Arriba la edición número uno del periódico del 22 de octubre de 1924, cuyo costo es de 0,05 centavos de sucre; abajo la edición número 37.791 del centenario por el precio de 0,75 centavos de dólar, equivalente a 18.375 sucres a la fecha de la dolarización.
De los primitivos talleres tipográficos hasta los modernos sistemas de impresión, hombres y mujeres de la cultura y el periodismo han escrito la historia de cien años de Cuenca, el país y el mundo. Cientos de tipógrafos, obreros y canillitas imprimieron su huella en jornadas de días y de noches
Desde el primer periódico de Cuenca –el semanario El Eco del Azuay, de Fray Vicente Solano, 28 de enero de 1828- vinieron cientos de publicaciones periódicas, de larga o corta permanencia. A través de hojas volantes también se hizo periodismo.
La Hemeroteca Azuaya, de Alfonso Andrade Chiriboga, cita más de 130 títulos hasta mediados del siglo XX y Antonio Lloret Bastidas en el tercer tomo de sus Crónicas de Cuenca, avanzó algo hasta fines del siglo XX, poco antes de fallecer, en noviembre de 2000.
El semanario El Progreso salió el 23 de marzo de 1915, hasta el número 9, luego interdiario hasta el número 226 de 18 de octubre de 1921 y diario hasta el 6 de septiembre de 1924, cuando cerró tras 2.100 ediciones. De Juventino Vélez Ontaneda (1864-1942), es el mérito de haber creado el primer diario de Cuenca.
Después nació El Mercurio, en los talleres que fueron de El Progreso, comprados por los hermanos Luis, Aurelio, Alfonso, Carlos y Octavio Sarmiento Abad, puntales en la primera década del diario que el 22 de octubre de 2024 cumplió un siglo. Octavio, desde la adolescencia en los talleres de Juventino Vélez, tipógrafo y regente, consolidó al nuevo diario con experiencia y entusiasmo.
El 6 de septiembre de 1924 salió la última edición de El Progreso y el 22 de octubre siguiente apareció de sus mismos talleres El Mercurio, dirigido por Manuel Moreno Mora, quien por decisión de los dueños permaneció en funciones dos meses, hasta que viniera José Sarmiento Abad, que ejercía un cargo en la Corte de Riobamba y no podía súbitamente abandonarlo.
El cuerpo de redacción y administración del naciente diario integraban, junto a los hermanos Sarmiento, Roberto Aguilar Arévalo, Vicente Moreno Mora, Manuel Morales Herrera. Entre los trabajadores del taller Víctor Sarmiento Jara, José Fajardo, José Segarra, Guillermo Villavicencio, Pedro Lazo, Héctor Reino, Julio Delgado, Humberto Toral León –quien en 1955 fundó diario El Tiempo-, y Pedro Guambaña.
Colaboradores eran Nicanor Aguilar, Alfonso Andrade Chiriboga, Carlos Rigoberto Vintimilla, Francisco Tálbot, Ramona Cordero León y Ricardo Márquez Tapia, profesionales en diversas ramas, escritores y literatos, para quienes el periodismo era continuidad de una práctica de la gente de cultura, desde que en 1828 fundara el periodismo local el fraile Solano.
Cuenca en 1924 tenía alrededor de veinte mil habitantes, entre San Blas y San Sebastián y de la Calle Larga a Rafael María Arízaga, con espacios aún no consolidados. En 1914 se había inaugurado la energía eléctrica y poco antes los primeros automóviles anunciaron el progreso que en 1920 se revalidó con el primer avión que aterrizó ante una multitud eufórica, en un espectáculo por el centenario de independencia. El Banco del Azuay nació en 1913 y su presencia era síntoma de inversiones y desarrollo.
Las calles con canto rodado del río Tomebamba tenían acequias para suministro de agua y evacuación de desechos. Las condiciones de vida poco variaban de tiempos coloniales, pero la labor cultural, ligada especialmente a lo literario, protagonizaban personajes descollantes también en la política nacional. La religión católica y el partido conservador marcaban el destino de la ciudad embellecida por cuatro ríos, pero constreñida al aislamiento entre montañas a través de las cuales se abrirían carreteras en décadas siguientes. La Universidad de Cuenca, fundada en 1867, ya había formado generaciones de cuencanos dispuestos a trasponer su pensamiento más allá de los lindes de la geografía y del centralismo, aún hoy no desaparecido.
Primera época: directores Manuel Moreno Mora, durante los dos primeros meses del díario; José Sarmiento Abad hasta 1929; Octavio Sarmiento Abad, hasta 1934.
La edición Nro.1 anunciaba en primera página la próxima instalación del servicio telefónico y bien vale transcribir el pequeño aviso: “Si usted quiere obtener bienestar y economía en su casa, adelanto en sus negocios, no debe prescindir del teléfono.” Un siglo después, el párrafo ingenuo y casi humorístico, es una utopía hoy miles de veces superada por sistemas de comunicación instantánea a través del mundo.
El 12 de diciembre de 1924, a menos de dos meses de fundado El Mercurio, un aviso municipal llama a concurso para proveer de agua potable y alcantarillado. La pileta del parque Calderón y otras en uno o dos barrios abastecían a la población. El anuncio es un referente de la irrupción de nuevos tiempos en la vida y la salud de los cuencanos, aunque por situaciones burocráticas, técnicas y económicas, pasarían décadas hasta lograr agua verdaderamente potable.
