por: Ángel Pacífico Guerra

Los seres humanos somos en general desprevenidos y aún más, los ecuatorianos. Actuamos cuando ya es tarde, sobre hechos consumados y a veces irremediables. Las experiencias poco sirven como lecciones a futuro y volvemos a caer, muchas veces, en los mismos errores

Lo dicho viene a cuento a propósito de la sequía que ha erosionado no solamente los campos, sino la piel. Cuando deja de llover un mes seguido o cuando llueve en exceso varios días, hablamos de que nunca hubo un verano tan largo o un invierno tan prolongado, pero apenas se han atenuado los rigores, olvidamos todo lo dicho, hasta la próxima ocasión, cuando habrán llegado nuevos veranos o inviernos hostigosos.

Esta forma de ser de los individuos se da también en los ámbitos públicos y oficiales. El verano reciente sorprendió al gobierno a pesar de que sus consecuencias se habían previsto con la suficiente anticipación como para estar preparados para afrontar la escasez de agua para mover las turbinas o disponer de reservas para las plantas potabilizadoras. Los sabios técnicos que vaticinaron las crisis no fueron tomados en cuenta y sus advertencias para nada sirvieron.

Alguna autoridad local habló a boca llena de la decisión de construir diques para formar grandes embalses en las lagunas de El Cajas. Ha vuelto a decir lo mismo que dijeron muchos funcionarios que le antecedieron en décadas pasadas y olvidaron el propósito a partir de los primeros aguaceros, como es lo más probable vuelva también a hacer él y vuelvan a decir sus sucesores en el futuro.

En los domicilios el verano no deja pensar en la posibilidad de las goteras en techos y tumbados, apenas caigan las primeras lluvias. Sólo cuando eso ocurre se advierte la urgencia de reparar la cubierta, pero se olvida hacerlo al escampar los aguaceros. Eso se repite en la rutina pública de la vialidad: en verano los taludes soportan el peso de las montañas que los coronan y los primeros aguaceros provocan derrumbes y cierres de carreteras de días o hasta semanas, aparte de las desgracias por los accidentes debido a los malos caminos. Entonces vienen las improvisaciones, inútiles improvisaciones, parches pasajeros con reparaciones pasajeras que se suceden continuamente, como un negocio lucrativo e incesante.

Al occidente de Cuenca ocurren inundaciones en cada período de lluvias, afectando cultivos, viviendas y vidas humanas. Y pérdidas materiales y económica irrecuperables, que indudablemente se repetirán en una próxima temporada invernal, que dará motivos para ruedas de prensa, declaraciones y programaciones de enmendaduras que se desvanecen al primer salir del sol.

La imprevisión, la improvisación y la evasión de responsabilidades son formas de conducta en lo particular y público. Muchos problemas se evitarían con solo anticiparse a los hechos previsibles. Estas consideraciones vale apuntarlas cuando al parecer el clima está empezando a anunciar el fin de la sequía. ¿No es tiempo oportuno para poner los ojos en la inminencia invernal que estaría próxima?

El entusiasmo cívico de los políticos o de los funcionarios públicos suele ser ocasión para afrontar los problemas previsibles con discursos y demagogias que sus protagonistas olvidan, como olvidan también los clientes de sus intereses patrióticos falsificados.

El verano reciente, que secó los embalses destinados a la generación hidroeléctrica, seguramente pasarán de ser noticia apenas la lluvia de San Pedro vuelva a la normalidad la cota de las aguas. Pero es tiempo de advertir que las soluciones inevitables, como los males inevitables, deben estar en el ojo y la mente de los burócratas tecnificados y remunerados para cumplir sus obligaciones y nada más.

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