Monumento a Eloy Alfaro, del escultor Alfredo Palacio, en una avenida de Guayaquil. |
La memoria de Eloy Alfaro vuelve a agitar vientos revolucionarios cuando el 28 de este mes se cumplirán 96 años de su asesinato en Quito. La sede de la Asamblea Nacional Constituyente en Montrecristi, donde él nació, es el mayor homenaje rendido por el país al Viejo Luchador.
La revolución liberal del 5 de junio de 1895 impulsó cambios trascendentales en el destino social y político del Ecuador, abriendo horizontes y caminos a partir de los cuales la sociedad ecuatoriana empezó a concebir nuevas formas de pensar y actuar, en busca de igualdad, justicia, libertad.
La educación laica, la igualdad de derechos de la mujer, el divorcio, la abolición de tributos a los indígenas, la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito €“el 25 de junio próximo será un siglo de su inauguración-, son proyectos y obras trascendentales impulsadas por el alfarismo que alcanzó el poder tras batallas contra el orden injusto establecido desde comienzos de la República.
Los ideales de Alfaro, muchos de los cuales aún son aspiraciones del pueblo ecuatoriano, le llevaron al holocausto. Las ambiciones entre fracciones liberales y conservadoras, la influencia de la Iglesia resentida por las leyes que le expropiaban sus grandes predios, más el papel de los medios de comunicación, empujaron al pueblo de Quito a escribir el 28 de enero de 1912 una de las páginas más crueles, sangrientas y vergonzosas de la historia ecuatoriana.
Bien vale recordarlo, cuando el genio y figura del Viejo Luchador se han reavivado de sus cenizas recién depositadas en un sitio de honor en Moncecristi, sede de la Asamblea que promete crear la Constitución que introducirá cambios revolucionarios en la vida del Ecuador.
La muerte inesperada del Presidente Emilio Estrada el 21 de diciembre de 1911 llevó a la primera magistratura al Presidente del Senado, Carlos Freile Zaldumbide, pero despertó ambiciones de personajes que creyeron llegado el momento de aprovecharse de la situación: Flavio Alfaro €“sobrino de Eloy- es proclamado Jefe Supremo en Esmeraldas el 22 de diciembre y una semana después el general Pedro Montero se proclama también Jefe Supremo en Guayaquil, pero llama a Eloy Alfaro, exiliado en Panamá, para entregarle el poder.
Montero convence a Flavio Alfaro para que asuma como Director de Guerra y consolida momentáneamente el mando supremo, pues las fuerzas constitucionalistas leales al gobierno de Freile Zaldumbide imponen grandes derrotas a los revolucionarios en Huigra, Naranjito y Yaguachi, donde mueren más de tres mil personas en los combates. El propio Flavio Alfaro resulta herido y Montero, aduciendo la imposibilidad de mantenerlo en funciones, lo reemplaza por Eloy Alfaro, que pasa a Director de Guerra, ahondando la rivalidad entre tío y sobrino.
El pueblo está conmovido por las masacres entre ecuatorianos y los líderes revolucionarios Eloy, Flavio y Medardo Alfaro, Pedro Montero, Ulpiano Páez, Manuel Serrano y Luciano Coral, son responsabilizados por la sangre derramada. Ellos deciden capitular y firman un documento avalizado por los Cónsules de Estados Unidos y Gran Bretaña en Guayaquil, para abandonar el país: Leonidas Plaza Gutiérrez, Jefe del Ejército leal al Gobierno, no acepta el pacto y ordena capturarlos, mientras dispone un Consejo de Guerra contra el general Montero, que se desarrolla entre mofas y burdos procedimientos, para sentenciarlo a la degradación militar y 16 años de prisión.
Las turbas que rodean la Gobernación del Guayas €“entre las que se mezclan elementos militares- rechazan la sanción y exigen sangre, invadiendo el recinto. Montero propone "Quieren mi vida, la daré mañana ". Entonces alguien del tumulto protesta mañana no, ahora mismo: el teniente Alipio Sotomayor se acerca y le dispara en la frente. Su cuerpo es arrojado por una ventana y la multitud hace un festín despedazándolo y repartiéndose en partes, como trofeo. Era el 25 de enero, pregón de las orgías que vendrían tres días después.
Los demás prisioneros son enviados a Quito por tren, en un viaje tormentoso de tres días con paradas sospechosas en el trayecto, como para organizar un macabro recibimiento en la capital.
El movimiento guerrillero Alfaro Vive Carajo, pretendió en los años 80 retomar los ideales de Alfaro para imponer cambios radicales en la política nacional. |
La muerte del Cóndor
Sobre la masacre de Eloy Alfaro y sus compañeros se han escrito cientos de páginas conmovedoras, iracundas y rebeldes, que humillan a los autores intelectuales y materiales de la barbarie y enaltecen al personaje.
El escritor colombiano Mario Vargas Vila, amigo personal de Alfaro, escribió La Muerte del Cóndor, en 1914, para exaltar su vida y denigrar la acción de los políticos y militares que traicionaron sus ideales y le llevaron a la hoguera, donde se purificó para convertirse en uno de los hitos que divide la historia ecuatoriana en dos partes: antes y después de Eloy Alfaro.
