El aniversario del gobierno aglutinó a 80 mil personas para apoyar al Presidente en la avenida Nueve de Octubre de Guayaquil y fue oportunidad para la réplica del Alcalde que colmó con 150 el mismo espacio.
Un espectáculo político de resonancia, pero no de eficacia: eso fue el duelo verbal Correa-Nebot y la marcha de multitudes a favor de uno y de otro por las calles de Guayaquil el 19 y el 24 de enero.
Nebot aprovechó muy bien el discurso oficial adverso a su liderazgo y en contra de sus "mafias", para convertirlo en ofensa a Guayaquil, a sus habitantes, al rancio honor de los varones y mujeres de intocables pelucas y fragancias.
La medición de fuerzas, pregón de la campaña por el referéndum sobre la nueva Constitución, y la posterior elección de Presidente de la República bajo el nuevo orden institucional, sería un riesgo innecesario del mandatario con más alta popularidad de todos los gobernantes desde 1979, dejando al descubierto la defensa y el ataque frente al último sobreviviente de la partidocracia agonizante, si no exterminada.
El Alcalde de Guayaquil no desaprovechó la bandeja del banquete. Solitario en la tarima €“ los coidearios no se exhiben por vergüenza o despecho- se dio un sudoroso baño gratuito de popularidad para los fines políticos próximos. Lo ha confesado que quiere repetir un período más en el sillón de Olmedo.
Correa le dio demasiado chance al rival político de quien sea su candidato a la Alcaldía. Fue una jugada errónea poner en peligro su popularidad, cuando Nebot nada tenía que perder, sino solo ganar: y de alguna manera, lo consiguió, momentáneamente, pues tras la bullanguería y el alboroto, como de todo espectáculo, no queda más que el recuerdo, bueno o malo.
El Presidente bajó de la tribuna a la tarima. Nebot subió de la tarima a una tribuna, a su modo, sobre las espaldas de la muchedumbre. Esa es la diferencia. Las intervenciones de uno y de otro se fueron por lo personal, como en el box, en forma directa y ganchuda. Se atacaron, se golpearon, en una competencia de agresividad, lindante en lo grotesco.
Pasados los momentos de la euforia espectacular, es razonable afirmar que el pugilato no benefició a ninguno. Pero también, con la reflexión que permite el paso del tiempo, es de esperar que los errores no se los repita. El Presidente no tiene por qué, ni debe, ponerse a saltar sobre el fuego atizado por sus opositores.
El inicio del segundo año de gobierno es, más bien, ocasión para empezar a mostrar la obra propia, el cambio propuesto €“las tarimas evocan vulgares festines del pasado-, para que las mayorías disfruten de la diferencia entre lo que fue y lo que ahora es la práctica política y el ejercicio democrático del Poder.
Ante la reacción de los sectores afectados por las decisiones gubernamentales de quitar los privilegios a los beneficiarios del pasado, el Gobierno desplegó una campaña de promoción de su imagen: y fueron los grandes medios criticados por Correa con tanto énfasis, los beneficiarios de las costosas inversiones publicitarias, en espacios contratados alternándose con espacios informativos dirigidos por comentaristas que no suelen perder la oportunidad para decir "sus verdades", dolidos por las alusiones oficiales.
Lo que pasó, pasó: lo que viene en adelante es corregir las fallas, pulir las asperezas, hacer lo que corresponde al gobernante €“gobernar-, pues ha pasado una cuarta parte del período presidencial y, como el tiempo se va volando, urge no desperdiciarlo en lo absoluto si se quiere el cambio, la transformación del pasado injusto y corrupto, en un presente nuevo y un futuro mejor. Manos a la obra. Es lo que opina y espera el común de los ecuatorianos.