La discusión se ha complicado porque aparte de los diferentes criterios sobre lo moral y ético de dichos asuntos, se han politizado desmedidamente, por lo que el ambiente nacional se ha llenado de comentarios, aclaraciones, objeciones y análisis que confunden a la opinión pública |
Tres temas han despertado una dura controversia en la Asamblea Constitucional y en el país, la aceptación o no de que el nombre de Dios vaya encabezando la nueva Constitución, la despenalización del aborto y la aceptación del matrimonio gay.
La discusión se ha complicado más porque aparte de los diferentes criterios sobre lo moral y ético de dichos asuntos, se han politizado desmedidamente, por lo que el ambiente nacional se ha llenado de tantos comentarios, aclaraciones, objeciones y análisis que confunden a la opinión pública.
Nosotros creemos que el vocablo Dios alude a ese gran misterio o energía suprema al que acuden e invocan todas las sociedades paganas o no, las entidades filosóficas y personas cuando tratan de dilucidar evidencias que ni científicamente pueden hasta ahora ser explicadas, como el tema del infinito. Hace poco leíamos en un dato de la prensa que los matemáticos de alguna universidad de USA reconocían a través de sus complejos cálculos la existencia de Dios, principio y fin de todas las cosas. La verdad es que Dios no es ni de derecha ni de izquierda y si se quiere poner bajo ese concepto supremo el contenido importantísimo de una Constitución que reglará a un estado, no encontramos razón de peso que lo omita, ni siquiera a pretexto de sustituirlo con ese calificativo de laico en que insisten algunos asambleístas.
El aborto está penalizado porque de él se ha abusado indiscriminadamente y se lo ha utilizado por razones a veces intrascendentes. Lo único cierto es que desde que se fecunda un óvulo hay una nueva vida, indefensa, que debe respetarse. La única medida que debería oponerse a esta práctica es la planificación familiar, es decir, enseñar que el acto de procrear no se reduce al mero ejercicio biológico de dos personas sino que debe ser un acto racional del ser humano para traer al mundo a quienes pueda una pareja mantener y educar en condiciones aceptables. Los anticonceptivos, aprobados o no por las religiones, deben hacerse conocer dentro de los programas de educación sexual, dejando a cada cual el uso de los naturales o artificiales, pues los hijos representan una responsabilidad inmensa que no debe desestimarse.
El caso de los gays es una verdad innegable, oculta en otros tiempos y frontal en la vida actual. Sin embargo, y como dicen los especialistas, el término de matrimonio viene de matriz, es decir, es la entidad que se forma entre dos personas de distinto sexo para procrear hijos y constituir el núcleo de la sociedad que es la familia. Y ese no es el caso de los que acusan una situación de excepción, que desvirtúa la teoría de los dos sexos. Sería un error que una Carta Magna destinada a impartir disposiciones generales se incluya un tema particular que debe estar sujeto a una ley especial. Hay que tener claras estas nociones para no confundirnos y, sobre todo, actuar no por conveniencias políticas sino a conciencia.