Kween es el nombre escogido por una kurda trans de 33 años, quien viste de mujer en «lugares seguros», después de sufrir varias agresiones por su identidad de género, en su ciudad, Suleimania, en la Región Autónoma Kurda en Iraq.

Kween aún no ha tomado la decisión de operarse ni de hormonarse, pero, tampoco ha tenido tiempo para ello. El trabajo en la oenegé y la búsqueda de un hueco en la sociedad para los miembros de la comunidad LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales) absorbe la mayor parte de su tiempo.

SULEIMANIA (IPS) – Es una terraza con media docena de mesas a la sombra de una hermosa arboleda. La media de edad no llegará a los 25; piercings y tatuajes, y alguna mecha púrpura sobre el negro hegemónico en la ropa. Podría ser un bar de moda en Roma, Berlín, París o cualquier otra capital europea, pero la llamada a la oración del atardecer recuerda que se está en Suleimania, en la Región Autónoma Kurda de Iraq.

No podemos dar sus coordenadas exactas, ni tampoco el nombre completo de la persona que ha citado a IPS en este local de Suleimania, que con más de medio millón de habitantes es la segunda ciudad kurda más grande de Iraq, tras Erbil.

Viste de blanco -pantalones cortos y camiseta- y luce una pulsera arcoíris en su muñeca izquierda. Prefiere ocultar su nombre real para evitar problemas y pide que la llamemos Kween, “del inglés queen (reina) pero con k de “kurda”, explica. Kween es una mujer trans. La menor de cinco hermanos de una familia kurda de Diyala (un distrito al este del país), Kween reconoce haber sido “un hombre aburrido” durante los primeros 25 años de su vida. Hoy tiene 33. Dice que bloqueaba sus necesidades, que se vestía de mujer con la ropa de su madre y se maquillaba desde los cinco años. “En un vestido me siento la persona que soy y la que siempre he sido”, subraya.

Pero esa libertad casi siempre disfrutada en soledad tiene su precio. Imposible olvidar la paliza que le pegó su hermano mayor cuándo le pilló, a los seis, las humillaciones y el acoso que sufrió en el colegio…

Casi la matan en 2013. Alguien le contacta por internet y le cita a las afueras de la ciudad. Al final resultan ser cinco individuos que la muelen a palos. Completamente entumecida por los golpes y sin cambiarse una ropa cubierta de barro y sangre, Kween aún reúne fuerzas para caminar hasta la oficina de un juez.

“Tienes dos opciones: o poner una denuncia y manchar para siempre el nombre de tu familia o, simplemente, dejar de hacer lo que haces”, le dijo el magistrado. En casa no podía decir lo que le había pasado ni, sobre todo, por qué. Aún hoy, en Diyala nadie sabe que Kween es realmente una mujer. No obstante, lleva varios años trabajando una oenegé centrada en la protección de colectivos vulnerables. Entre otros proyectos está el de buscar términos en kurdo para hablar de los derechos del colectivo LGTBI que no resulten ofensivos. Un ejemplo: Hawragazkhwaz (literalmente, “alguien atraído por miembros de su propio sexo”), es la única forma inclusiva para “homosexual”; nada que ver con términos de uso desgraciadamente común que incluyen ideas como las de “pedofilia” o “violación”.

Kween aún no ha tomado la decisión de operarse ni de hormonarse, pero, tampoco ha tenido mucho tiempo para ello. El trabajo en la oenegé y la búsqueda de un hueco en la sociedad para los miembros de la comunidad LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales) es lo que absorbe la mayor parte de su tiempo. “Si realmente tengo una misión en la vida, es esa”, remata.

“Conducta inmoral”

Una mujer transgénero es golpeada y quemada viva antes de ser arrojada a un contenedor de basura; un homosexual es obligado a ver cómo torturan a su pareja antes de matarla; una lesbiana es acuchillada mientras se le pide que abandone su “conducta inmoral”.

No son más que tres casos de entre los muchos recogidos en un informe de Human Rights Watch (HRW), sobre el colectivo LGTBI en Iraq. Se denuncia secuestro, violación tortura y asesinato de gente queer (identidad de género o sexual fuera de la norma mayoritaria) a manos de grupos armados, a menudo de las propias fuerzas de seguridad del Estado. “Los miembros de esta comunidad viven bajo la amenaza constante de ser capturados y asesinados por la policía iraquí, y bajo una impunidad total”, denunciaba en dicho informe Rasha Younes, investigadora de HRW.

