Hasta hace poco nadie andaba tan apurado ni falto de tiempo como para hacer de la charla una suerte de taquigrafía oral, al contrario gozaba pronunciando las palabras alargadas, decidoras, cantarinas. Los jóvenes hoy apenas sueltan una palabra completa y hacen uso de ágiles bisílabos: cole, uni, profe, licen, porfa |
El castellano en los tiempos de la multiculturalidad se acorta, se adormece y se empobrece en el sentido que muchos términos groseros, ríspidos, chocantes, antes raras veces empleados en la conversación ordinaria, pierden sus sentidos originales y se vuelven corrientes. La oportunidad de reunirse en un café, en la barra de un multicine o chatear puede enriquecer la experiencia cotidiana, hacer la diferencia entre un espacio anónimo y un lugar. Los estudiantes están entusiasmados con ellos. En verdad, siempre fueron aficionados al lenguaje subido de color, a las palabras vigorosas, pero nunca hasta ahora fueron tan atrevidas y tan concentradas.
El fenómeno presenta ribetes completamente nuevos tanto en la tendencia a acortar las palabras como en el uso de expresiones vulgares que salían en pocas oportunidades como interjecciones cuando un suceso inesperado interrumpía abruptamente en la existencia de las personas apabullándolas o para desfogar la rabia, la indignación, la bronca, porque algo o alguien les colmó la medida.
Hasta hace poco nadie andaba tan apurado ni falto de tiempo como para hacer de la charla una suerte de taquigrafía oral, al contrario gozaba pronunciando las palabras alargadas, decidoras, cantarinas.
Los jóvenes de hoy apenas sueltan una palabra completa y hacen uso de ágiles bisílabos: ( cole, uni, profe, licen, porfa, ) los ejemplos abundan.
Al lado de los vocablos recortados, otra moda se impone entre la juventud. La conversación económica hecha con muy pocas palabras, más precisamente palabrotas. Aquellas que antaño únicamente salían en situaciones extremas a sabiendas de los resultados negativos que su uso podía acarrear: el ostracismo, dictado por las buenas maneras ofendidas o la réplica por parte del aludido, grosera e insolente, precursora de peleas ya no verbales sino físicas y hasta con armas, en las cuales se enredaban los próximos de unos y otros, creando enemistades por generaciones.
Uno no sabe si maravillarse por el giro banal que han tomado esos vocablos, reducidos en número o por la habilidad de los interlocutores para expresar cualquier idea, sentimiento con un vocabulario tan exiguo. Puta, cabrón, huevón, huevada, se emplean a troche y moche por adolescentes hombres y mujeres como trama de la charla, a veces con sentidos positivos, encomiásticos, a veces negativos. Se ensartan en cualquier conversación como muletillas o interjecciones que expresan una alegría, una satisfacción o un contratiempo.
¡Qué de la puta ¡ Es algo formidable, muy bueno. Sin la admiración puede ser un hecho lamentable. Huevón alude a un amigo o un adversario. Los términos sólo toman valor en el contexto de la conversación, de ahí su versatilidad. Nada que ver con las definiciones de la Real Academia de la Lengua.
La preferencia por palabras cortas es universal, la poda también y ambas impulsadas por la comunicación electrónica, por la moda de lo pluri-multi, lo que no es igualmente generalizado es la selección de las palabras y sus empleos.
Así se habla un castellano fuerte y vulgar pero domesticado porque la fuerza que lo habitaba ha desaparecido, sólo permanece la tosquedad y la pobreza del léxico, carente de imágenes objetivas. Qué pena. Las palabras no suenan más como antes y hasta callan lo que solían decir. Muchas cosas han cambiado como la aspiración de encontrar formas nuevas para las más viejas aspiraciones humanas, como la de conjurar lo efímero de nuestras vidas. Quienes buscan lo nuevo, finalmente, también buscan permanecer a través del lenguaje que es el archivo de la historia.