Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

Hoy, nexorablemente entrados en el siglo XXI,   n la fiesta del trabajo, no hay fiesta, ni hay trabajo.
Millones de  rabajadores en el mundo sufren el avance de una epidemia que ataca de una forma brutal y contundente: el desempleo


 Cuando han transcurrido nueve años del tercer milenio y 123 de perpetuar la memoria de los mártires de Chicago, nos siguen sobrando razones para reivindicar el sentido histórico del Primero de Mayo, por más que insinúen que el obrerismo es algo superado o simplemente aquello de que la fiesta del trabajo se ha convertido en un fin de semana largo o un recuerdo "light " en donde el sindicalismo sale de escena porque la mayoría de los medios de comunicación lo sacan o solo lo mencionan en aspectos negativos de las organizaciones y sus dirigentes.
En Ecuador durante los primeros años de la celebración, el Día del Trabajo fue una festividad esencialmente socialista y la prensa conservadora los describía con una mezcla de ironía, desprecio y elogio por el orden y la "cultura " puestos de manifiesto por los trabajadores.
Las manifestaciones públicas, que se convirtieron en tradición eran organizadas por el Partido Comunista y, aunque contaban con la participación de algunos sindicatos, éstos siempre constituían una minoría entre los grupos participantes. Esto, desde luego, no significa que los trabajadores hayan sido minoría entre los manifestantes, sino más bien que participaban en la celebración como socialistas o miembros del partido comunista y no tanto como sindicalistas.
El 10 de agosto de 1909, los reducidos núcleos clasistas efectuaron el Primer Congreso Obrero Ecuatoriano. En 1911, por iniciativa de la Asociación de Comerciantes del Mercado de Guayaquil, se conmemoró por primera vez, el 1 de Mayo.
Hacia la década de 1920, la celebración del Primero de Mayo había sido incorporada a la cultura política ecuatoriana. No sólo diversos grupos políticos y laborales de izquierda, sino también obreros católicos ya se apropiaban del significado de la celebración, que habría de adquirir   plena   legitimidad cuando el gobierno de       Leonidas         Plaza

 

 Gutiérrez, mediante decreto del 23 de abril de 1915, consagró " El Primero de Mayo de cada año, día festivo para los obreros del Ecuador ".
Desde entonces las celebraciones por el Día Universal del Trabajo les daban la oportunidad de ejercitar una suerte de " gimnasia revolucionaria " mediante desfiles pacíficos y lleno de consignas en medio de banderas rojas reclamando la conquista de los derechos laborales, proceso lento y tortuoso que se concretaría recién en 1938 cuando se expidió el Código del Trabajo.
Hoy, inexorablemente entrados en el siglo XXI, en la fiesta del trabajo, no hay fiesta, ni hay trabajo. Millones de trabajadores en el mundo sufren el avance de una epidemia que ataca de una forma brutal y contundente: el desempleo.
Como nunca antes, la desocupación atraviesa todas las clases sociales y todos los sectores productivos, incluyendo el Estado en todas sus manifestaciones. Este mortal embate al trabajo asalariado es peor que al ocurrido en la famosa depresión de los años 30.
Nuestro país no es ajeno a esta política global, por lo que los trabajadores estamos sufriendo los ataques más furibundos del neoliberalismo capitalista que hace que los pobres sean más pobres y los ricos sigan siendo los mismos, pero mucho más ricos.
Hace algunos años, un sociólogo norteamericano esgrimía irónicamente dos alternativas posibles ante la desocupación: fusilar trabajadores o reducir los horarios de trabajo. El debate continúa porque la solución de reducir la jornada laboral implica también mantener los salarios, con lo cual el trabajador pasaría a ganar más por hora. Frente a esto es posible que muchos sectores vinculados con la producción se inclinen por eliminar trabajadores antes de compartir sus ganancias porque para el dinero no hay patrias ni fronteras. Para el sindicalismo reivindicativo tampoco debe haberlos.

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