Aún siguen frescas en la mente de todos las imágenes de esos jóvenes homosexuales a los que el Estado Islámico empujaba al vacío desde tejados y azoteas. O las que Doski Azad, una mujer trans kurda, subía a Instagram antes de que su cuerpo fuera encontrado en una zanja. Fue asesinada por su propio hermano.

Conozco a mucha gente que nunca sale a la calle”, cuenta Varin a IPS. A sus 22 años descarta etiquetarse como “hombre” o “mujer”. Fue gracias a internet cuando descubrió que, como ella, había gente que no se sentía identificada con ninguna expresión de género. La activista trabaja en una piscina, pero sus estudios de química le han abierto una posibilidad de trabajo en Qatar que no piensa desaprovechar.

Me presenté a la entrevista de trabajo vestida de mujer recatada y, por supuesto, con manga larga para que no se vieran los tatuajes”, suelta con una sonora carcajada.

Según dice, el colectivo LGTBI de Suleimania cuenta con unos 30 miembros. Se reúnen en cafés como este y, qué duda cabe, las redes sociales ayudan mucho. ¿Que si organizan protestas? No, demasiado peligroso. Sin ir más lejos, el mural que eligió para posar en su fotografía ya ha sido vandalizado y fue completamente destruido pocos días después.

En cualquier caso, esta ciudad kurda se ha convertido en el espacio más seguro del país para miembros del colectivo; nada que ver con las zonas del sur de Iraq, donde el conservadurismo religioso es hegemónico. Mucha gente del sur del país busca refugio en ciudades como Erbil, la capital kurda de Irak. La situación no es, ni mucho menos, comparable con el horror del sur, pero Varin recuerda que sigue tratándose de una ciudad muy conservadora, “una de esas en las que el tiempo se detiene durante el mes del ramadán y en la que nunca puedes bajar la guardia”.

Tendencias suicidas

En abril de 2021, varios jóvenes de Suleimania fueron arrestados “por ser homosexuales y por su conducta inmoral”. Así lo defendió entonces ante la prensa el jefe del operativo. La Policía de Suleimania se niega a contestar a las preguntas, pero parece evidente que el acoso no es exclusivo a miembros del colectivo, sino también se extiende a todo aquel que muestra algún tipo de apoyo. Es el caso de Rasan, una oenegé kurdo-iraquí obligada a responder ante la justicia de forma constante por “promocionar a la comunidad LGTBI”. De hecho, aún esperan sentencia tras la última demanda, interpuesta por un miembro del parlamento kurdo.

La campaña de acoso a miembros del colectivo LGTBI en Iraq condena a la mayoría a una vida de aislamiento para evitar el arresto, o incluso la tortura y el asesinato. Foto: Andoni Lubaki / IPS

Desde su oficina en Suleimania, Tanya Kamal Darwesh, directora de Rasan, asegura que su misión no es promocionar a dicho colectivo sino “sensibilizar a la sociedad sobre el mismo”. Pero aún más preocupante, añade, es que las detenciones de miembros del colectivo sigan repitiéndose. “En vez de aceptar la existencia de estas personas se insiste en criminalizarlas; se les acusa de prostitución, de tráfico de drogas o de cualquier otra cosa para sacarlas de las calles”, explica la activista.

Todos los clanes, los partidos, los líderes, tanto religiosos como políticos, coinciden en su animadversión hacia el colectivo queer. A menudo se justifica con argumentos en clave religiosa o, simplemente, se hace política con ello”, resume Darwesh. El desamparo es total y el impacto psicológico de la intolerancia hacia este colectivo se traduce en casos de depresión, ansiedad, estrés postraumático e incluso tendencias suicidas.

Es el diagnóstico que traslada a IPS por videoconferencia una psicóloga del trauma que prefiere no dar su nombre real para la entrevista. Lleva 10 años trabajando con víctimas de violencia sexual y tortura en Medio Oriente y quiere evitar un veto a toda costa.

Entre agresiones a todos los niveles, la especialista también destaca el riesgo de ser excluido del mundo laboral, o incluso de la propia familia, “eso en una parte del mundo donde esta tiene tanta importancia”.

Conoce personalmente a Varin y a Kween. “No solo ofrecen esperanza al colectivo, sino también un espacio en el que poder hacer preguntas”, dice. “Ya solo siendo visiblemente queer demuestran una gran valentía”, añade.

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