Marco Tello

Hay que celebrar que la suerte de quienes después de treinta o más años de trabajo han llegado al término de su rendimiento laboral, haya sido materia de preocupación en el interior de la Asamblea Nacional Constituyente, pues se habían ido estableciendo abismales diferencias en el monto que por cesantías y jubilaciones se percibían en distintos sectores de servicio al Estado

 

Muchos ciudadanos extranjeros que viajan por diversión alrededor del mundo y dan con los encantos de nuestro país atraídos por el perfil sinuoso del paisaje natural o cultural, lo hacen en pleno goce de los beneficios de la jubilación, palabra mágica esta que en naciones venturosas debe hacer honor a su origen etimológico, ya provenga del latín o del hebreo, para no caer en el carácter eufemístico con que entre nosotros se encubren penosas y crueles realidades.

Entre aquellos felices visitantes, no faltan quienes en su país han ejercido largos años de docencia, pues las pensiones de retiro de que gozan allá, sin ser extraordinarias, les alcanzan para cubrir el costo de un tour por lo ancho de este mundo, antes de emprender, ya suficientemente motivados, como debe estar todo maestro, la larga travesía de que hablaba un exquisito poeta en los dorados tiempos en que la poesía aún no daba en el turismo.

Este es uno de los sueños imposibles para un jubilado ecuatoriano. En nuestro país, la llegada a la tercera edad, que por lo general empieza en el momento en que hombres y mujeres se acogen al retiro €“otra frase eufemística-, es menos deseable y menos placentera, tanto porque con ella empiezan a merodear alrededor del pobre jubilado los negros heraldos de las pompas fúnebres, como porque debe alterar drásticamente el ritmo de la existencia, por razones de orden fisiológico, ciertamente; pero también porque debe ajustar ese ritmo a las menesterosas pensiones que en algunos casos cobran forma de obra pía. Lo mortificante es que esta situación se ha dado y se da en medio de la indiferencia de una estructura social en la que al parecer ya casi no hay cabida para los abuelos.

Por ello hay que celebrar que, en buena hora, la suerte de quienes después de treinta o más años de trabajo han llegado al término de su rendimiento laboral, haya sido materia de preocupación en el interior de la Asamblea Nacional Constituyente, pues se habían ido estableciendo abismales diferencias en el monto que por cesantías y jubilaciones se percibían en distintos sectores de servicio al Estado. Tales diferencias, rayanas en algún caso en el oprobio, han hecho que en varios ámbitos del sector público se espere con fundado terror la hora del retiro, pues ello significa el ingreso a la miseria, un lobby, como hoy se dice, antes de escuchar el llamado esperanzador de la muerte.

Quizás sea este temor una buena explicación para que en las filas del magisterio, por ejemplo, en cualquiera de sus tres niveles, haya un promedio elevado de edad que empieza a preocupar con razón a los administradores educativos en una época en que el conocimiento y la experiencia de los mayores sirve de muy poco o casi de nada frente a la capacidad de almacenaje que poseen los recursos informáticos; aparte de que en todos los frentes hace falta en el país disponer de plazas de trabajo.

En este sentido es asimismo loable la preocupación del Ministerio de Educación, que desde hace un par de años ofrece un estímulo inesperado de 12 000 dólares a fin de doblegar la voluntad de los viejos profesores para que hagan el favor de retirarse. En pocas ocupaciones es hoy tan notoria la diferencia generacional como en la docencia, dada la celeridad de los cambios que casi a diario se operan en el conocimiento, en la tecnología y, en general, en todos los órdenes de la vida, y dada también la falta de una carrera que reconozca aportes y méritos profesionales, lo cual ha conllevado el peligro de que el profesor cayera en una rutina de treinta o más años, como le ocurriría a un general a quien se le obligara de por vida a trotar con los conscriptos. Lo preocupante fue que dicha oferta ministerial dejara más al descubierto la indigencia en que iba a seguir condenado el magisterio cuando se argumentó que con la partida casi irrisoria que dejaba el jubilado se iba a cubrir el sueldo de dos o tres nuevos profesores, como para confirmar que entre nosotros la realidad siempre ha tendido a superar a la ficción. Ahora solo cabe esperar que el Ministerio del ramo y la Asamblea se pongan de acuerdo y precisen el alcance de las resoluciones en cuanto concierne a la jubilación de los docentes para que empiecen a renovarse con sangre nueva las filas del magisterio.

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