Por Yolanda Reinoso
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El verano en la ciudad austriaca de Salzburgo no es abrasador y mucho menos fatigoso; es de un sol esplendoroso que anima el frescor del ambiente debido a la presencia de los Alpes que guardan, entre otros atractivos, la cueva de hielo más extensa del mundo: Eisriesenwelt, voz alemana que significa "mundo de hielo gigante", y que sólo es factible visitar entre mayo y agosto.
La localidad de Werfen, situada a 40 kilómetros al sur de Salzburgo, es de un encanto de cuento de hadas que bien merece otro artículo, y es además el paraje en el que comienza una carretera que asciende la montaña de Hochkogel (parte de la cadena alpina llamada Tennengebirge) y que hay que ascender a pie en una caminata que regala a cada paso unos paisajes de aire purísimo y un verdor extendido por la comarca como un cobertor infinito. Concluido el tramo a pie, el trayecto se hace en teleférico, que una vez que parte en línea ascendente, pareciera a punto de desprenderse del cable: el aparato cuelga a una altura desconcertante y, movido por el viento, no es más que una insignificancia de metal frente a la grandeza del paisaje montañoso.
El sitio de llegada del teleférico cuenta con una tienda que ofrece a los visitantes bebidas y aperitivos, una necesidad previa a la caminata de hora y cuarto que habrá que hacer dentro de la cueva en medio de un aire helado.
Los geólogos afirman que la cueva se formó en la etapa tardía del período terciario correspondiente a la era glacial, debido a la presencia del río Salzach que erosionó la montaña al atravesarla, lo que permitiría que el hielo de las nevadas se filtrara en la cueva así formada y se congelara durante el invierno, de forma que estamos hablando de un hielo antiquísimo que presenta capas azuladas.
Actualmente, en época invernal la puerta de madera que sella el acceso a la cueva, se abre y permanece así, lo que permite la entrada de vientos helados que conservan el estado sólido del hielo en el interior.
Esa puerta se cierra durante el verano y se abre sólo a un grupo de quince personas a la vez, dejando escapar un viento helado que proviene desde lo más profundo de la cueva, como alertando al visitante acerca del frío que debe soportar adentro a cambio de una experiencia extraordinaria.
Esa aventura única inicia en un recorrido de escaleras ascendentes de madera, desde las cuales se puede admirar el hielo que un guía alumbra con una lámpara, dando un efecto de magia al lugar ya que, en medio de la oscuridad de la cueva, el hielo así iluminado brilla como si guardara diamantes entre sus capas densas. El resultado es un espectáculo natural de una estética que bordea el encantamiento, ante el cual el grupo deja escapar exclamaciones.
El primer espacio que se puede admirar a una temperatura inferior a cero grados, destaca por una gran estalagmita llamada "Torre Posselt", en honor al explorador que descubriera la cueva en 1879 y, doscientos metros más allá, una cruz de madera marca el punto hasta el cual él habría llegado, desde donde se observa una gran pared de hielo que alcanza una altura de 25 metros.
El tramo que le sigue a la pared lleva al lugar donde, en una especie de gruta natural, se ha depositado un pomo que contiene las cenizas de un explorador posterior cuyos estudios corresponden al año 1912.
A continuación, se puede observar lo que se ha denominado "Castillo de Hymir", de referencia mitológica escandinava; su belleza está dada por las estalactitas que cuelgan en punta como lanzas afiladas, cuyo cuerpo de hielo hace pensar en una tersura que no es posible comprobar ya que tocar el hielo está prohibido.
En este punto, habiendo recorrido apenas un kilómetro de los cuarenta y dos que tiene la cueva, se emprende la caminata de regreso por las escaleras descendentes, para volver a la luz del sol, afuera, con la sensación de haber estado en otro mundo donde reinan el frío y la oscuridad, y donde no obstante es posible la belleza.