Plano de Cuenca en 1920.
Hace un siglo, en el primer centenario, se colocó una placa de mármol en el frontis y el propietario de entonces, José Peralta, dio un discurso con pensamientos libertarios aún hoy de actualidad. La casa y la placa desaparecieron por incuria oficial
¿Qué testimonio importante dejó para la historia la fecha del segundo centenario de la independencia de Cuenca? Ninguno, excepto la pandemia que impidió evocar con solemnidad la gesta. En 1920 se vivió con fervor el primer centenario y el espectáculo casi fantástico del primer avión que llegó e hizo delirar a los cuencanos es quizá el recuerdo secular perdurable.
Entre desfiles, sesiones solemnes, festivales de arte y artesanías, la colocación de una placa de mármol en la fachada de la casa en la que se dictó el 15 de noviembre de 1820 la Constitución de la República de Cuenca, fue otro hecho memorable del centenario. La casa pertenecía al diplomático e ideólogo liberal José Peralta, en las entonces calles Benigno Malo, entre Parra y Solano, hoy llamadas Sucre, General Torres y Padre Aguirre.
La casa de Vázquez de Noboa estaba en el sitio que señala la flecha, en la actual calle Sucre, hoy sede de la cooperativa JEP |
Ni la casa ni la placa existen, pues la negligencia de instituciones públicas permitió que en los años 60 del siglo pasado se demoliera la edificación honrada en el primer centenario, para sustituirla por una moderna, que fue primero sede del Banco La Filantrópica, luego Filanbanco, y ahora es matriz de la Cooperativa de Ahorro Juventud Ecuatoriana Progresista (JEP).
De la casa y de la placa no han quedado huellas, pero sí pensamientos de Peralta sobre la gesta libertaria, lamentando que en cien años de independencia la libertad, la igualdad y la justicia fueran aspiraciones insatisfechas de los pueblos americanos, como dijo en su discurso luego de inaugurada la placa en su residencia.
“Hoy venís a colocar un emblema de la perdurabilidad de los principios políticos que hace cien años fueron proclamados en esta casa –dijo-; y tan patriótica ceremonia significa, no sólo la adhesión del pueblo azuayo a la santa causa de la libertad, sino el más inviolable compromiso de mantenerla y defenderla a toda costa, sin escatimar ni la vida; y el compromiso de marchar adelante, y siempre adelante, venciendo todo género de obstáculos, hasta tocar los más altos ideales de la humanidad. No llegaremos nosotros a la meta, no llegarán tampoco nuestros hijos, pero tal es la ley del progreso en todo, que unas generaciones abren el surco, regándolo con sus sudores y sangre; otras generaciones depositan la simiente, aun a trueque de la persecución y el martirio; otras generaciones, en fin, cultivan el árbol santo y trabajan para que lejanos descendientes recojan los opimos frutos de la labor de siglos, del padecimiento y muerte de millares y millares de apóstoles y mártires de la verdad, la libertad y la justicia”.
Peralta, orador de gran elocuencia y profundos pensamientos que aún hoy tienen actualidad, continuó: “Se ha proclamado la soberanía popular como base del sistema político de la América española; pero en varias repúblicas, ese pueblo soberano, como muy bien se ha dicho, es simplemente un rey de burlas, cubierto con harapos de púrpura y coronado de espinas. ¿Qué parte tiene ese soberano en la administración de sus dominios? Su voluntad es pisoteada a cada paso, y la fuerza y el fraude lo escarnecen impune y cínicamente; se dispone de su patrimonio, de sus caudales, de su futura suerte y él lo ignora en lo absoluto; se lo arrastra a los cuarteles maniatado, se lo pone al servicio de una bandera que muchas veces no sabe ni lo que significa y que no es la suya, en fin, se hace de este soberano siervo un ludibrio perpetuo de los que disponen del poder y la fuerza. ¿Qué sabe el pobre pueblo de nada de lo que sus pretendidos mandatarios hacen en el municipio, en la legislatura, en el gobierno; ni qué recurso se le deja para enmendar desaciertos, para oponerse a las embestidas de la arbitrariedad y la injusticia, para volver por sus derechos y asumir esa soberanía que –diríase que irónicamente- le reconocen las leyes fundamentales del país?”.
“No puede haber justicia ni solidaridad humana –prosigue-, ni fraternidad cívica donde los asociados no ven, no quieren ver ningún mérito en sus adversarios; donde el pedestal de los unos está formado por los escombros de la honra y la buena fama de los otros; donde se hiere al enemigo, sin reparar en la clase de arma, con tal que hiera, que envenene, que mate”.
“Cegar esos abismos que dividen a los ciudadanos; humanizar siquiera la rivalidad de los partidos, ya que falta mucho para completar la educación de las facciones y no es posible todavía una reconciliación completa de la familia en discordia; acostumbrar a todos al reconocimiento hidalgo y al aplauso sincero del mérito y las virtudes del adversario; proscribir esas luchas fratricidas, esas armas de mala ley que solemos esgrimir saliéndonos del palenque señalado por la civilización; levantar el impero de la Justicia sobre bases inconmovibles y defenderla como al paladión de la ventura pública, son la obra magna que está todavía por llevarse a término, a fin de que la democracia sea una realidad para muchos pueblos de la América española”.
