El espectáculo del atardecer siempre conmovió la sensibilidad humana. El cielo y la tierra entran en una etapa de transición luminosa que inspira sentimientos poéticos y maravilla el espíritu
La solemne despedida del sol tras las montañas o en la infinidad del horizonte marino, proyecta hogueras en las nubes cuyos colores de fuego y sangre terminan devorados por la noche, mientras surgen, como chispas fulgurantes en el cielo, la luna y las estrellas.
Cada crepúsculo, diferente, majestuoso, irrepetible, evoca la fugacidad de la vida y el misterio insondable de la eternidad. Es la ocasión que brinda la Naturaleza al ser humano para que aprenda a apreciar su grandeza y su pequeñez frente a la inconmensurable magnitud del universo.
El habitante del mundo urbano, atosigado por urgencias y premuras, rara vez se da tiempo para admirar la transición del día y la noche sobre los edificios, pero cuando viaja puede detenerse en el camino y gozar del encanto de los paisajes vespertinos, como los que se expresan sin necesidad de mayor comentario en el resplandor de estas fotos.
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