La devoción a la Virgen se mezcla con celebraciones paganas de antigua tradición y la exhibición opulenta en la comida y la bebida que alcanzan para todos
Los pobladores de Gualalcay festejan a lo grande a la Virgen de El Carmen, en el mes de julio. El caserío se viste de alegría para rendir homenaje a la Patrona que colma de cosechas y bendiciones según la grandiosidad de la fiesta en sus honores.
Separado de Cuenca por la loma de Gapal, el caserío de la parroquia El Valle apenas es conocido por los cuencanos pese a no hallarse a más de 10 kilómetros de distancia. Es una gran novedad descubrir que allí se preservan tradiciones y expresiones religiosas que evocan siglos de pasado, tan cerca de una de las ciudades grandes del Ecuador.
Edificaciones modernas han sustituido a las antiguas casas de campo, en una competición de los migrantes por exhibir cada cual más opulencia y esplendor. En las fiestas de la Virgen se aprecia también el alarde de los priostes por ofrecer los espectáculos más divertidos que el vecino de cerca o de lejos. Gualalcay es un pueblecito donde la migración, como en otros sitios de la región, ha impuesto nuevas formas de vida cotidiana y en las celebraciones populares.
Lo permanente es la religiosidad. La devoción por la Virgen de El Carmen hace que nadie escatime gastos para rendir homenaje a la imagen venerada desde cuando recuerdan los más viejos, que a su vez cuentan que sus padres y abuelos hacían cosa igual.
Los priostes que han venido de España o de los Estados Unidos expresamente para participar de las celebraciones, son motivo de admiración y vivas a través de los altoparlantes que resuenan a todo volumen, para que pueda escucharse la fiesta en los parajes y lomas a la redonda.
Las muchachas más guapas montan sobre caballos engalanados con cintas de colores y aperos elegantes, para hacer demostraciones de pericia ante los jóvenes que no se pierden su movimiento y admiran la elegancia de las cholas luciendo blusas y polleras con hilos bordados y espejuelos que reflejan al sol. Gente del público toma fotografías o filma videos de la fiesta, pues también los artefactos para estos menesteres son objetos que exhiben la moda al día de las familias de emigrantes.
El público asistente es convidado a comer y beber en abundancia, pues cada prioste se esmera por sacar ventaja sobre la oferta del vecino: al medio día se despliega un lienzo de decenas de metros sobre el suelo y en él se riegan los potajes apetitosos entre los que están el mote, las papas, los fréjoles, las habas y, por cierto, la golosina de los chanchos, los cuyes y la carne de res, que siempre hay en exceso, conforme la sabia tradición de que sobre y no falte, para que todo el mundo se quede más que satisfecho. "Barriga de pobre, que reviente y no sobre", dicen los mayores.
Terminado el banquete, la Virgen que pasó en velación desde la víspera en el domicilio del prioste, es llevada en procesión hasta el templo parroquial para el homenaje religioso de rigor. El sacerdote saluda y agradece a los fieles y da cuenta de los donativos recibidos por generosa contribución voluntaria que permite su subsistencia así como el mantenimiento y las mejoras del templo y del convento. La estatua de la Virgen, así como de otras vírgenes y santos del templo, lucen billetes de dólares prendidos en la ropa.
Terminada la liturgia, una nueva procesión recorre por las calles del manzano próximo a la plaza central, mientras los acompañantes entonan cánticos populares para exaltar a la Virgen patrona del caserío. Los jinetes se suman a la procesión tras la multitud, mientras los petardos que revientan en el cielo y llenan de humo oliente a pólvora, provocan el nerviosismo de las bestias que se levantan en dos patas y amenazan derribar a los hombres y mujeres que las montan. Es parte del espectáculo.
El programa del domingo concluye con la presentación de grupos de música y danza, provenientes de pueblos vecinos, así como de otros lugares distantes, como la provincia del Cañar, pues la fama de la Virgen patrona del pueblo trasciende las fronteras parroquiales.
La fiesta pública termina al llegar la noche. Luego la celebración se concentra en la residencia de los priostes, donde los familiares y los íntimos continúan festejando a la Virgen mientras el cuerpo pueda resistir los efectos de la comida y bebida en abundancia, como Dios manda, en honor de su madre conocida por la advocación de La Virgen del Carmen.