Bien vale, en este mes conmemorativo de los 96 años de la orgía trágica, evocar con Vargas Vila el episodio trágico del 28 de enero de 1912, en el capítulo alusivo a la fiebre de sangre que encendió pasiones para inmolarlo:
"La tragedia nos llama; ya, la marea zarrapastrosa, se dirige contra el Panóptico; los soldados hacen el simulacro de resistir; se oyen pocos tiros; las puertas de la prisión se abren; los pretorianos, se fingen vencidos; ¿por quién? Ya lo estaban por el oro clerical, y la orden de sus amos; son los mismos pretorianos indígenas del Once de Agosto; esa turba armada se une a la que viene de afuera y principia la matanza;
el ojo avizor de las fieras, como guiado por un resplandor de Gloria, que saliese a través de la puerta cerrada, se dirige hacia la celda de Eloy Alfaro; husmean al héroe, cual si fuesen a cazar al león vencido, por entre el bosque de laureles, que ha sido su Vida; entran en la celda los galgos de Caín, que no fueron nunca los lebreles de Belona; aúllan cerca de la presa deseada; remolinean, miedosos y feroces;el Gran Anciano surge entre ellos, erecto en toda su talla, como si el Sol de la Inmortalidad lo iluminase ya, en aquel trágico momento, en que va a arrebatarlo de la tierra, envuelto en el cendal de sus rayos luminosos;los brazos, cruzados sobre el pecho, mira los asesinos, con aquella mirada terrible, que los había hecho temblar tantas veces, y los apostrofa con aquella voz, hecha a marcar en la batalla, los derroteros de la Victoria:
- ¿Qué queréis". €“les dice:
- Mataros, viejo Eloy €“le responde un soldado del Marañón, y apunta su rifle contra él:
- Cobardes- dice el Héroe; el traidor dispara; y, el viejo Libertador, cae fracturado el cráneo por una bala; el corazón de América, se rompió en pedazos; el único Héroe auténtico, yace en tierra; la más alta personalidad, bélica y política, de un Mundo, acaba de caer asesinada por la plebe enfurecida;
lo ultrajan, lo escupen, lo desnudan, le atan una cuerda a los pies, y lo sacan a la calle; el Exodo de la Muerte principia en ese horizonte de pavor; la hora, es de las fieras; Medardo Alfaro, y Manuel Serrano, son ultimados luego; una mujer chupa la sangre que se escapa de las heridas de Serrano, y limpia con la lengua la hoja de la daga que lo asesinó;
Ulpiano Páez se defiende y cae el fin; a Luciano Coral le arrancan la lengua estando vivo, y sus rugidos de dolor llenan el recinto de la prisión;Flavio Alfaro, es el último; lidia él solo, un combate contra las turbas; se defiende como un tigre en un jaral; y, sucumbe, al fin, teniendo delante de él, tres asesinos muertos por sus manos; la turba, en orgasmo, no es ya una turba, es algo inorgánico, enloquecido, monstruoso, que está fuera de los límites de la humanidad;sacan los cadáveres, los desnudan, los roban, les atan cuerdas a los pies, y los llevan a la calle; y la lúgubre procesión comienza; el cadáver de Eloy Alfaro va el primero; la cabeza venerable, fulge aún con el sol, bajo el oriflama de su cabellera blanca; pocos pasos más y la cabeza es cortada en pedazos; le arrancan los labios; un bárbaro, le tritura las mandíbulas; un niño enarbola en una pica un pedazo de la quijada, que muestra aún un resto de la barba blanca, inmaculada;un fraile disfrazado le corta los testículos; le arrancan el corazón, y se disputan sus pedazos; le vacían las entrañas, y se las reparten entre sí; ¿los brazos? ¿dónde están los brazos? Las fieras los llevan como trofeos; y el cadáver rueda, rueda, rueda, arrastrado sobre las piedras;
He ahí, una meretriz que avanza:
-Alto- dice; y, la comitiva hace alto; la meretriz, alza la falda inmunda, y se desaltera en lo que queda del cuerpo del Héroe; otra, desde un balcón, le premia la hazaña, regalándole una bandera; las calceteras de París, guardaron más pudor, en su crueldad;
¡mueran los masones!
¡viva la religión!
¡mueran los herejes!
¡viva el Sagrado Corazón de Jesús!
Tales eran los gritos de la plebe, en el silencio angustiado, de los cielos y la tierra; las beatas salen al trayecto con sendas copas de licor, para la plebe; son damas de buen tono; hombres de alta sociedad, salen a repartir dinero a los asesinos; la turba vocifera hasta enronquecer; un niño de diez y seis años, viola los cadáveres, y los poluciona, entre las carcajadas de la plebe católica, atacada de lascivia; así llegan los cadáveres al Ejido;
¿qué queda del cuerpo de Eloy Alfaro? El tronco sin entrañas; los otros cadáveres, igualmente mutilados y ultrajados, llegan también; se hace una pira, y se les arroja en ella; la Doctrina Tobar, triunfa; en torno de esa pira, las fieras ebrias, danzan, ríen, bromean, acariciándose con los restos, antes de lanzarlos a la hoguera; catorce horas dura esta orgía, y nadie viene a oponerse a ella;
¿no hay gobierno en Quito? Sí lo hay; pero, es el gobierno, quien ha ordenado ese asesinato; ¿no hay soldados en Quito? Los hay por millares, pero son otros tantos millares de asesinos, paniaguados;
lo que no hay en Quito, a esa hora es hombres; no hay, sino fieras