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El pintor Marco Martínez en su taller, siempre rodeado de pinturas, lápices, pinceles y herramientas de su oficio. |
Es uno de los pintores más fecundos del Ecuador, cuya obra ha expuesto en galerías y salones prestigiosos de varios contientes. Hombre que archivó su título universitrio para dedicarse de por vida al arte, oficio que le impregnó de colores desde la infancia
Una multitud de árboles gigantes camina, sueña, ama, protesta o es feliz, en las salas de exposición OFF Arte Contemporáneo, en la avenida Diez de Agosto de Cuenca. Marco Martínez Espinoza, apasionado por la naturaleza, ha humanizado con la magia de los pinceles, el óleo, el acrílico y la acuarela, a los pobladores del bosque.
Veinticinco cuadros, de gran formato la mayoría, avivan la imaginación del espectador en un hábitat arbóreo originario de intimidades telúricas del autor, nativo de Cañar (1953), asombrado desde la infancia por la lujuriosa fertilidad de los cáñaros, alisos, eucaliptos y más especies bellas de la raíz a los altos ramajes, gimiendo al viento.
Viejo ceibo, óleo sobre lienzo 130 x 89 cm |
En 1977 se hizo arquitecto por la Universidad de Cuenca y dejó la profesión una década después, porque su destino lo empujaba al arte, aunque en la carrera aprendió a elaborar diseños y estructuras que le orientarían tras la senda de un pintor aficionado, su padre, al que recuerda salpicado de pigmentos y colores. La última obra del arquitecto fue el complejo industrial Artepráctico, fábrica de muebles de madera, en Zhucay, sobre sesenta hectáreas, en los ochentas del siglo pasado. Por esos mismos tiempos ya había participado en exposiciones colectivas y salones de pintura en el país.
Renunciar la profesión le llevó a reencontrar la pasión de interpretar con acuarelas y texturas propias la vida, el ambiente, los insectos en la vegetación de bosques y estribaciones de las serranías o en yungas tropicales. “Las vivencias me vienen de memoria, con todos los elementos a la mano”, alude a recuerdos añejos del curioso que anduvo caminos, grabando en la mente el resplandor maravilloso de la naturaleza.
La obra, nominada Raíces, se expone en tres plantas que introducen al visitante en un reducto mágico trasplantado de las entrañas del follaje a ámbitos urbanos donde señorean los árboles robustos, maduros, con ramas y raíces que se multiplican en continuas ramificaciones nuevas, rizomas y más rizomas. Sin un telón de fondo, no forman parte del paisaje, pues son personajes individulizados, desnudos, solitarios en el gran formato “que permite la libertad de disponer de espacio para dar rienda suelta a la creación”, dice el artista.
Los árboles resultan retratos modelados de cuerpo entero, antropomórficos, torneados viriles o femeninos, con los frutos de su fecundidad erótica y sus reacciones frente al mundo y la vida. Entre el ramaje ojos humanos escrutan al espectador. Son efectos espontáneos -dice Marco-, descartando una intención artificiosa que desnaturalizaría la pureza del arte, pues los vegetales, los seres humanos, animales e insectos, derivan de fuentes ambientales comunes y reaccionan con similitudes, como el drago herido, sangrante, por la violencia contra la ecología, o los incendios forestales en el último cuadro pintado para la exhibición.
Resilencia, óleo sobre lienzo 230 x 147 cm | Frutos tropicales, tinta sobre madera | Sueño de luna, mixta sobre madera 130 x 100 cm |
No se necesita intermediarios para entender los mensajes. “Si el cuadro no comunica por sí mismo, ya no es arte, el público es el juez”, dice el maestro que prefiere ignorar a críticos sin erudición de censuras o elogios desmedidos que más confunden que interpretan la obra, a la que se asocian coloridos poéticos, dramáticos y sociales, muy bien entendidos por curadores y estudiosos solventes de la obra pictórica.
Siete Lunas, óleo tinta sobre madera ,130 x 100 cm |
Martínez es alquimista que, en su laboratorio, prepara combinaciones para la textura de sus obras. Con la curiosidad de la infancia probó el negro de humo, hollín raspado en la cocina, para lograr un negro profundo que mezclado con goma arábiga da contrastes espectaculares. También usa técnicas orientales, como el subi-e, para sacar pigmentos de una piedra golpeada con agua, transportados con brocha al papel.
El pintor trabaja diariamente en su taller en el barrio de Monay, al sur de Cuenca, para mantener el pulso y la sensibilidad listos a seguir viviendo y pintando. En 2024 presentó dos grandes exposiciones en Cuenca, actualmente expone grabados en Quito y este mes irá invitado a la Bienal de Trujillo, en Perú. “No hay que estancarse” –dice- y recuerda que desde 2015 ha pintado más de cuatrocientos cuadros y ha hecho más de mil dibujos. Reconoce que vive del arte, pero lo económico es secundario, pues lo que realmente le satisface es vivir el arte.