| ||
|
En la ciudad suiza de Basilea, situada a orillas del río Rin, en la frontera con Alemania y Francia, existe un museo que guarda un tesoro de fantasía infinita como ilimitada es la imaginación de los juegos de la infancia.
Se trata del llamado "Puppenhausmuseum" (museo casa de juguetes), donde se ha hecho espacio en cuatro pisos a más de 6000 muñecos de todo tipo y de la más variada procedencia.
Observar cada oso de peluche, casa de muñecas a escala o artefacto animado de juego, es una invitación a relacionar esos objetos con los propios de nuestros años infantiles, marcados sin duda por la presencia de juguetes.
Muchos de esos juguetes datan del siglo XIX y, por lo tanto, están cargados de un aire de antigüedad acompañado del atractivo de su perfecta condición.
Los osos de peluche, procedentes en su mayor parte de Alemania, pero también de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, varían en color, tamaño y textura, como es normal, pero además varía lo que representan: hay el que lleva un helado de fresa, otro que carga una cámara fotográfica, uno que viene con su propia pelota de juego, o uno poco usual, de color rojo y con un botón en la oreja. Está el que viene acompañado de una osa y juntos, forman una pareja vestida con traje de baño, y el músico equipado con platillos para entonar una melodía si se le activa el mecanismo incluido, y el marinero con su inconfundible traje de señor del mar, y así podría continuar enumerando hasta exceder el límite que debo respetar a fin de compartir con los lectores los otros tesoros de este universo de juguetes.
Las casas de muñecas son quizá los objetos en los que más tiempo puede invertir el visitante, ya que sus creadores no escatimaron en minuciosidad de detalles y, por lo mismo, cada una cuenta una historia, cada escena encierra un mundo de situaciones que, cosa fascinante, hallan su base en la circunstancia más cotidiana que podamos evocar: un grupo de personas disponiéndose a beber té en un comedor donde se observa desde el paisaje de un cuadro en la pared, hasta una mosca diminuta en uno de los dulces puestos sobre la mesa para los invitados.
En una carnicería, el cuchillo olvidado al descuido sobre una mesa colmada de salchichas, exhibe el rastro de sangre que impregna la carne al ser cortada, y el delantal del carnicero, también manchado, muestra incluso un remiendo. Una panadería llena de clientes que esperan, reproduce en miniatura la forma real en que opera un establecimiento de este tipo: no todos los hornos están llenos ni su contenido está perfectamente horneado, pues el trabajo se hace conforme la demanda del público.
Al igual que con la colección de osos de peluche, para escribir acerca de cada detalle de las casas de muñecas, hace falta un relato largo y descriptivo.
Los juguetes mecánicos son maravillas antiguas que, asimismo, representan escenas diversas: un parque de diversiones, un mercado de pulgas, un carrusel instalado en medio de una plaza, un bar, etc.
Muchos de estos objetos de la colección, fueron concebidos como un trabajo artístico representativo de la cotidianeidad a fin de entretener al espectador, ya que no son juguetes en estricto sentido, o al menos no pueden ser manipulados sin sufrir daño, a más de que representan la historia de Alemania en una época en la que la manufactura de muñecas era un oficio floreciente y una artesanía altamente apreciada que incluso llevó a la exportación de estos bienes al otro lado del mundo, cuando un juguete proveniente de Europa era una rareza y una novedad, como suele narrar mi abuela al referir el mundo de juguetes disponible en Cuenca en su niñez.
Lo dijo Simone de Beauvoir: ¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad. Cierre sus ojos y recree un juguete de la infancia, recuerde su textura, su olor, los juegos que le ayudó a inventar, y concordará conmigo que una visita a un museo de este tipo, es un viaje a la infancia que siempre llevaremos con nosotros.