CON LA BENDICIÁ“N DE LA ACADEMIA |
Las palabras ofrecen buen refugio a quien quiera apartarse un instante del fragor de la batalla por el SÁ o por el NO que nadie sabe a dónde va. Hace unas semanas, en una página interior de un diario capitalino leímos acerca de alguien que andó por tal o cual región. El lugar no viene al caso; no así la palabra "andó". Dada la amplia circulación de ese medio, releímos la frase, preocupados, y en vano hemos agotado recursos indagando el momento en que se sancionó como regular el grupo de tiempos formalmente dependientes del perfecto simple del verbo "andar". Y como el medio es tan cauteloso y vigilante en lo que concierne al lenguaje que hasta mantiene una columna regular sobre el tema, nos hemos quedado, como se dice, en las nebulosas, sin acertar con cuál de las formas nos estaremos expresando bien en este ejemplo: "Nos pidieron que andáramos con cuidado o que anduviéramos con cuidado", para no irnos de boca si no acertamos en el empleo melodioso del imperfecto subjuntivo.
Pero en el mismo diario, entre las buenas nuevas que trae cada día sobre nuestro bello país, leímos el miércoles anterior una intitulada: "Hasta diciembre habrán 9 000 reos". Como puede figurarse el lector, este verbo "habrán" vino a convertir el desasosiego anterior en pesadilla. Ahora era preciso emprender en una nueva tarea consistente en hallar el cuándo, el cómo y el porqué se ha despojado de su carácter impersonal al verbo "haber", convirtiendo en sujeto lo que antes parecía funcionar a la maravilla como complemento directo. Pero la fortuna aún no ha coronado nuestro esfuerzo. Sin embargo, nos conforta la idea de que, si en verdad está vigente tal reforma, no han estado errados los honorables miembros de congresos y asambleas cuando se expresaban con tanta propiedad: "hubieron manos negras", "habemos aquí personas honorables".
Vale la pena abordar este tipo de preocupaciones cuando se toma en cuenta que los periódicos proporcionan a la Academia de la lengua una copiosa información sobre el habla de más de cuatrocientos millones de usuarios del español. Posiblemente confiará la Academia en que trabajar para la prensa escrita requiere de una buena formación en el dominio del idioma; supondrá también que además de constituirse en modelo de propiedad, buen gusto, corrección, el redactor será sensible a las particularidades idiomáticas de su comunidad, con las cuales, a su vez, se va enriqueciendo el caudal de una lengua que copa culturalmente la superficie del planeta. Esto nos hace suponer que aquello de "andó" y "habrán" es simplemente un "lapsus cálami". Alabado sea Dios.
Basados en testimonios que han provenido de diversos ámbitos, entre ellos el lenguaje periodístico, los académicos han sancionado ciertos usos que habrían encolerizado a nuestros padres, tan preocupados, los pobres, para conseguir que no imitáramos a los mocosos malhablados. Empleos hoy tan lícitos como licúo, evacúo, hubieran resentido a sus oídos, pues antes solo se admitían licuo, evacuo, aunque este último verbo se presta en una de sus acepciones para que desde antiguo el vulgo lo articulara en hiato o en diptongo, según viniera a su final, dificultoso o ligero, el proceso digestivo. Se hubieran resentido sus oídos, decimos, porque lo correcto en los verbos acabados en UAR se regía para ellos por una norma tan sencilla como una puesta de sol. Precedida la terminación UAR por "c" o "g", el verbo diptongaba: averiguo, santiguo, fraguo y, por supuesto, licuo, evacuo. Si no precedían "c" o "g", se dividía en hiato: desvirtúo, gradúo, evalúo. Mas, como por naturaleza somos reacios, hemos terminado en este y otros casos por obligarle a la Academia a ceder y ella, cual madre generosa, se ha hecho cargo de nuevos hábitos fonéticos y léxicos. Verbos que en razón de su forma o de su significado se consideraban defectivos; es decir, que no se conjugaban en ciertos tiempos y personas, ahora, una vez admitidas esas formas, fluyen sonoros y ligeros. Si antes no cabía conjugar verbos como agredir, transgredir, en otros tiempos y personas en cuya terminación no hubiera "i", hoy se considera válido su empleo en todas las formas temporales. Ciertamente hemos cambiado y está bien que así sea. Un mundo globalizado cobra su tributo en los demás órdenes de la existencia, entre ellos el lenguaje, como para que en adelante no haya remilgos cuando alguien agreda o transgreda, siempre que no se llegue al colmo de que se nos abola.
