| Su altura de 370 metros resalta en el paisaje de tal forma, que aun sin historia o interés arqueológico, su sola presencia bastaría para que se la considerase un punto sobresaliente en la geografía de la zona |
La historia de la colección de arte abierta al público bajo el nombre "The Frick Collection of Art" en lo que hoy es uno de los museos más visitados en Manhattan, New York, se remonta a los logros personales de un empresario del acero llamado Henry Clay Frick, quien llegó a ser millonario a la edad de 30 años al haber puesto su empeño en la producción de la nombrada aleación. La riqueza así acumulada, le sirvió para adquirir arte y, con ello, satisfacer el goce de un colector ávido que, en su continuo movimiento de una ciudad a otra, jamás renunció a las obras adquiridas, sino que antes construyó, hacia 1914 una mansión lo suficientemente grande para vivir acorde con su productividad económica pero, además, ubicar los preciosos objetos de arte donde pudiera gozar de ellos a diario.
Patio interno
El museo, abierto originalmente al público en 1935 y luego en 1990 de forma definitiva, está dividido para la visita en varias salas cuya riqueza artística no es posible agotar ni siquiera en una visita, menos en un intento descriptivo, pero sí es válido mencionar al menos las piezas más sobresalientes tanto por su historia como por el valor del autor.
"Dama y doncella", de Johannes Vermeer.
En la llamada "West Gallery", cuya arquitectura recuerda a muchas de las salas del museo de Louvre, se aprecian obras de Goya y Velázquez con retratos del Duque de Osuña y Felipe IV respectivamente. Resalta un autorretrato de Rembrandt y también su cuadro "Jinete polaco", en que puede apreciarse su particular forma de usar el pincel en un solo trazo definitivo para darle textura a la tela de la vestimenta del retratado.
"Dama y doncella", de Johannes Vermeer, destaca por el efecto de luz logrado sobre las joyas de la dama así como en los objetos sobre la mesa al entrar directo desde una ventana junto a la cual el maestro holandés creó escenas recreativas de la vida cotidiana de su entorno. Esa luz, en este cuadro en particular, sirve para contrastar la diferencia de las vidas de la mujer enjoyada con la que está para servir y hacer los quehaceres, sin joyas, casi perdida en la penumbra, sin ser tocada por la luz.
Los vivos y brillantes azules, verdes turquesas y tonos rojizos en las escenas en miniatura de la sala de esmaltes de Limoge, son de una riqueza visual maravillosa en cuanto la técnica usa una sustancia vítrea sobre cobre para dar como resultado un aspecto de obra recién acabada, que no envejece, casi como si un barniz hubiese sido recién pasado.
Al lado opuesto, en la "East Gallery", resaltan por su tamaño y sus colores pastel, un par de obras de Renoir y, aparte, por su característico estilo rococó, las de Fragonard, donde adornadas figuras humanas habitan exuberantes parajes.
Por la vivacidad de matices y el detalle facial, destaca un retrato de Tomás Moro, del artista alemán Hans Holbein.
En cada sala se pueden apreciar figuras míticas de bronce, italianas en su mayoría, aunque las hay también de escultores franceses y alemanes.
Estas maravillas están rodeadas de arte pictórico y de muebles del siglo XVI de entre los que debo destacar, por su singular elegancia, las llamadas sillas "sabonarola" (en forma de equis) y los baúles de nogal denominados "casonis", cuyo detalle en las imágenes esculpidas, representando escenas bíblicas principalmente, es motivo suficiente de admiración por la prolijidad del artista.
La mansión Frick convertida hoy en museo, es en sí misma una obra de arte, en especial su jardín externo y su patio interno de mármol con una fuente rodeada de plantas y de columnas de piedra, y en la que a menudo se detienen los visitantes a descansar por un momento, quizás a imaginar lo que sería poder sentarse, como Frick hiciera, en su propio museo.
Obra de Fragonard