Por Marco Tello

 

Marco Tello
Afuera cae el sol de la tarde. Conforme él cierra la puerta y hace girar la llave, siente una extraña sensación de desencanto. ¡Qué envidiable era la libertad de nuestro primer padre Adán, que no necesitó de tantas palabras para ir del brazo con Eva!

Ahora, cuando el manto de la libertad nos cubre a todos, discutir sobre el sentido de ese antiguo vocablo podría llevarnos a representar lo que cuenta este episodio:          
Era hora de ponerse en movimiento para no llegar atrasados a la función vespertina.
- ¡Date prisa! €“urge la mujer, impaciente, autoritaria.
-Ya hija, me visto €“se oye una voz resignada desde adentro.
- ¡De prisa! €“vuelve ella a insistir mientas se arregla el collar frente al espejo.
-Sabes que no hallo mi sweater, querida.
- ¡Sweater!, €“exclama Eva-. ¿Qué dices?
-Mi sweater de franjas negras. Esa prenda de punto, cerrada y con mangas, que cubre el cuerpo desde el cuello hasta la cintura. ¿Lo has visto?
- ¡La chompa!, tú dirás. No la he visto.
-No, hija. ¡Mi sweater!   La chompa es una chaqueta corta ajustada a la cadera.
- ¿Te refieres a la casaca negra que compramos en el puerto? Tampoco la he visto.
-Digo mi sweater, mujer, mi ¡swea-ter! La casaca es menos ceñida, tiene mangas que llegan hasta la muñeca y faldones hasta las corvas. ¿Comprendes?
-No sé a qué vienen tantas corvas para lo más de ponerte una chaqueta €“replica conciliadora, para evitar que estalle la tormenta y se ahoguen ambos en un vaso de agua.
- ¡Y dale con la chaqueta! Entiéndeme, esta es una vestimenta con mangas, abierta por delante, que cubre el tronco entero. ¡Yo busco mi sweater!, ¡maldición! €“Es fácil imaginar la exasperación con que el hombre zapatea, alzando un puño de sindicalista.
-Francamente, no entiendo para qué tan alta costura para echarte un gabán y darte prisa.
- ¿Un gabán? ¿Quieres que camine disfrazado de guardia patibulario, con un capote de

mangas y capilla, llevándote del brazo como si fueras escopeta?
-Como tú quieras, mi amor; pero apresúrate. ¡Ponte la leva y vamos! €“en esta última frase vuelve al tono imperativo, aunque de antemano ella sabe lo difícil que resulta doblegar con palabras la dureza del hombre cuando le ha entrado el diablo.
- ¿La leva, dices? Aquí se llama ¡a-me-ri-ca-na!   Yo no iré sin mi sweater, ¿me oyes?
-Déjese usted de modas, amorcito, €“la voz se endulza con los diminutivos-. ¡Coja su levita y vamos!
- ¡Levita! €“Irrumpe el marido en la pieza, gesticulando-. ¿Te das cuenta de lo que hablas? No pensarás que voy a ir vestido de etiqueta, con una prenda más larga y amplia que un frac, y los faldones cruzados por delante. ¡Mil veces iría contigo (o con cualquiera)   de frac, no de levita!
-De frac, entonces, mi amor €“susurra ella, sin darles mucha importancia a las palabras. Eleva el rostro hacia él, temerosa, y le echa los brazos al cuello, como en las telenovelas.
-Sí, de pingüino, con un traje que por delante llegue a la cintura y tenga por detrás los faldones alargados €“le explica con una delicada ondulación de las manos.
-Como un pingüino, entonces €“repite la mujer y le alarga los labios recién pintados. Los dos se miran y estallan luego en una franca risotada. Recobrada la cordura, él da media vuelta y al cabo de un instante retorna abotonándose el saco.
- ¿Ya podemos irnos, mi rey? €“pregunta entusiasmada.
- ¡Vamos, mi reina! €“responde, transformado en un galán del celuloide.
Afuera cae el sol de la tarde. Conforme él cierra la puerta y hace girar la llave, siente una extraña sensación de desencanto. ¡Qué envidiable era la libertad de nuestro primer padre Adán, que no necesitó de tantas palabras para ir del brazo con Eva!

 

 

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