La seguridad ha dejado de ser patrimonio del Ecuador. Hechos de violencia €“robos, crímenes, asesinatos- están en los noticieros nacionales y en los periódicos como parte de la crónica social cotidiana: el público ha dado por acostumbrarse a esta realidad y ni siquiera los hechos más horrorosos rompen la impavidez de una sociedad acostumbrada a creer que se trata de un fenómeno que ocurre al prójimo y del que cree están exentos los miembros de la propia familia.
En días recientes en varias ciudades ecuatorianas se han registrado pavorosos crímenes sangrientos, macabros, que evidencian el desquiciamiento en la conducta de seres humanos que parecerían haberse deshumanizado, para actuar como ni siquiera actúan las bestias más silvestres: con saña, sadismo, alevosía y crueldad.
No se trata de exageraciones. En Manta y Cuenca se ha encontrado cadáveres de jóvenes mutilados víctimas de acciones que entran más que en el ámbito de la criminalidad, en el de patologías que delatan el grado de insensibilidad al que puede llegar el ser humano movido por pasiones o aberraciones. Son hechos frente a los cuales es un imperativo reclamar la preocupación de los poderes públicos, de los líderes sociales, de los políticos, de las organizaciones religiosas, de los maestros y de los ciudadanos todos, pues su frecuencia merece un clamor de alerta ante la posibilidad de que tarde o temprano, los indiferentes frente a este fenómeno, puedan ser ellos o sus familiares otras víctimas.
Es urgente poner los ojos, el corazón y la mente sobre la juventud, empezando por reconocer la indiferencia con la que actúan frente a ella los mayores €“padres de familia, educadores, autoridades-, equivocando permisividad con liberalidad. La formación en valores no deja de ser una frase apenas aplicada.
En esta misma edición de AVANCE se incluye una nota periodística sobre el consumo de bebidas alcohólicas como parte de la cultura de los ecuatorianos. Allí puede estar y de hecho está uno de los elementos que tienen que ver con la conducta descarriada de jóvenes y adultos, cuyas consecuencias son, precisamente, los violentos episodios que dan origen al presente comentario. Y las estadísticas sobre el tema apenas reflejan una realidad parcial, pues dada la tendencia a esconder la verdad, sin duda las proporciones son muchísimo mayores y alarmantes, estimuladas por campañas publicitarias para inducir al consumo alcohólico a través del deporte o la proliferación de establecimientos de expendio de bebidas, los bares, discotecas, además de los programas "sociales" que casi son parte del pensum de estudios, o medios de comunicación que son escuelas de violencia y quiebra social.