Yolanda Reinoso Los objetos en las salas para reunión social, son muestra de la vida ancestral cotidiana del pueblo árabe; grandes alfombras hechas a mano en alguna aldea de Medio Oriente, jarras de cobre para el café con especias, cobertores para el pan y los dátiles, hechos artesanalmente con fibra de palmas, cuencos para beber leche de camella



El palacio de un JequeEl palacio de un Jeque
El edificio más antiguo de este complejo data de 1937 y, sus rasgos orientales, marcados por la tradición, nos recuerdan lo lejana que nos resulta la cultura árabe y, a la vez, lo cercanos que somos cuando se trata de nuestra necesidad de vivienda, ese icono arquitectónico que, más allá de ser nuestro refugio cotidiano, es nuestro indicador social, tanto que debe ser harto espacioso y, de ser posible, imponente si se trata del hogar que albergará a quien tiene el liderazgo económico y social.

Este palacio fue la primera vivienda del jeque Zayed bin Sultan Al Nahyan, en la ciudad de Al Ain, cuando el pueblo emirati aún habitaba en el desierto, dividido en tribus, llevando una vida esencialmente beduina y los asentamientos ingleses empezaban a introducir comodidades propias de Occidente. La entrada a este complejo, que de seguro destacaba de entre las dunas y las palmeras datileras que conforman el oasis de la zona, es de altas murallas de barro, que confluyen en arcos característicos de la arquitectura islámica, con minaretes que enaltecen la fachada del edificio. Hacia adentro, se observa el mismo tipo de arco, que parece reproducirse sin fin, con un fondo donde se ven las altas palmeras, dando la impresión de un dominio espacial sin límites, cual si éste se extendiera hasta el horizonte que no se divisa desde ese punto.
El palacio de un JequeEl palacio de un Jeque
Los exteriores están embellecidos con jardines. Su presencia sorprende; flores y césped han crecido en un suelo arenoso a fuerza de riego continuo y arduos trabajos de jardinería para deleite del jeque y su descendencia: veintidos hijos de las diferentes esposas del harem.

El pozo hecho de piedra -en medio de uno de los jardines- es de una belleza rústica y su blancura contrasta con el color cálido, casi anaranjado, del resto de la construcción.

El jardín interior central cuenta con una tienda, grande, fresca oscura, como las levantadas para sobrevivir el sol que golpea con tanta intensidad en el desierto, y es curioso que aún hoy, cuando las ciudades de los siete emiratos que conforman este país árabe son modernas en infraestructura, muchas casas particulares y hoteles levantan tiendas en sus espacios exteriores, como una forma de mantener vivo el recuerdo beduino.

El reseco clima caliente obligó a que el diseño de las habitaciones del palacio fuera igual al de la tienda, de techos altos y espacios amplios, sin ventanas, de puertas pequeñas que recuerdan a las de las mezquitas, precediendo dimensiones extravagantes que preservan la frescura del interior.

Los objetos que se ven en las salas para reunión social, son muestra de la vida ancestral cotidiana del pueblo árabe; grandes alfombras hechas a mano en alguna aldea de Medio Oriente, jarras de cobre para el café con especias, cobertores para el pan y los dátiles, hechos artesanalmente con fibra de palmas, cuencos para beber leche de camella.

De entre los objetos personales del jeque, se ven rifles para la caza, monturas para el paseo en camello, un Land Rover hecho para sortear las dunas sin atascarse, lámparas de querosene, pipas para fumar shisha, palanganas de cerámica para el aseo diario, en una mezcla que es suerte de premonición de lo que el futuro de Emiratos Árabes iba a ser: una sociedad islamita ampliamente influenciada por Occidente.

La lectura del Corán es parte esencial de ser musulmán, y como buen observador de la religión, Zayed hizo construir en este palacio un aula donde sus hijos varones se educarían en el Islam y otras materias, preparándose así para el mando en cuanto el jeque lo es por voluntad de Alá y su potestad es hereditaria.
Cuando en 1971 el jeque fue designado presidente del nuevo país, la explotación del petróleo en su territorio empezó a transformar la vida económica y a convertir el desierto en ciudades de cemento, así que la presencia de este palacio es el testimonio inicial de cómo la forma de vida del pueblo entero, cambió para siempre.
Cuando en 1971 el jeque fue designado presidente del nuevo país, la explotación del petróleo en su territorio empezó a transformar la vida económica y a convertir el desierto en ciudades de cemento, así que la presencia de este palacio es el testimonio inicial de cómo la forma de vida del pueblo entero, cambió para siempre

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233