Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

La UNASUR se juega su supervivencia debido, sobre todo, al acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos y los problemas creados por el golpe de Estado en Guatemala. La UNASUR o se consolida como un proceso fuerte y autónomo o simplemente se queda aislado en el concierto mundial

En una región que más que ninguna otra ha intentado emular al Viejo Continente en materia de integración, UNASUR resulta ser el último avatar de los procesos de integración continental en un nuevo intento de construir un espacio político deliberante con capacidad de gestión en los asuntos internacionales de su competencia.
UNASUR nace de la voluntad de varios presidentes de la región, deseosos de dar presencia internacional a una América del Sur que destaca por su renovada, aunque precaria fortaleza económica y por el giro político hacia la izquierda. Más lo que falta en estos dirigentes, a pesar de sus buenas intenciones, es suficiente sentido práctico y menos ingenuidad, que pueda traducirse en arreglos institucionales duraderos, capaces de trascender lo efímero de otros intentos integracionistas, con atribuciones reales, no discursivas o protocolares.
Aún es tiempo de evitar otra desilusión en la larga historia de los desencuentros latinoamericanos. Eso exige convertir a UNASUR en algo más que un foro de buenas voluntades. Se necesita enfocar el proyecto en un horizonte temporal más amplio, más allá de los siempre cambiantes humores políticos de la región.
Dicho de otra manera, en el proyecto de UNASUR parece existir suficiente voluntad política y, aunque algunos discrepen, los líderes son capaces y legítimos en su empeño de alcanzar la independencia política y económica de la potencia norteamericana. Y esa posibilidad hay que defenderla a cualquier costo, de lo contrario habremos perdido otra vez una ocasión por ahora irrepetible y, regresaremos, como en épocas pasadas, a depender de las políticas del Imperio y sin posibilidad alguna de construir ideas, acciones y modelos propios en lo ideológico y económico.
Recordemos que el Pacto Andino nació como una iniciativa política, pero de pronto el golpe militar de Augusto Pinochet en Chile le asestó su primera derrota que a la larga significó su debilitamiento en medio de lamentos y escombros hasta convertirse en experiencia dolorosa.
En   estos   meses   la UNASUR se juega su  

 supervivencia debido, sobre todo, al acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos y los problemas creados por el golpe de Estado en Guatemala. La UNASUR o se consolida como un proceso fuerte y autónomo o simplemente se queda aislado en el concierto mundial hasta convertirse en una simple esperanza, como la de una batalla perdida que la historia sólo recordará que los gobernantes de esta época no dieron la talla para la que aprendieron.
Las consecuencias del acuerdo que permitirá la utilización de siete bases militares colombianas por parte del gobierno de Estados Unidos son un peligro para la integración y hay que ubicarla dentro de una nueva disputa política e ideológica que tiene como objetivo reconquistar el terreno perdido en el manejo de la región.
La cínica postura de Colombia y del presidente Uribe de dividir intereses y posiciones desentona radicalmente con las circunstancias actuales y resulta lamentable que una nación grande y próspera que no puede librarse de una guerrilla aliada con los carteles del narcotráfico que la agobia sin tregua, haya preferido poner a disposición su territorio, antes que su voluntad política para consolidar la unión regional y la soberanía para América Latina.
Quedó evidente que Uribe no recibió aplausos a su   " decisión soberana " y las observaciones de Brasil y el rechazo de Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador a la presencia de militares estadounidenses en la región.
De otro lado los acontecimientos acaecidos en Honduras, nos trasladan a treinta años atrás en la historia, a las preocupaciones de Latinoamérica de los setenta y ochenta que, en el presente, habían sido virtualmente olvidados. Por ello, resulta grotesco volver a hablar de golpes de Estado y considerarlos aún como estrategia política válida. En otras palabras, no hay justificación posible para la interrupción de los gobiernos democráticos. Concebir y llevar a cabo un golpe de Estado a estas alturas, remite a la prehistoria democrática y conduce inevitablemente a la violencia, al antagonismo y a la confrontación entre ciudadanos y Estado y al distanciamiento entre países hermanos.

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