La operación ejecutada en nuestro territorio por las fuerzas armadas invasoras ha convertido cada bomba asesina y cada mentira posterior en un bumerang que ha hecho tambalear la credibilidad de un gobierno empeñado en cumplir al pie de la letra las directrices emanadas desde Washington |
Con extraña premura, como si las consecuencias hubiesen sido conocidas antes de suscitarse los hechos, la prensa colombiana se anticipó en celebrar la muerte de Luis Edgar Devia Silva (Raúl Reyes) como el comienzo del fin de la guerrilla. Entre líneas, se felicitaba también porque el buen éxito de la masacre golpeaba a los gobiernos que se habían negado a considerar terroristas a las fuerzas subversivas que operan desde hace medio siglo en el hermano país. En coherencia con ello, el paso inmediato fue involucrar directamente a los vecinos en el conflicto, tratando de exponerlos a la condena internacional por supuestas relaciones con el Frente de Liberación Nacional. A todas luces, parece indudable que tras la mira de la prensa colombiana estaba el ojo inquisidor del Gran Hermano que no desmaya en su empeño de desfigurar la imagen del Ecuador y de Venezuela en el concierto mundial.
Pero al cabo de pocas semanas del horrendo crimen, una serie de contradicciones y de errores propios de bisoños imitadores de la política de hechos consumados, tan del sabor intervencionista norteamericano, ha invertido la relación de los términos del optimismo oficial, pues las consecuencias de ese asesinato han empezado a marcar el final del comienzo de una etapa de relativa distensión que permitía mirar como posible una solución política al viejo drama colombiano. La operación ejecutada en nuestro territorio por las fuerzas armadas invasoras ha convertido cada bomba asesina y cada mentira posterior en un bumerang que ha hecho tambalear la credibilidad de un gobierno empeñado en cumplir al pie de la letra las directrices emanadas desde Washington.
Se esté de acuerdo o en desacuerdo con las aspiraciones y con los métodos empleados por aquellas fuerzas rebeldes, un análisis objetivo no deja duda sobre el papel que desempeñaba últimamente, más allá de sus fronteras patrias, el líder asesinado, quien se había constituido en mediador entre las FARC y los sectores que con el apoyo de países americanos y europeos buscaban un entendimiento político que permitiera, en primera instancia, coronar la liberación de los rehenes que permanecen cautivos en la profundidad de los campamentos rebeldes. Si en esta línea de acción, delegados de esas naciones no tuvieron reparo en conversar con representantes de la guerrilla en pos de lograr ese objetivo humanitario, es obvio que habrán debido entrar, en algún momento, en contacto con miembros de la cúpula subversiva colombiana, entre ellos, probablemente, con el difunto Raúl Reyes, sin que a nadie se le haya ocurrido ver en ello connivencia con el lugarteniente de la guerrilla.
A través de los medios, se ha asegurado en forma reiterada que los tratos secretos para la liberación de la señora Betancourt estaban en pleno conocimiento de los altos mandos del gobierno colombiano. Si ello es cierto, el asesinato perpetrado por el ejército extranjero en territorio del Ecuador es un acto imperdonable de felonía, puesto que se lo habría urdido a sabiendas de que se habían de entablar conversaciones con la víctima. Se trata de un acto repudiable que no cabe en la mente de un ser humano que se precie digno de vivir en el siglo XXI.
Quedan por supuesto varios cabos sueltos que ya han sido infundadamente relacionados o indebidamente explotados por la prensa y el gobierno colombianos; entre ellos, la razón que les condujo a varios ciudadanos, uno de ellos compatriota, al escenario de la tragedia. Nuevamente, las suposiciones han devenido en elucubraciones ideológicas y han despertado el avispero entre comunicadores ecuatorianos de la prensa grande y de la pantalla chica. Olvidando que se trata de una agresión contra la soberanía nacional, algunos se han dedicado a alentar una cruzada contra los movimientos de izquierda, sin ocultar el propósito de relacionarle al gobierno con los agentes de la guerrilla. Difundidas y amplificadas irresponsablemente las sospechas y las medias mentiras, lo único que cuenta para ellos es fomentar la atmósfera propicia para una cacería internacional de brujas. Encarnadas y desfiguradas las ideas en la cabeza de los sectores culturalmente más vulnerables, el patriotismo cede el paso al fanatismo, de modo que ya debemos habituar el oído a expresiones tan denigrantes como la de felicitar a las tropas colombianas por haber ejecutado en territorio ecuatoriano lo que no lo han podido hacer nuestras Fuerzas Armadas.