Julio Carpio Vintimilla

En estos tiempos en que todos piden derechos, es bueno encontrarse con alguien que predique la responsabilidad individual. Y no les eche, simplemente, la culpa de todo a los otros: a la oligarquía, a la "partidocracia", a los "neoliberales", al Imperio



A veces, -- es sabido €“ los espontáneos lectores de un diario escriben con más interés y agudeza que los comentaristas de oficio. ¿Qué tal este fragmento de un lector de Á‘? (La buena revista cultural del diario CLARÁN, de Buenos Aires.) "(Señores) no se viene al mundo a cambiarlo sino a vivir en él tal cual es. . . Thoureau lo pensó antes que yo, en un chalet bañado por la blancura de la espesa nieve. (Por eso, hay que) considerar la acción como el terreno de lo posible. (Y también por eso) , se comienza a crear ciudadanía desde los mandamientos más sencillos. Cuando saques (a pasear) a tu perro, por lo menos, recoge la cagada que ha dejado en el andén. Cuando sea época de sufragio, infórmate y no entregues tu voto a la primera demagoga de rutilantes joyas. Cuando vayas a escribir, olvida los símiles de dudosa ingeniosidad y escupe la verdad." (Marco Aurelio, desde Madrid.)

Bueno, en estos tiempos, en que tantos latinoamericanos parecen hipnotizados por los grandes y engañosos esquemas, -- nuevas y frágiles constituciones, socialismos decimonónicos dudosamente reciclados, tradicionales populismos difícilmente maquillados €“ es alentador encontrarse con gente que ha resistido a los hipnotizadores mañosos y se ha arreglado para seguir manteniendo los pies sobre la tierra. En estos tiempos en que todos piden derechos, es bueno encontrarse con alguien que predique la responsabilidad individual. (Y no les eche, simplemente, la culpa de todo a los otros: a la oligarquía, a la "partidocracia", a los "neoliberales", al Imperio.) En estos tiempos de obsecuencia, conformismo, credulidad, tontería y astucia, resulta estimulante encontrarse con alguien que pide que se expresen las verdades; aunque sean éstas heterodoxas, incómodas, desnudas y feas Hay, pues, que estar de acuerdo con Marco Aurelio: Hagamos nuestras pequeñas cosas bien y con responsabilidad. Y añadamos €“ por nuestra cuenta €“ la conocida recomendación de que los grandes cambios deberían empezar por casa. Velasco Ibarra les recordó a los revolucionarios €“ muy exigentes y muy poco autoexigidos -- algo de eso Y €“ para graficar los principios que anteceden €“ he ahí unos ejemplos, caprichosamente traídos por el azar.

El doctor Francisco Alvarado Cobos nos hizo, en una ocasión, unas observaciones respecto a la toponimia ecuatoriana. El consideraba €“ y coincidimos en ello €“ que la toponimia es también parte del patrimonio cultural de la nación. Decía, por ejemplo, que sería conveniente volver a denominar Chaguarurco (Cerro de las Pencas, en quichua) a la cabecera del cantón Santa Isabel. Claro; habría que hacerlo, incluso por la variedad terminológica: Cantón Santa Isabel; cabecera cantonal, Chaguarurco. (Isabelenses o isabeleños, los habitantes del cantón; chaguarurquinos o chaguarurqueños, los nativos de la cabecera. De otro modo, -- como realmente ocurre hoy €“ todos son isabelenses. Y hay que ponerse a aclarar si son isabelenses del cantón o isabelenses de la cabecera; es decir, isabelenses simples o isabelenses dobles. Y usted fácilmente hallará, en el Ecuador, muchos casos semejantes.) Y ahora: ¿Por qué pasó esto? ¿Por qué se han producido estos defectos? Pues, porque no se hizo bien una pequeña tarea: la oportuna tarea de adecuar los topónimos. (Estábamos estudiando la cuestión, -- para hacer un conjunto de recomendaciones €“ cuando los avatares de la política nos sacaron del Instituto del Patrimonio Cultural. Y, hasta pronto, doctor Alvarado )

