Guillermo Vázquez Astudillo fue un empresario nato. Fabricó su destino desde los cimientos, tras quedar huérfano de padre a los nueve años y enrolarse en la vida a empujones de esfuerzo e iniciativas

Guillermo VasquezCamino a los 90, murió en octubre pasado, lejos de las penurias de la infancia y juventud, satisfecho de una trayectoria que le llevó a la prosperidad, esquiva al común de los mortales, pero común a quienes no han hecho más que empecinarse en alcanzarla. El éxito, más que un premio, fue en su caso una conquista.

A poco de terminar la primaria se las ofició de aprendiz en la joyería de Ariolfo Vázquez, tío al que consideró el mejor joyero de Cuenca, ciudad que ha recibido grandes elogios por la destreza y originalidad de los orfebres artesanales.

Ya experto en el tratamiento del oro y las piedras preciosas, buscó diversificar sus inquietudes y con 19 años cumplidos, fue a parar de profesor primario en Zaruma, provincia de El Oro, donde el azar o el ojo emprendedor le abrieron nuevos horizontes: allí hizo amistad con un señor que proyectaba películas, gran novedad en la ciudad pequeñita, y de pronto se convirtió en empresario de cine, pues el amigo, acosado por el paludismo, dejó todo en manos del joven que tanto prometía en el mundo de los negocios.

"A los 180 sucres mensuales de sueldo de profesor, añadía 600 de ingresos por el negocio de las películas: mi situación era boyante", confesaría años más tarde, en el recuento de sus tiempos felices de iniciación en el desafío empresarial.
Pero un gran vacío inquietaba su espíritu. La felicidad era parcial lejos de la Cuenca donde había nacido y donde dejó a la madre y los seres queridos. Por eso gestionó el pase de profesor a la provincia del Azuay y cinco años enseñó en escuelas de Paute, Girón y Cuenca, ciudad en la que, definitivamente, se quedaría para hacer familia, vida, fortuna y epicentro de sus más grandes proyectos.

familia de guillermo vasquezEntonces renunció al magisterio y asistió al colegio Antonio   Ávila para graduarse de Contador Público, mientras formó la Compañía Cinematográfica Cuenca y proyectaba películas en el teatro México, con gran éxito, que le convirtió en personaje enrolado en las más modernas expresiones de la cultura.

El oro, cuyo brillo no había dejado de encandilarle desde los talleres del tío y maestro, Ariolfo, era una tentación que acabó por seducirle y no desaprovechó la oportunidad de hacer suya la joyería que había cerrado un orfebre de apellido Montero. Fue por el año 1943, cuando nació la Joyería Guillermo Vázquez Astudillo, llamada a convertirse en una de las más prestigiadas del Ecuador.

Los   productos de la Joyería Vázquez alcanzaron fama por el arte de los diseños y la pureza de los metales preciosos y la pedrería. Además, tenían la garantía cotejada en el mercado nacional e internacional por la sujeción a los quilates que constaban en las ofertas de venta. El experto joyero había añadido valores éticos que agrandaron la confianza en la casa comercial.

La joyería, principal actividad productiva del personaje, fue el punto de partida para diversificar las iniciativas empresariales. Guillermo Vázquez puso los ojos en el turismo y el que fue concebido como local para la Joyería, en el centro de Cuenca, se amplió lo suficiente para dar paso al Hotel El Dorado, que a inicios de los años 70 del siglo pasado marcó una nueva etapa de proyección de Cuenca hacia el turismo.

A poco vino la construcción de Huertos Uzhupud, en Paute, una de las hosterías más confortables y elegantes del Ecuador, en un paraje de belleza paradisíaca, centro de singular atracción para turistas nacionales y del mundo. También, simultáneamente, hizo presencia en Quito, con el Hotel Alameda Real, que serviría de enlace para derivar a los visitantes hacia la provincia del Azuay. Con similares proyecciones construyó un hotel en Miami.

El antiguo profesor de escuelas primarias, en plenitud de madurez, se había transformado en un maestro de empresarios, en contacto con el mundo. De un viaje al Japón regresó con la adjudicación de la casa fabricante de vehículos Toyota, para ser distribuidor exclusivo para el Ecuador, paso inicial para la creación de Importadora Tomebamba.

El hombre de gran prestigio y notoriedad en su ciudad y en el país, tiene reconocimientos de instituciones públicas y privadas. A fines de la década de los años 60 del siglo pasado es Presidente del Club Rotario de Cuenca y construye el complejo recreacional de la institución en San Joaquín. Su obra es reconocida por los socios, que desacatando los reglamentos le reeligen por dos períodos adicionales, hasta terminar las instalaciones.

Las iniciativas del emprendedor abarcan los más variados campos. En la ciudad de Cuenca promueve planes habitacionales como los barrios Puertas del Sol, Ciudadela Álvarez, la urbanización Paucarbamba o la construcción de edificios inmobiliarios como las torres Vistalinda, al sur de la ciudad.

Por añadidura, hombre de profundas convicciones sociales, emprende en actividades de servicio a los sectores necesitados de ayuda humanitaria: el Asilo de Ancianos Santa Ana, en el barrio San Roque, ofrece hospedaje, alimentación, atención médica y recreación a ochenta mayores. La obra se financia con la venta de sepulturas en Camposanto Santa Ana, cementerio de cinco hectáreas en una colina del barrio de Monay, donde acabó por reposar el personaje en un sitio escogido a su gusto, en una parte descollante, cuya vista domina los paisajes del entorno y la ciudad tendida en la planicie en la que ha crecido más de cuatro siglos.

"Fue un papazote, generoso, bueno, comprensivo, nos enseñó a trabajar y nos apoyó a que siguiéramos adelante; fue un premio que Dios le diera larga vida para acompañarnos", dice Guillermo, el mayor de los cuatro hijos, al resumir sus sentimientos hacia el padre, el empresario, el ciudadano y hombre de principios solidarios.

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