“Han pasado cien años de ímproba labor desde las gloriosas fechas de nuestra emancipación política; y cuánto, cuánto nos resta aún para acercarnos al ideal de nuestros Próceres. Esta lápida nos indica el punto inicial de nuestra ascensión republicana; pero es tan enorme la distancia a la cima, que los sacrificios y esfuerzos de una centuria no han podido acortarla en mucho. Hemos subido, es cierto, por la áspera pendiente, dejando mil sangrientos despojos entre las grietas y los zarzales del camino; mas, hemos recaído varias veces en la servidumbre y visto con dolor malogrados nuestros anhelos y la sangre de esos infatigables campeones de la democracia, que a la continua se han sacrificado por la redención del pueblo. El gigante que sube a la cumbre de la escarpada montaña, con una pesada roca a cuestas, y que antes de tocar la meta rueda al abismo, para tornar a levantarse y emprender de nuevo su abrumadora ascensión, es la imagen más exacta de un pueblo que lucha por sus fueros, que pone toda su alma en la gloriosa tarea de volver efectivas y prácticas las libertades públicas, mediante el entronizamiento del derecho y la justicia”.
“Poco hemos ganado hasta ahora, pero no deben arredrarnos ni la magnitud ni las dificultades de la empresa, menos infundirnos desaliento nuestras reiteradas y trágicas caídas, porque, no lo olvidemos, la completa liberación y perfeccionamiento de un pueblo no se improvisan, no son obra de una sola generación sino de muchas, pues el maravilloso destino del hombre es seguir siempre adelante y labrar la felicidad de la especie aun a costa de la propia dicha…”
“Ahí tenéis el emblema de nuestra democracia; esa piedra que habéis consagrado a la memoria de los Legisladores de 1820 os recordará siempre que la obra de redención esta empezada y que no podemos ni debemos retroceder ni detenernos en el camino; que la cobardía y la desidia, el desaliento y el egoísmo son crímenes imperdonables contra la patria y nuestra propia especie. Esa piedra simbólica os gritará sin cesar: ¡Adelante, adelante! Todo por la libertad y el definitivo triunfo de la Democracia!”.
RELIQUIAS HISTÓRICAS PERDIDAS
Octavio Cordero Palacios ubicó la casa donde en 1820 se aprobó la Ley de la República de Cuenca. Cuando fue concejal en 1916 pidió que se colocara una Placa Monumental en el frontis de la que entonces ocupaba el lugar, porque “No hay sitio alguno que la merezca más entre nosotros, que aquel en el cual se levantaba la casa en donde se dictó y firmó por nuestros Padres el Plan de Gobierno o Ley Fundamental de la República de Cuenca, el 15 de noviembre de 1820”.
La casa, en la calle conocida en 1820 como de El Carmen (luego fue Hércules y Pola hasta 1930), fue residencia de José María Vázquez de Noboa. Teresa Ramírez y Astudillo de Vázquez de Noboa la recibió de su madre como dote de matrimonio. En 1820 la calle de enfrente se llamaba Benigno Malo, hoy Sucre, entre Parra y Solano, actuales General Torres y Padre Aguirre, donde está hoy la matriz de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Juventud Ecuatoriana Progresista (JEP).
Tras la muerte de Teresa Ramírez y Astudillo el inmueble pasó a propiedad de Ángel María Rodríguez Parra, párroco de San Bartolomé, quien a su vez la vendió a Ángela Marchán de Estrella y de ésta a su vez pasó a su hijo, Ángel María Estrella, que la demolió para levantar una nueva casa en su lugar, cuyo propietario en 1920 fue José Peralta.
La placa elaborada con mármoles de Tarqui no se la colocó en 1916, pero resultó más propicia la fecha centenaria de Independencia para cumplir la resolución municipal el 15 de noviembre de 1920, a cien años de la Ley de la República de Cuenca.
La ciudad de todas las orillas, un libro en versión informática publicado por la Dirección Municipal de Cultura por el bicentenario, ha incurrido en el error de afirmar que la sede de la Convención que proclamó la República de Cuenca fue un inmueble del ángulo suroriental del actual parque Calderón, pues hace más de un siglo que Octavio Cordero Palacios la ubicó con exactitud y detalles. El artículo firma Juan Cordero Íñiguez, cronista vitalicio de Cuenca.
No estaría por demás colocar una placa bicentenaria en el frontis del edificio que hoy ocupa el sitio donde se dictó la Ley Fundamental de la República de Cuenca en 1820. Sería un acto reparador del error del libro conmemorativo y de la irresponsable destrucción de testimonios históricos de la ciudad patrimonial.