El primer personero municipal borró el nombre de una calle para rebautizarla República de Guayaquil. La peregrina idea enfervorizó a la concurrencia aplaudidora, pero no habrá faltado quien se considerara devuelto por la rueca del tiempo a la década de los sesenta del siglo XIX, cuando estuvo a punto de fragmentarse la unidad republicana consolidada cuatro décadas atrás, el lunes 9 de octubre de 1820

Un país tan bello -nuestro Ecuador- se ha ido convirtiendo en un muestrario de curiosidades. Oportunas quizás para el turismo, poco cuentan en la configuración de la identidad nacional. Podría servir como ejemplo algo de cuanto hemos visto acontecer en octubre, aparte de la espantosa criminalidad cotidiana. Fue un mes de interpretaciones contrapuestas sobre la realidad, que poco obraron en favor del bien común. Si es lícito caricaturizar, diríase que una población futbolizada como es hoy la ecuatoriana -rasgo cultural que eventualmente nos une y nos reúne- ni siquiera ha dispuesto de un equipo gubernamental que diera pie con bola.

Unas pocas referencias bastarán para mostrar la validez de aquellas percepciones. Quizás fue la más notoria la recordación del ducentésimo cuarto aniversario de la independencia del puerto principal, fecha preanunciada con bombos y platillos. Pero la celebración estuvo oficiada en dos espacios realmente independientes, de espalda contra espalda, por el gobierno municipal y el gobierno central. El inesperado desencuentro constituyó una suerte de menosprecio a los principios republicanos que la ocasión demandaba exaltar.

Pero el asunto fue más lejos. En un arranque de patriótico fervor, el primer personero municipal insistió en recordarle al país el carácter de república independiente de la ciudad en cuyo nombre intervenía. No satisfecho con recordarlo, perennizó la desafiante convicción borrando el nombre de una calle para rebautizarla como República de Guayaquil. La peregrina idea enfervorizó a la concurrencia aplaudidora, pero no habrá faltado alguien que se considerara devuelto por la rueca del tiempo a la década de los años sesenta del siglo XIX, cuando estuvo a punto de fragmentarse la unidad republicana consolidada cuatro décadas atrás, el lunes 9 de octubre de 1820.

En la ceremonia paralela, el gobierno tampoco se quedó atrás. El discurso oficial olvidó referirse a la gloriosa gesta aniversaria, porque a quien de veras se creía glorificable era el progenitor del jefe de gobierno. Es fácil comprender la razón de los aplausos merecidos por el buen hijo que se acordaba de honrar a su anciano padre, ya agobiado por el peso de los años. No obstante, si se examina el acto con debida perspicacia, tampoco habrá faltado alguien que sonriera, juzgando inapropiado el que un hijo expusiera en público a su progenitor en ese estado de senilidad, habiendo otras figuras, de igual mérito o de similar fortuna, que aún conservan vigencia en la vida política y cultural de la propia ciudad homenajeada.

En coincidencia con las celebraciones octubrinas, las redes sociales amanecieron atiborradas de mensajes, unos complacientes; mordaces, otros, a propósito de la sanción dictada por Estados Unidos en contra de un ex presidente y un ex vicepresidente de la República del Ecuador, prohibiéndoles la entrada, a ellos y a sus familiares, al territorio norteamericano. Es probable que la medida tenga algo que ver con las razones por las cuales el primero anda prófugo, y el segundo bien guardado en una cárcel de alta seguridad. Sin embargo, mientras no se establezca la verdad argumental, en forma prístina, acerca de las motivaciones de aquella prohibición, los mentados mensajes no pasan de ser una alegre o triste presunción. Así las cosas, igualmente quienes se anticiparon a celebrar en las redes la prohibición, tanto como quienes la atribuyeron a una retaliación política, lo hicieron, al parecer, aún bastante a ciegas, en forma poco aconsejable y circunspecta, como ahora se estila en los medios digitales. Empero, dígase lo que se dijere, resulta abominable, en tan grave situación, apoyar una conjetura sobre otra abominación, cual es la de hallar los orígenes de la culpabilidad en la conducta de los progenitores.

En fin, vale tener en cuenta que octubre también ha sometido a prueba la capacidad de reaccionar de los habitantes ecuatorianos frente a la adversidad; esta vez, ante la inclemencia del verano y la consiguiente suspensión de la energía eléctrica. Pero la respuesta generalizada ha consistido en eludir la realidad para ir en tinieblas en busca de culpables, mientras la madre naturaleza, cada vez más devastada por la ambición humana, no deja de clamar y reclamar. El deshielo del Carihuairazo ha sido el último clamor.

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233