Y, en cuanto a los detalles, no creemos que se deba volver a los excesos del pasado. (Fumar, por ejemplo, en los cines, en todas las secciones de los restaurantes y   en los aviones.)   Pero de eso a las exageraciones antitabaquistas, hay un abismo (Poner esas horribles fotografías en cada cajetilla de cigarrillos; considerar a un fumador como un apestado; o, en el extremo, querer prohibir, por completo, el uso del tabaco.)   Mantengamos la ecuanimidad. Reglamentemos bien el uso del tabaco. (Señalemos las áreas de consumo público; y   aconsejemos a la gente sobre el consumo privado.)   Y, más allá del caso, -- de paso y   de yapazo €“ recordemos que, también, el vino, los tacos altos, la carne del asado, las casas, los automóviles, la energía eléctrica, las ciudades y, hasta, el ejercicio físico son peligrosos. Y mucho A propósito, ¿prohibiría usted los automóviles por los millones de muertos en las carreteras y   la contaminación del aire?   Y, aquí, más de lo mismo: Otro gran problema para resolver.
En segundo lugar, hablemos de Los Toros. (Así, con mayúscula; porque equivale a eso que los españoles llaman, por antonomasia, La Fiesta; o, también, la Tauromaquia.) Hay, sobre esta práctica, una vieja polémica. Para unos, en lo esencial, las corridas de toros constituyen una simple, antigua y   vergonzosa barbaridad. Para otros, en cambio,   la Fiesta Brava es una noble tradición; tiene un profundo y vital simbolismo; revela una especial forma de belleza; y es, además, una fuente de alegría y de diversión (Hay, por todo ello, quien ha propuesto   declarar a la Tauromaquia un bien cultural; al estilo de los Carnavales de Río y   otros eventos famosos.)   Actualmente, por varias razones, los denigradores de la celebración parecen estar ganando. (Con unas 150.000 firmas, estos buenistas €“ no necesariamente buenos €“ han pedido al Parlamento de Cataluña la prohibición de   Los Toros.)   ¿Hará falta decir que €“ cualquiera que sea la decisión legislativa €“ habrá mucha inconformidad entre los interesados?   No. Es bastante obvio. He ahí, en consecuencia, otra prohibición que sería, de algunos modos, inadecuada e inconveniente. ¿Qué hacer?   Hay una solución salomónica: No hacer nada. Y dejar que el tiempo €“ que todo altera y modifica --   decida la cuestión. Tenemos, para esto, una buena razón. Se dice que la gente está perdiendo interés en Los Toros. (Sólo la mitad de las personas de mediana edad, en España,   se interesa en el espectáculo. Y, entre los jóvenes, la cantidad baja a un magro un quinto; el veinte por ciento. Nosotros nos sentimos un poco fuera de la disputa. Y, en último caso, seríamos neutrales.) Bueno, si esa es la tendencia, en un futuro cercano, Los Toros podrían desaparecer solos; por el muy decisivo hecho de que desaparecerá la afición. (Y €“ como en el caso de los viejos cines €“ se deberá pensar en el uso que habrá que darles a las plazas o cosos.) Listo. Y siguiendo en plan prohibiciones: ¿No se debería prohibir el box? ¿No se tendría que prohibir la caza y   la pesca?   (Estas últimas podrían considerarse perversas y   crueles diversiones   de señoritos, poderosos, esnobes y   ricachos.)   ¿Y no se debería prohibir el desposte del ganado?   (Literalmente, una verdadera y enorme carnicería; una hecatombe permanente; un auténtico animalicidio. Los vegetarianos ciertamente se alegrarían. Y -- ¡acuérdense! -- Adolfo Hitler era vegetariano; y   era compasivo y   mimoso con los animales )
Tercer caso. Tomás Eloy Martínez €“ notable escritor y   periodista argentino, recientemente desaparecido --   escribió hace poco un artículo sobre el narcotráfico. Su idea principal era que se debe levantar la prohibición de las drogas. Proponía, al respecto y en cambio, un buen control público de la producción y   la comercialización de ellas. ¿Para qué?   Pues, para quitarles a los traficantes su gran negocio; el enorme poder económico que, precisamente, las prohibiciones les han permitido tener. En resumen y   en otras palabras, no prohibir, no reprimir; sino solucionar, cuerda y sensatamente, el gran problema.   (Que ha creado €“ como se sabe --   mafias enormes   y una difundida e internacional corrupción; ha producido una gigantesca oleada de violencia, la mexicana; y, hasta, ha alentado una guerra, la colombiana.)   Nosotros estamos con Don Tomás. En fin,   ¿se acuerdan ustedes de aquel anarquista "Prohibido prohibir", del Mayo Francés del 68?   ¿Sí?   Bueno, ¿esos jóvenes radicales no les estarían pidiendo a los gobiernos, simplemente, más conocimiento, más reflexión y   más buen sentido?   En cuatro palabras, pedirían entender para resolver. Es lo que corresponde.

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