El pasado quedó definitivamente atrás. El Ecuador de las postrimerías de la primera década del siglo XXI es distinto del de apenas hace tres años: lo dice y proclama el resultado electoral del 26 de abril.
Rafael Correa Delgado, protagonista y gestor del cambio político, acaba de triunfar por sexta vez en las urnas el derecho a seguir la tendencia del pueblo hacia una realidad social, económica, humana, sustentada en principios de igualdad y justicia para todos.
La confianza que le da el electorado para gobernar en los próximos cuatro años es €“al margen de cualquier apreciación política- un hecho histórico. Pero es también, a la vez, una responsabilidad histórica, pues la lealtad a los principios con los que alcanzó el apoyo, justificará su paso por la Presidencia.
Dejémosle gobernar. El pueblo ha tomado una decisión y hay que respetarla, considerando que entre las razones por las que quitó la confianza a los políticos tradicionales, está el fastidio por las posiciones intransigentes, agresivas, prepotentes; el rechazo a la ingobernabilidad, a las componendas, a las traiciones y cambios de posición política.
De las crisis surgen soluciones visionarias y eficaces. El Ecuador ha sufrido demasiados conflictos políticos y sociales en 30 años de democracia, hasta madurar como se presenta ahora, dispuesto a afrontar el presente y el futuro con ojos y corazones nuevos.
Pero hay que pedirle también al gobernante dejar el pasado. La experiencia de dos años en el Poder invita a rectificar errores en la etapa más importante de gestión que está por delante. Se impone una revisión de actitudes para dar ejemplo de respeto a las posiciones ajenas, de tolerancia. Educarse en democracia es una necesidad permanente para todos.
Una saludable sensación de haber superado etapas difíciles de la vida nacional, flota en el ambiente, creando esperanzas, impulsando energías, abriendo horizontes que ojalá, permitan realmente poner los pies sobre el nuevo país en el que los ecuatorianos tenemos derecho a vivir.