Julio Carpio

Tuvimos, ciertamente, en el siglo XX, muchos más años democráticos que dictatoriales. Pero nuestra democracia fue muy formal; talvez mejor, muy anémica. Y algunos períodos democráticos €“ Velasco Ibarra, Febres Cordero, Gutiérrez €“ fueron, en verdad, semidictaduras. Nos hemos bamboleado entre las democracias y las dictaduras. Y, en el defectuoso proceso, no hemos crecido.

 

 

 

Velasco IbarraLucio Gutierrez

 

Velasco Ibarra y Lucio Gutiérrez son ejemplos de ayer y de ahora de presidentes
que rebasaron los límites de la democracia. Ambos fueron derrocados
 

Ya hemos perdido nuestra democracia. Es un hecho. Es evidente. Pero, aún, hay quienes no pueden o no quieren verlo. ¿Y por qué sucede esto? Pues, porque hay gente que solo alcanza a ver los espejismos del "cambio"; o que, voluntariamente, se puso las vendas en los ojos. (El opacante pensamiento desiderativo es una muy buena venda.) Allá ellos y acá nosotros. Nosotros creemos que hay que ser, en verdad, un flor de gil -- aquí va justa esta expresión argentina, una de las preferidas de José Edmundo Maldonado €“ para pensar que el correísmo nos va a dar, a la final, una democracia mejorada. Y, peor aún, para creer que la inefable Asamblea Constituyente vaya a redactar la mejor ley suprema de nuestra historia republicana; y, hasta, -- según ciertas fantásticas implicaciones €“ a cambiar la idiosincrasia y el comportamiento cívico de los ecuatorianos.

 


Observemos. ¿No está claro €“ a esta altura de su mandato €“ que Rafael Correa tiene una mentalidad y un temperamento dictatoriales? Y, eso, no se cambia. Es parte del genio y de la figura. ¿Y no está, también, muy claro que sus partidarios €“ todo ese variopinto conjunto de comunistoides; nunca la antigua palabreja velasquista fue más exacta, ni más expresiva €“ son, igualmente, dictatoriales? (El comunismo €“ como se sabe €“ llegó al máximo extremo de lo dictatorial: el totalitarismo.) Bueno, ya en este punto, basta aplicar la sabiduría popular para conseguir un resultado concluyente: Dime con quién andas y te diré quién eres Y abundemos sin dañar. ¿No está claro, adicionalmente, que Correa es el jefe único, indiscutido e indiscutible? Maldonado solía cerrar, estos y semejantes casos, de la siguiente manera: Miren chicos, no hay más gallo que el que canta; ni más jabón que el que hace espuma; ni más tren que el que pita Y, podríamos añadir, -- en su mismo estilo -- : si usted cree que el rey desnudo está vestido, es cosa suya Demostrado. Y no dejemos de señalar que algunos listos chavistas -- no de Chávez, sino de El Chavo €“ lo sospecharon desde un principio (Nota.- Hablamos del estilo, no de las convicciones de Maldonado. Á‰l fue velasquista. Y, si viviera, sería correísta, muy posiblemente. Queden las cosas en su punto.) Y, ahora, dejémonos de popularismos €“ porque de populismos no podemos dejarnos €“ y vamos adelante.

 


Perdimos nuestra democracia porque siempre fue débil. No nos comparemos ni con Canadá, ni con Australia. Comparémonos solamente con Chile, Colombia y Uruguay. La verdad es que estábamos muy atrás de ellos. Carecíamos de su relativa madurez. La democracia de Chile es antigua. (Sólo se interrumpió durante los dieciséis años del pinochetismo.) Y, hoy día, se ha recuperado y ha construido un estado bastante operativo y moderno. Y la democracia y el estado colombianos marchan también; a pesar del azote de la muy prolongada guerra civil . Y el Uruguay hasta hizo ciertos especiales experimentos democráticos Ahora, veamos nuestro caso más allá de las apariencias. Tuvimos, ciertamente, en el siglo XX, muchos más años democráticos que dictatoriales. Pero nuestra democracia fue muy formal; talvez mejor, muy anémica. Y algunos períodos democráticos €“ Velasco Ibarra, Febres Cordero, Gutiérrez €“ fueron, en verdad, semidictaduras. (Democraduras, dictocracias; es igual.) Y nos hemos bamboleado entre las democracias y las dictaduras. Y, en el defectuoso proceso, no hemos crecido. Nos hemos quedado, en lo político, chicos, muy chicos

 


Y no supimos fortalecer nuestra democracia. ¿Qué tal si , por ejemplo, se hubiera respetado el "cociente de eliminación"? (El partido que, en dos elecciones sucesivas, no sacaba un cinco por ciento de votos debía desaparecer del registro electoral.) De este modo, gradualmente, se habrían terminado los grupúsculos y se habrían constituido dos o tres partidos mayoritarios. No se lo respetó; porque pudo más la fuerza erosiva de las sofisterías demagógicas y de las leguleyadas ¿Y si el Tribunal Supremo Electoral se hubiera preocupado de exigir que se aplicaran, en los partidos, las normas de la democracia interna? (Elecciones internas limpias de dirigentes y candidatos.) ¿Y si nos hubiéramos preocupado de que los organismos de control fueran independientes o, aun, con ciertas mayorías de la oposición? ¿Y si hubiéramos comprendido que todas las democracias son perfectibles? ¿Y si hubiéramos comprendido que la democracia no es solamente una forma de gobierno; sino, también, una forma de vida política y un proyecto social en continua ejecución? Pero, no En más de medio siglo, nada más que un estadista €“ Galo Plaza Lasso €“ perfeccionó nuestro comportamiento político. Vio hacia delante. Todos los demás presidentes fueron simplemente altos funcionarios. Y fueron -- de manera tristemente explicable €“ unos inmediatistas sin remedio. (La desgracia de la mediocridad y la ausencia de líderes.) Y, en definitiva, otra vez falló el viejo estado: no logró la organización política moderna, la que necesitábamos.

 


Y no supimos defender nuestra democracia. Luis Alberto Sánchez €“ el recordado rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima €“ decía que las democracias deben ser tolerantes con los tolerantes; e intolerantes, con los intolerantes. En otras palabras, que hay que ser firmes y enérgicos con los segundos. Existe un límite que los intolerantes no deben pasar: es el límite de la libertad y del derecho. (Si lo pasan, los dictatoriales €“ de cualquier color €“ están amenazando a todo el conjunto de la sociedad; están rompiendo el pacto social implícito y básico.) Apliquemos el principio. Los golpistas, por ejemplo, deben ir a la cárcel. Y deben perder, de por vida, el derecho de ser presidentes, ministros o diputados. No se debe permitir que los golpistas se aprovechen de los medios democráticos, para conseguir sus fines antidemocráticos. (Pero, -- claro €“ cuando Chávez da un golpe y recibe el apoyo del 92 por ciento de los venezolanos, ya era demasiado tarde Ya el tronco de la democracia caribeña había sido roída por los comejenes. Y cuando Correa juntó a unos grupos de izquierdistas trasnochados y se alzó con la presidencia, ya la democracia estaba desapareciendo también.) Bueno, la defensa de la democracia es algo que debe hacerse a tiempo y, seguro, en forma permanente. Y no lo hicimos. Y así nos ha ido.

 


Y, ahora, ¿qué nos queda? Pues, que tendremos que recuperar nuestra democracia; cuando los dictatoriales de turno se hayan marchado. ¿Cuándo? Y eso €“ salvo que tengamos la excepcional suerte de los españoles de La Transición posfranquista €“ puede ser difícil, muy difícil

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