Hay que evitar las tentaciones de la retórica para consumo interno, puesto que una cosa es vociferar "casa adentro" en contra de la monstruosa deuda y sus cómplices nacionales, para ganar aplausos y eventuales caudales de votos en las elecciones de abril próximo, y otra muy diferente diseñar una estrategia legal para los litigios en los tribunales internacionales |
La historia de la deuda externa ecuatoriana, al igual que las de muchísimos otros países del mundo, ha sido el registro de incongruencias, negocios inmorales, ilegitimidades, ventajas y alevosías sin cuento, a pretexto de prestar de parte de las entidades financieras del Primer Mundo unos dineros que, en la mayoría de los casos, no se dirigieron al desarrollo o la atención de las apremiantes necesidades de la población, sino al gasto corriente, en el mejor de los casos, cuando no a pagar íntegramente los intereses que generaban los propios empréstitos. Esta mecánica perversa fue practicada, con mayor o menor intensidad, por los sucesivos regímenes, ya que nuestros economistas "ortodoxos" nos decían que es algo inevitable, como la lluvia o las inclemencias de los vientos.
Pero igualmente, se sabía desde décadas atrás que aquel endeudamiento agresivo y desconsiderado hacia los verdaderos intereses nacionales no era el resultado de "factores inevitables" supuestos, sino de toda una estrategia mundial destinada a succionar financieramente a países ricos como el nuestro, en recursos naturales y potencialidades, se entiende, pero que no sabía administrar sus recursos por culpa de la rapacidad, la incompetencia o la inestabilidad política. El Ecuador devino así en víctima de los créditos internacionales, de sus sucesivas renegociaciones, la emisión de bonos que se festinaban entre los denominados tenedores, algunos de los cuales eran ecuatorianos. Todo ello se sabía. Ahora el Gobierno pretende sentar un precedente histórico al respecto: no pagar aquellos segmentos de la deuda considerados inmorales, injustos e ilegales.
Pero en el mundo de las financieras internacionales, palabras como "inmorales" o "injustas" carecen de valor alguno, y la lucha que debería emprender el Ecuador será para tratar de demostrar en los tribunales internacionales, en especial de los EE. UU., que se trata de créditos ilegalmente contraídos, algo sumamente difícil, que ya lo han intentado sin éxito estados de mayor peso específico que el nuestro, como el Perú en tiempos de la primera y desastrosa presidencia del entonces juvenil y osado Alan García. Esto no quiere decir que la posición del Gobierno actual no sea correcta. Lo es, pero hay que evitar las tentaciones de la retórica para consumo interno, puesto que una cosa es vociferar "casa adentro" en contra de la monstruosa deuda y sus cómplices nacionales, para ganar aplausos y eventuales caudales de votos en las elecciones de abril próximo, y otra muy diferente diseñar una estrategia legal para los litigios en los tribunales internacionales, que posean probabilidades de algún éxito. Caso contrario, el Ecuador se verá como un pequeño estado bravucón y antojadizo que un buen día decide no pagar la deuda, tal y como los acreedores interesados pretenden presentarnos a los ojos de la opinión pública mundial.