A la hora de las cuentas, y no habiendo otra alternativa, la tendencia del inconsciente colectivo parece ser la de un paulatino alejamiento de un pasado no digno de recordar ni recobrar, cuyos oficiantes mayores solo filtran odio a través de las redes. Sin proponérselo, extienden de esta manera una carta de apoyo al mal menor

Entre una maraña indefinida de candidaturas presidenciales, son dos las que en verdad se disputan el favor en las urnas, conforme aseguran recientes adivinadores y pronosticadores, expertos en el conocimiento del futuro. Una es la del presidente de la República en funciones, Daniel Noboa Azín, quien afinca sus posibilidades de reelección en una inestable y poco lubricada maquinaria gubernamental. La otra, de Luisa Gozález, apunta a una probable y casi segura reincidencia. Inflada por obstinados coidearios que añoran su triste pasado, la candidatura corre el riesgo de irse desinflando y cabeceando hasta desplomarse.

Pero si en buenas cuentas aquellos son los verdaderos contendientes, ¿qué pito tocan los demás aspirantes que ni suenan ni truenan?, se preguntarán con buena o mala fe lectores y electores. Pues bien, ellos desempeñan -cabe afirmar sin desatino-, el poco edificante y sacrificado papel de chimbadores, especie inextinguible en tiempos de elecciones, a la cual le ha sido indiferente perder o triunfar, ya pertenezca a una u otra de las muy conocidas subespecies. La una suele aparecer por una natural y muy explicable propensión a sobresalir entre los ex compañeros de escuela. Movida por la secreta ambición de reunir el número suficiente de asambleístas de su bandera, nace la otra, para de ese modo acoplar el tranco al del gobierno entrante y negociar acomodos burocráticos. La posibilidad es hoy mayor porque será mayor el número de legisladores en la próxima Asamblea.

La sobreabundancia de candidaturas no abona en favor del destino democrático de un pueblo que trata de sobrevivir en uno de los momentos particularmente cruciales de la historia. Asediado por el abandono, la miseria, la corrupción, el crimen organizado, se entendería que los ecuatorianos no merecen sumar a sus desastres tanta cursilería desfasada. Tan variada multiplicidad de organizaciones de talante político han vuelto a proponer candidaturas de cuño y apariencia similares, lo que revela una falta lamentable de liderazgo en un país carente de identidad nacional, sometido desde antaño, por sucesivos desgobiernos, a la indolencia, a la pasividad, al infortunio.

Hay una afirmación contradictoria, se dirá, puesto que empezó este comentario reconociendo la existencia de dos propuestas que en realidad compiten en la lid electoral, representadas por el señor Noboa y por la señora González. En efecto, son dos proposiciones de tinte político, pero no ideológico, porque ni el uno ni la otra fundamentan sus planes y proyectos sobre una base de principios claramente definidos. Además, las dos figuras contrincantes han cursado la etapa de formación durante el largo período dominado por la llamada revolución ciudadana.

Entrevisto el asunto desde este ángulo, se puede afirmar que ambas candidaturas están pautadas por un mismo pecado original. Sería tan difícil pensar en un Noboa carente de una visión empresarial en el manejo del Estado como fácil sería imaginar a González enredada en los vericuetos verbales de la revolución ciudadana, concebida por sus delirantes propulsores como tendencia de izquierda. Por cierto lo sería si la izquierda no fuera más que una constante apropiación de imágenes y símbolos, y una vuelta a las viejas canciones de protesta que alguna vez sacudieron iracundas la conciencia latinoamericana. De modo que, observadas con lupa, las dos candidaturas representan una misma inconsistencia, una igual divagación, una similar desesperanza.

Este es el panorama sombrío que se dibuja y desdibuja ante la mirada del elector en vísperas de verse obligado a concurrir a la urnas, sin otra opción que decidir el voto en favor de una persona, no de una postura ideológica. Pero qué más da, si el elector estuvo también obligado a obrar del mismo modo en los comicios anteriores que arrojaron un triunfo fortuito, idéntico al resultado de un sorteo de lotería, pero que resultó ser el mal menor en un tiempo igualmente conflictivo.

Sin embargo, a la hora de las cuentas, y no habiendo otra alternativa, la tendencia del inconsciente colectivo parece ser la de un paulatino alejamiento de un pasado no digno de recordar ni recobrar, cuyos oficiantes mayores solo filtran odio a través de las redes. Sin proponérselo, extienden de esta manera una carta de apoyo al mal menor: la reelección presidencial.

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