Remachemos en la toponimia. La gente sigue llamando Charasol al pueblo denominado, oficialmente, Antonio Borrero Cortázar. (Pueblo ya incluido hoy en la conurbación que bien puede llamarse -- otro topónimo necesario e inexistente €“ la Gran Cuenca.) Bueno, -- antes de seguir €“ señalemos que es justo este pequeño homenaje hecho al buen presidente cuencano. Pero, el nuevo topónimo tenía un inconveniente funcional: resultó artificioso y difícil de aplicar. (Aparte de que €“ siguiendo el buen criterio del doctor Alvarado €“ lo mejor habría sido conservar el nombre, probablemente cañari, de Charasol. En el mundo de la cultura, el mejor criterio es el conservador. Porque la cultura es naturalmente acumuladora, sumadora, integradora.) ¿Y por qué el cambio fue difícil de aplicar? Pues, porque, en el Ecuador, no usamos, para estos casos, unos nombres comunes como puebla (España) o villa (Argentina). (E.g.: Puebla de Sanabria, Zamora; Villa Mercedes, San Luis; respectivamente.) Que, si así fuera, el asunto se habría obviado: el nombre Charasol se habría cambiado por Villa Borrero. Y listo. Y los charasoleños habrían pasado a llamarse borrerenses. Pero, no. Charasol se llama hoy, efectiva o inefectivamente, Antonio Borrero Cortázar. Y nadie sabe decirnos si el nuevo gentilicio debe ser antonino, borrerense o cortazariano. ¿O inventaremos un impronunciable antoborrecortaziano? ¿O habrá que mantener €“ a pesar del cambio €“ el usual charasoleño? (Al estilo de ciertos especiales casos similares. E.g.: En España, los árabes rebautizaron como Calatayud a la antigua Bílbilis de los romanos; pero, los habitantes de dicha ciudad siguen llamándose bilbilitanos.) ¿Vieron ustedes que los pequeños asuntos tienen también su problematismo y merecen, por lo tanto, una cierta consideración? (Y, de yapa, viene bien, aquí, una anécdota nominal. Un humorista decía: el Carlos Cueva Tamariz tiene muchas pulgas. Se estaba refiriendo €“ como puede suponerse €“ al local universitario que debería llamarse simplemente Teatro Cueva.)

Tercer caso. En Cuenca, se realiza, con regularidad, una reunión académica hoy llamada con el extenso nombre de Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla. Reconozcamos otra vez el mérito: Carrasco merece ser recordado por su entusiasta labor de promoción cultural. Y sigamos adelante. Con franqueza: ¿No cae esta denominación en el vicio reiterativo que nuestros padres y abuelos solían caracterizar con la gráfica expresión de albarda sobre albarda? Sí, señor. Es una exageración. Y, con ella, no se le hace mucho honor al homenajeado Y, además, los intelectuales cuencanos quedan mal Hay que ser sobrios. ¿No era ya suficiente aquel defectuoso y desmañado Encuentro sobre Literatura ?

Veamos algo más al respecto. Cuando hay un encuentro, ¿los que se encuentran no son, acaso, gentes, individuos, personas? ¿No habría que decir, entonces, -- con más propiedad y sencillez €“ Encuentro de Escritores Ecuatorianos? (Antes, a estos "encuentros", se los solía denominar €“ clásica y formalmente €“ congresos. La palabra encuentro €“ en verdad €“ queda mejor para ciertos eventos informales y poco trascendentes: Encuentro de Bachilleres Benignistas, por ejemplo. Pero, bueno, el uso, el abuso y la novelería también sancionan ) Y, desde luego, basta decir escritores ecuatorianos; porque está supuesta e implícita la participación, en este evento, de críticos y estudiosos nacionales y extranjeros. Y, por otra parte, no digamos Edición Decimoséptima. Digamos, sin más, Realización 17. (Primero, porque un encuentro se realiza, no se edita; y, segundo, porque, a partir del 11, se tiende hoy €“ en el mundo de habla hispana €“ a usar, por facilidad, los numerales cardinales.) Y, finalmente, -- con buen sentido €“ dediquemos un encuentro a Pablo Palacio; otro, a José de la Cuadra; un tercero, a César Dávila Estará mejor. Porque lo bien hecho, bien está. Y bien parece Y, si sumáramos varios miles de pequeñas cosas bien hechas, este desarreglado Ecuador de hoy podría lucir bastante mejor

 

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