Pero en el mismo diario, entre las buenas nuevas que trae cada día sobre nuestro bello país, leímos el miércoles anterior una intitulada: "Hasta diciembre habrán 9 000 reos". Como puede figurarse el lector, este verbo "habrán" vino a convertir el desasosiego anterior en pesadilla. Ahora era preciso emprender en una nueva tarea consistente en hallar el cuándo, el cómo y el porqué se ha despojado de su carácter impersonal al verbo "haber", convirtiendo en sujeto lo que antes parecía funcionar a la maravilla como complemento directo. Pero la fortuna aún no ha coronado nuestro esfuerzo. Sin embargo, nos conforta la idea de que, si en verdad está vigente tal reforma, no han estado errados los honorables miembros de congresos y asambleas cuando se expresaban con tanta propiedad: "hubieron manos negras", "habemos aquí personas honorables".
Vale la pena abordar este tipo de preocupaciones cuando se toma en cuenta que los periódicos proporcionan a la Academia de la lengua una copiosa información sobre el habla de más de cuatrocientos millones de usuarios del español. Posiblemente confiará la Academia en que trabajar para la prensa escrita requiere de una buena formación en el dominio del idioma; supondrá también que además de constituirse en modelo de propiedad, buen gusto, corrección, el redactor será sensible a las particularidades idiomáticas de su comunidad, con las cuales, a su vez, se va enriqueciendo el caudal de una lengua que copa culturalmente la superficie del planeta. Esto nos hace suponer que aquello de "andó" y "habrán" es simplemente un "lapsus cálami". Alabado sea Dios.
Basados en testimonios que han provenido de diversos ámbitos, entre ellos el lenguaje periodístico, los académicos han sancionado ciertos usos que habrían encolerizado a nuestros padres, tan preocupados, los pobres, para conseguir que no imitáramos a los mocosos malhablados. Empleos hoy tan lícitos como licúo, evacúo, hubieran resentido a sus oídos, pues antes solo se admitían licuo, evacuo, aunque este último verbo se presta en una de sus acepciones para que desde antiguo el vulgo lo articulara en hiato o en diptongo, según viniera a su final, dificultoso o ligero, el proceso digestivo. Se hubieran resentido sus oídos, decimos, porque lo correcto en los verbos acabados en UAR se regía para ellos por una norma tan sencilla como una puesta de sol. Precedida la terminación UAR por "c" o "g", el verbo diptongaba: averiguo, santiguo, fraguo y, por supuesto, licuo, evacuo. Si no precedían "c" o "g", se dividía en hiato: desvirtúo, gradúo, evalúo. Mas, como por naturaleza somos reacios, hemos terminado en este y otros casos por obligarle a la Academia a ceder y ella, cual madre generosa, se ha hecho cargo de nuevos hábitos fonéticos y léxicos. Verbos que en razón de su forma o de su significado se consideraban defectivos; es decir, que no se conjugaban en ciertos tiempos y personas, ahora, una vez admitidas esas formas, fluyen sonoros y ligeros. Si antes no cabía conjugar verbos como agredir, transgredir, en otros tiempos y personas en cuya terminación no hubiera "i", hoy se considera válido su empleo en todas las formas temporales. Ciertamente hemos cambiado y está bien que así sea. Un mundo globalizado cobra su tributo en los demás órdenes de la existencia, entre ellos el lenguaje, como para que en adelante no haya remilgos cuando alguien agreda o transgreda, siempre que no se llegue al colmo de que se nos abola.