Yolanda Reinoso Observar una danza de varones Masai o pasear por la aldea, construida por las mujeres en grupos de cabañas de ladrillo hecho a base de excremento de animales y paja, es una actividad que le cuesta al turista una buena cantidad de dinero: el pueblo masai recibe una gran parte de sus ingresos a través de la "venta" de su imagen física para una foto o un "tour" por el interior de su choza


Los Masai
De los Masai, el pueblo africano indígena que ocupa Kenya y el norte de Tanzania, tenía solo las referencias provenientes de documentales y reportajes: su condición pastoril, su dieta a base de carne, leche y sangre vacuna, la práctica de la poligamia, la ablación para darle valor a una mujer, la hospitalidad que llega al punto de ofrecerle al visitante una noche con la esposa, el gran valor productivo y social del ganado, pues con él un hombre puede comprar sus esposas. Y por supuesto, las fotos de gente Masai en las portadas de las revistas, mirando al lector desde la diversidad del mundo.

Debe ser por ello que, cuando tuve en la realidad a este pueblo frente a mis ojos, me parecía haberme metido de repente en una de esas páginas de revista, de forma que su existencia ya no me era distante y, por cierto, el interés pasó a ser puramente humano, así que desplacemos el tono informativo.

Ver a un masai paseando por las extensas llanuras de los parques nacionales kenyanos, es divisar a un ser que parece solitario, de largas extremidades, con una elegancia que es parte de su raza misma, caminando erguido y con la mirada en el horizonte, envuelto en un manto rojo y llevando, como un estandarte, una lanza fina que va bien con su esbeltez.

Sin embargo, esa apariencia de soledad es nada más que eso, quizá alimentada por la grandeza de las llanuras, porque en realidad los Masai viven en comunidad y sus costumbres ancestrales perviven a pesar de la influencia occidental y la atracción que posee para algunos la idea de vivir en la ciudad moderna, en especial la capital, Nairobi, ya que hay quienes han emigrado allí en busca de cualquier trabajo disponible, si bien la mayoría de integrantes de la comunidad Masai, se caracteriza por su resistencia a renunciar a su forma tradicional de vida.

Un aspecto físico que llama la atención en los hombres, es el agujero hecho en el lóbulo de sus orejas y en las joyas que llevan alrededor del cuello, en la parte superior de los brazos, en los tobillos e incluso a manera de diademas y que, ni en color ni en material, difieren de las que usan las mujeres. Justamente estas joyas, confeccionadas por ellos mismos, son una de las artesanías que mayor precio alcanzan en el mercado internacional de souvenirs.

De sus accesorios, priva la vistosidad de los matices y una estética reflejada en las figuras geométricas perfectas que modelan con cuentas de colores, cuya significación está ligada al estilo de vida masai, pues predomina el rojo, que simboliza la sangre del ganado que se usa en varios alimentos, el blanco, la leche que los animales domesticados producen, el azul el cielo que cubre las grandes estepas y el verde, la hierba que crece y de la que se alimentan sus animales: evidencia de la comunión masai con la naturaleza y su dependencia de ella para sobrevivir.
Los Masai

Ahora bien, observar una danza de varones Masai o pasear por la aldea, construida por las mujeres y consistente en grupos de cabañas de ladrillo hecho a base de excremento de animales y paja, es una actividad que le cuesta al turista una buena cantidad de dinero: el pueblo masai recibe una gran parte de sus ingresos a través de la "venta" de su imagen física para una foto o un "tour" por el interior de su choza o, lo que es igual, la intimidad de su hogar.

Por supuesto, la venta de sus artesanías también genera otra buena parte de los ingresos del pueblo Masai, y se los puede ver todos los martes en una gran vereda de la Avenida Kenyatta en Nairobi, cuando salen a su mercado en la ciudad y, en medio del tráfico, la contaminación y el ruido de esta caótica avenida, ellos desentonan porque con su vestimenta indígena, parecen hechos para vivir puros en el silencio armonioso que allá en las llanuras sólo rompe el rugido de un león. Quizá por eso, en mi paso por allí, me pareció mal pagarle a un masai a cambio de fotografiarle, y preferí llevarme las memorias de mi visita por escrito para transcribirlas aquí.


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