El Ecuador está en una encrucijada histórica. La expectativa por la nueva Constitución y el referéndum del 28 de septiembre, evidencia que están en juego visiones contrastantes del destino nacional: o nos aferramos a un pasado de inequidades que está por demás enumerarlas, o nos arriesgamos a un cambio que signifique €“o prometa al menos- redistribución equitativa de los recursos y riquezas, democracia, bienestar, justicia.
La campaña por el Sí o por el No a la nueva Constitución decidirá el voto de los ecuatorianos. Lo de esperarse es que la promoción de una u otra postura, dentro del marco democrático, se desarrolle bajo principios éticos que contribuyan a informar y dar luces a los votantes, y no a confundirlos, engañarlos o mentirlos. Desde los más altos círculos oficiales hasta los más extremos opositores al gobierno y a la nueva Constitución, es preciso que emitan argumentos que induzcan a la reflexión y a la responsabilidad frente a la trascendental decisión de pronunciarse en cualquiera de los dos sentidos.
Está en juego el destino del país, para muchos años. Por eso preocupa la posición de determinados sectores que pretenden influenciar en la voluntad del electorado con criterios que confunden la "catequesis" con la política. ¿No estaban ya superados los tiempos en los cuales los púlpitos eran tribunas de defensa de los más recalcitrantes pensamientos y actitudes de rechazo a los avances de la civilización y la vida moderna? Nadie, en el siglo XXI, tiene autoridad para arrogarse la posesión de infalibilidad y plenos poderes sobre la conciencia de los seres humanos.