Segunda época: directores Nicanor Merchán Bermeo hasta 1956; Miguel Merchán Ochoa, hasta 1974; Nicanor Merchán Luco, en la actualidad, ya por 50 años
La propia historia del periódico son sus páginas, desde los primeros talleres, con sistemas tipográficos móviles, los clisés para imprimir fotografías, las linotipos, prensas planas y rotativas, el sistema offset y la informática, los teletipos, el télex, el fax y la comunicación digital para la reportería y transmisión instantánea de textos y fotografías. En fin… son increíbles los adelantos del campo editorial e inminente la obsolescencia periodística tradicional, con formas de comunicación que superan las primicias de las publicaciones impresas.
El ejercicio periodístico, antes y ahora, conlleva halagos y reacciones adversas del público o de autoridades, funcionarios y líderes que gozan con los aplausos o se molestan por críticas u oposiciones. A modo de anécdotas, vienen al caso párrafos del fundador Octavio Sarmiento en el primero de los cinco volúmenes de su libro Cuenca y Yo, que apuntan lo siguiente: “EL MERCURIO, como era lógico, abrió una tenaz campaña contra los explotadores del pueblo y sobre todo hizo severas acotaciones al Intendente de Policía doctor Guillermo Espinosa Cobos. ¿Y cuál fue el resultado de esta campaña?: una furiosa paliza al Administrador del diario señor Carlos Sarmiento Abad que le tuvo en cama cosa de quince días. Ante tal atropello y como protesta EL MERCURIO publicó al día siguiente, en primera plana, una mancha roja que decía: LA SANGRE DE NUESTRO HERMANO”.
También dice: “Como EL MERCURIO no estuvo de acuerdo en muchos aspectos con la dictadura del doctor Isidro Ayora, especialmente por la poca atención que había prestado a la capital azuaya, fue clausurado el periódico, apresados y recluidos en el cuartel de uno de los batallones que guarnecían esta plaza, los señores doctor José Sarmiento Abad, director del periódico y don Francisco Tálbot Niemes, colaborador del diario, quienes estuvieron presos por el tiempo de dos meses”.
En cien años El Mercurio relata aconteceres, especialmente de Cuenca, referencias para mostrar los cambios de la ciudad y el mundo. Vale un ejemplo para cuantificar también económicamente el recorrido: el valor del ejemplar, impreso en primera página del Nro 1, de 22 de octubre de 1924, fue cinco centavos de sucre. Hoy cuesta 50 centavos de dólar en días ordinarios.. Para un inexperto en cálculos matemáticos es difícil una operación comparativa, tomando en cuenta que al dolarizarse la moneda nacional hace 24 años, el dólar se cotizó a 25 mil sucres.
El inicio, los objetivos, las metas
La primera década de El Mercurio fue difícil, pero sus propietarios con esfuerzo consolidaron el proyecto. El 29 de octubre de 1929 falleció el director, José Sarmiento Abad, a quien el personal administrativo y de redacción remplazó con Octavio, su hermano.
Escritura de venta de El Mercurio de los hermanos Sarmiento Abad a Nicanor Merchán Bermeo, el 22 de enero de 1934, ante el escribano público Antonio Torres Oramas.
Una devaluación monetaria afectó a la economía nacional y la empresa sufrió consecuencias, pues se había endeudado en dólares para los equipamientos. El 22 de enero de 1934 cambió de dueño al firmar ante el notario Antonio Torres Oramas la escritura de venta de los talleres a Nicanor Merchán Bermeo, pero los hermanos Sarmiento Abad continuaron, como empleados, hasta que Octavio instaló su Editorial Amazonas, donde aparte de trabajos de imprenta común, se imprimieron periódicos como La Escoba, entre los años 1949 y 1961, continuador del fundado por Vicente Solano un siglo antes, y también gran parte de los 108 números del semanario AVANCE fundado en 1978, que se hizo revista empezando con la edición Nro.1 en septiembre de 1981 y sigue en circulación.
En cien años El Mercurio ha tenido seis directores: Manuel Moreno Mora los primeros dos meses; José Sarmiento Abad hasta 1929; Octavio Sarmiento Abad hasta 1935. Este año la dirección pasó a los nuevos dueños de entonces y de hoy: Nicanor Merchán Bermeo hasta 1956, Miguel Merchán Ochoa hasta 1974 y Nicanor Merchán Luco hasta la actualidad: el abuelo, el hijo, el nieto.
De los hermanos Sarmiento Abad es el mérito de fundar el diario hoy centenario y, de Nicanor Merchán Bermeo y sus descendientes, dar permanencia a un vocero de Cuenca en el pensamiento nacional.
La edición inicial apunta en portada los propósitos, muestra la realidad cuencana de entonces y los objetivos que inspiraron crear el medio de comunicación. He aquí un fragmento:
“Fieles al cumplimiento de nuestros deberes, hemos de abrir tenaz campaña para conseguir el progreso material. Para ello, ante todo, necesitamos de individuos sanos de alma y sanos de cuerpo, individuos de voluntad férrea y dotados de medios adecuados para el triunfo de la vida. Necesitamos de educación física dada en escuelas, en colegios, en las universidades, en clubs de deportes. Necesitamos de ciudad salubre, que garantice a sus moradores el derecho a la vida y no atente a él con el agua que es colonia de gérmenes de enfermedades como la tifoidea, la paratifodea, la disentería, la tuberculosis, que diezman la población ante la indiferencia del muy Ilustre Municipio, que nos da obras de lujo en lugar de obra de imprescindible necesidad, parques, en vez de agua potable y pavimentación de la ciudad, juegos en lugar de pan para el miserable niño, para el enfermo, para el anciano consumidos de pobreza.
Nuestra atención merecerán la agricultura, el comercio y las industrias, ya con el estudio de enseñanza de sus disciplinas, ya con la defensa que de ellas se haga ante el gobierno, que si las grava con impuestos, debe atenderlas y proporcionarlas escuelas y quintas normales para su enseñanza técnica y práctica, y carreteras y ferrocarriles para su desarrollo y engrandecimiento…”