Por Eugenio Lloret
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Alberto Acosta, Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente es un ciudadano ejemplar comprometido con la democracia, la equidad social, el desarrollo económico y por sobre todos los méritos que le asisten es un defensor acérrimo de la naturaleza y de la sustentabilidad ambiental del Ecuador.
Su pensamiento multifacético y su acción ejemplar en su defensa por la biodiversidad de la amazonía, de sus pueblos ancestrales que se pierden en la noche de los tiempos, su tesis de soberanía sobre nuestros recursos naturales explican su postura ideológica, ética y política frente a la acción ecológica y la naturaleza que debe ser considerada como sujeto de derecho y como objeto directo de deberes humanos.
Ese criterio revolucionario y transformador impulsado por Alberto Acosta y que se enmarca dentro de la verdadera democracia del futuro tendrá que ser forzosamente considerada en la nueva Carta Magna. Así lo demanda la ética frente al crecimiento y el desarrollo sostenible. El parque Yasuní, por ejemplo, esconde una de las mayores paradojas de la geografía, la cultura ambiental y las necesidades económicas del Ecuador.
Este lugar amazónico excepcional de la naturaleza, de incalculable valor ecológico a escala mundial, por contraste contiene una enorme reserva petrolera que se la quiere precautelar mediante una sólida propuesta del Gobierno a la comunidad internacional que frente al calentamiento global y el deterioro ecológico del planeta gratifiquen el sacrificio económico que significaría para el país no aprovechar la explotación y comercialización del petróleo.
Esa agenda alternativa profesada por Alberto Acosta a partir de un sinnúmero de razonamientos debe ocupar sin más plazos toda la atención de la nación para la legitimación de tan ansiado propósito liberador que no puede ser susceptible de trivialización. Se trata de un discurso ecológico emancipador, si se quiere radical, que se sustenta en la concepción que el ser humano es parte de la naturaleza y por lo mismo interactúa con el medio ambiente.
La tesis enarbolada por Alberto Acosta vincula los aspectos sociales y ambientales y responsabiliza directamente al capitalismo como el culpable de la destrucción ambiental. Por eso mismo, plantea profundos cambios a nivel individual y social para conseguir una relación armónica entre las estructuras sociales y la naturaleza.
En este tipo de ecologismo radical se destacan la ecología social, el ecosocialismo, la ecología política de los pobres y la ecología de la liberación, esta última vertiente sostenida por la iglesia progresista.
La ecología política de la pobreza se opone al capitalismo como la conversión de la naturaleza en una simple mercancía y reivindica una participación activa de los pobres como sujetos concientes, porque son las principales víctimas de la destrucción ambiental. Precisamente, porque los pobres sienten en carne propia el deterioro de los ecosistemas, pueden llegar a ser los protagonistas de una política que recupere la naturaleza mediante una relación diferente con ella, que no la aniquile ni la haga inhabitable.
A partir de estos planteamientos se ha comenzado en el Ecuador a librar un sinnúmero de batallas teniendo entre sus adalides a Alberto Acosta con su pensamiento de praxis ecológica, social y política que se opone a la mercantilización de la naturaleza.