Se trata de una complicidad por omisión de las autoridades del vecino país con el secuestro. Ellos saben diferenciar muy bien los secuestros políticos, y por lo tanto de su interés, respecto de los otros, cometidos por bandas desprendidas de las guerrillas o los grupos paramilitares |
Decir que el secuestro es una industria resulta un lugar común, cuando desde la vecina Colombia se ha "exportado" esta práctica tan criminal como impune, al socaire de la Geopolítica que lo ha criminalizado todo, desde la política €“cuando se halla en contra del sistema- hasta la economía informal. Dentro de estos insterticios relativistas, el secuestro forma parte, desde hace años, de una boyante forma de vida de estructuras sociales desarticuladas €“como la colombiana, en buena parte- y que por efecto de simple contagio amenaza al Ecuador.
Un hermano del Gobernador del Azuay Oswaldo Larriva, fue víctima de esta "industria secuestradora" durante seis meses, en los cuales cabe suponer que los familiares de la víctima fueron objeto de las clásicas amenazas y presiones, incluido que no se avise a las autoridades acerca del hecho. Tras seis meses de cautiverio, la víctima fue liberada, pero a cambio de un sustancioso pago en efectivo, que de hecho alentará posteriores acciones delictivas de este tipo, máxime cuando, por obra de la "floreciente industria", la "mercancía" €“léase la víctima- es trasladada a un "lugar seguro" donde no rige la ley, esto es los "paraísos delincuenciales" formados en Colombia, sobre todo en su área fronteriza con Ecuador.
De hecho, se trata de una complicidad por omisión de las autoridades del vecino país con el secuestro. Ellos saben diferenciar muy bien los secuestros políticos, y por lo tanto de su interés, respecto de los otros, cometidos por bandas desprendidas de las guerrillas o los grupos paramilitares, a los que no conceden mayor importancia. De allí la pasmosa respuesta de las autoridades de Policía del país vecino ante el secuestro de Kléber Larriva, cuando desde el Ecuador se proporcionó pistas y datos certeros sobre el paradero del secuestrado. Estas manifestaron, según los testimonios de la policía ecuatoriana y los familiares del secuestrado, "que era imposible hacer nada, porque se hallaba en territorio no controlado" por el Gobierno de Colombia. De ello se desprende además una mala voluntad evidente por colaborar con las autoridades del Ecuador, quizá a causa de las dificultades diplomáticas y de soberanía registradas desde marzo pasado.
¿Se puede justificar este aparente desinterés por colaborar en un caso que de hecho involucra a las autoridades de Colombia porque sus autores procedieron de allí, y allá volvieron con la víctima? Es decir, si la familia del cuencano secuestrado carecía de la posibilidad de pagar un crecido rescate, éste se mantendría indefinidamente en poder de sus captores, aunque lo más seguro es que lo hubiesen eliminado, para sentar "un precedente" respecto a similares casos.
De este modo, se demuestra la doble moral con que el Gobierno de Colombia trata uno de los fenómenos de descomposición social más repugnantes que han surgido en aquel devastado país, como es el secuestro. Los casos políticamente susceptibles de una provechosa explicitación, militar y económicamente adecuados para aparentes "desenlaces felices e indoloros" como el célebre de Ingrid Betancourt, mientras por otro lado, se confiesa sin ambajes la impotencia de un estado cuyo gobierno legal admite que es incapaz de ingresar en zonas que no controla. Para el caso de Kléber Larriva no hubo, se entiende, las prioridades que Uribe y su complejo político-militar asumen en virtud de factores netamente estratégicos, de acuerdo a sus planes "Colombia" y "Patriota". Claro que aquí también hubo el innegable ingrediente de un mensaje de hostilidad hacia un gobierno que se atrevió a cuestionar las falacias de una estrategia de guerra que deja intocados e impunes los conflictos para centrarse en el aspecto meramente estratégico del problema que rebasa su mera significación militar para proyectarse sobre un país y sus vecinos.