Los acontecimientos que hicieron noticia en las últimas semanas son parte de la respuesta de un sector ciudadano €“nada despreciable-, a los procesos de cambio implantados por el Gobierno, reforzando su llamada "revolución ciudadana".
Todo cambio implica reacciones. Lo más fácil es no hacerlo y cuando alguien lo propone, resistirse a aceptarlos. Para que esto no ocurra, conviene "socializar" las propuestas, para usar esa palabreja tan a gusto de los novísimos tutores de la sociedad contemporánea.
Y eso es lo que hizo falta al mandatario y su cúpula de colaboradores. No puede dudarse de las buenas intenciones con las que el señor Presidente de la República quiere mejorar la calidad de la educación, aprovechar los recursos mineros escondidos en el subsuelo o convertir a las universidades en centros de formación profesional con niveles de excelencia.
Los buenos propósitos necesitan el respaldo de los sectores sobre los cuales van a tener incidencia. Probablemente ese respaldo hizo falta, más que por el vicio político de llevar la contra al gobernante, por ausencia de diálogo, porque parecieron una implantación forzosa y tal vez prepotente.
La experiencia, que ya causó una pérdida humana por la represión, debería inducir a las partes en conflicto a repensar en sus procedimientos y ser lección para enmendar procedimientos. Cuando apenas ha iniciado su segundo mandato el Presidente, no le conviene echar por la borda el gran apoyo que recibió en los repetidos procesos que culminaron con el orden de cosas actual, cuyos detalles está por demás aludirlos.
Quienes levantaron las reclamaciones fueron sus aliados y han ido a la oposición. Una oposición de la que gracias a la consunción de los partidos tradicionales, no se han aprovechado precisamente los sectores que repudian toda propuesta de cambio.
Que fue necesario implantar el orden en el quehacer político, en las relaciones sociales, en las áreas educativas, o reivindicar el respeto a la autoridad y las leyes, nadie puede negarlo. Pero hay maneras de lograrlo, discutiendo con quienes, precisamente, pueden ser aliados de esos cambios, a quienes también es preciso exigirles sensatez, patriotismo, honestidad, para no creer que llevaron a ser gobierno a alguien que ha de someterse a sus intereses. Lo que interesa es el pueblo -que es decir la democracia-, la justicia, el bienestar, el desarrollo. Nada más.
Todo cambio implica reacciones. Lo más fácil es no hacerlo y cuando alguien lo propone, resistirse a aceptarlos. Para que esto no ocurra, conviene "socializar" las propuestas, para usar esa palabreja tan a gusto de los novísimos tutores de la sociedad contemporánea.
Y eso es lo que hizo falta al mandatario y su cúpula de colaboradores. No puede dudarse de las buenas intenciones con las que el señor Presidente de la República quiere mejorar la calidad de la educación, aprovechar los recursos mineros escondidos en el subsuelo o convertir a las universidades en centros de formación profesional con niveles de excelencia.
Los buenos propósitos necesitan el respaldo de los sectores sobre los cuales van a tener incidencia. Probablemente ese respaldo hizo falta, más que por el vicio político de llevar la contra al gobernante, por ausencia de diálogo, porque parecieron una implantación forzosa y tal vez prepotente.
La experiencia, que ya causó una pérdida humana por la represión, debería inducir a las partes en conflicto a repensar en sus procedimientos y ser lección para enmendar procedimientos. Cuando apenas ha iniciado su segundo mandato el Presidente, no le conviene echar por la borda el gran apoyo que recibió en los repetidos procesos que culminaron con el orden de cosas actual, cuyos detalles está por demás aludirlos.
Quienes levantaron las reclamaciones fueron sus aliados y han ido a la oposición. Una oposición de la que gracias a la consunción de los partidos tradicionales, no se han aprovechado precisamente los sectores que repudian toda propuesta de cambio.
Que fue necesario implantar el orden en el quehacer político, en las relaciones sociales, en las áreas educativas, o reivindicar el respeto a la autoridad y las leyes, nadie puede negarlo. Pero hay maneras de lograrlo, discutiendo con quienes, precisamente, pueden ser aliados de esos cambios, a quienes también es preciso exigirles sensatez, patriotismo, honestidad, para no creer que llevaron a ser gobierno a alguien que ha de someterse a sus intereses. Lo que interesa es el pueblo -que es decir la democracia-, la justicia, el bienestar, el desarrollo. Nada más.